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Los clubes de cannabis, contra las cuerdas
Las asociaciones de consumo de cannabis proliferan en España desde hace años. La última sentencia del Supremo causa inquietud entre sus socios.
Como cada dos semanas, Jorge ha acudido hoy a su club de fumadores, en Madrid. Está a unos pocos metros de su centro de trabajo, y le une a sus dueños una relación de amistad fraguada a base de acudir puntualmente. Sale, como siempre, con dos pequeñas bolsas en el bolsillo: dos gramos de hachís y otros dos de marihuana, que consumirá en casa durante los próximos 15 días. «Fumo poco», explica a La Marea. «Exclusivamente cuando puedo relajarme y por una cuestión de puro disfrute. Hay quien se toma una cerveza: yo me fumo un porro». Pese a ese uso esporádico, sabe que en el momento que pone un pie en la calle con la droga toda la responsabilidad es suya.
Los clubes de cannabis comenzaron a proliferar en España hace 15 años, a raíz de una serie de resoluciones judiciales que reconocieron al autoconsumo compartido al amparo de la ley, siempre que no medie voluntad de tráfico, y amparándose en el derecho a la asociación recogido por la Constitución. En el club de Jorge, los socios aportan una pequeña cuota mensual (en su caso, cuatro euros). No todos fuman por disfrute: abundan los enfermos de cáncer y las personas que consumen por prescripción médica. Tampoco puede acceder cualquiera: la entrada está prohibida a menores de 25 años -antes eran 20-, y para ser socio se necesita un padrino. «Al ser un grupo cerrado de consumo responsable, debes entrar de la mano de alguien, respetar las normas y asumir que todo lo que hagas repercutirá en tu padrino, que es quien responde de ti», explica Jorge.
El pasado mes de julio, una sentencia del Tribunal Supremo puso contra las cuerdas a este tipo de asociaciones. El pleno de la Sala de lo Penal condenó a la asociación Ebers de Bilbao por un delito contra la salud pública, y fijó para sus tres responsables penas entre tres y ocho meses de prisión. Previamente, la Audiencia de Bizkaia los había absuelto al entender que no buscaban un beneficio económico, sino que cultivaban y consumían juntos para no tener que acudir al mercado negro. La clave está precisamente en ese matiz: el autoconsumo compartido es legal, pero no contar con una estructura organizada de venta de droga. La sentencia del Supremo estima que los clubes han de estar constituidos por un reducido grupo, «identificable y determinado», de usuarios habituales, evitar la promoción pública de su actividad y disponer de cantidades «mínimas y adecuadas» para su consumo «inmediato», condiciones que, a su juicio, no cumplía Ebers.
«El Tribunal Supremo se ha posicionado de manera muy conservadora», explica Bernardo Soriano, abogado del despacho S&F y miembro de la plataforma Regulación Responsable. «No se tiene en cuenta la realidad social: las asociaciones cannábicas están muy consolidadas y no sólo no atentan contra la salud pública, sino que se reducen los riesgos, dado que el consumo queda restringido al ámbito privado y no se publicita». Para Soriano, todo forma parte de una «campaña orquestada» a tres bandas por el Partido Popular, la Fiscalía General del Estado y el Plan Nacional Sobre Drogas, que tiene más que ver con un posicionamiento ideológico que con la intención de atajar el problema y mejorar la situación de aquellos que quieren acceder al cannabis de manera segura. «La legsislación española es totalmente incoherente», denuncia Soriano. «El consumo no es sancionable, pero para poder realizarlo siempre te vas a exponer, dado que la tenencia y el tráfico sí lo son. El resultado es que cualquier usuario está totalmente desprotegido y al margen de la sociedad».
Fumar para aliviar el dolor
Entre los más desprotegidos, aquellos que consumen cannabis por prescripción médica. «Estamos muy preocupados», señala Carola Pérez. Es la presidenta del Observatorio Español de Cannabis Medicinal, y lleva a sus espaldas 11 operaciones por culpa de un accidente que sufrió a los 11 años. Hoy tiene 35, y la marihuana la ha ayudado a sobreponerse al incesante dolor que sufre desde entonces. «Es durísimo ver que los enfermos y enfermas no tenemos ningún tipo acceso seguro al cannabis. A diferencia de los usuarios lúdicos, no lo consumimos por gusto, sino por necesidad, como un medicamento y bajo supervisión médica. Ahora vemos peligrar la única vía de acceso estable, sin que la administración nos facilite otra posibilidad de acceso. Me preocupa enormemente saber qué va a ocurrir con todas aquellas personas que no pueden continuar su tratamiento».
Para Soriano, la doble moral de los gobernantes parece perseguir que la venta de cannabis «vuelva a las calles, las plazas y los parques, en lugar de realizarse de manera controlada en las asociaciones». En ese sentido, desde Regulación Responsable se muestran convencidos de que las cosas no tardarán en cambiar. «Tenemos unas elecciones a la vuelta de la esquina, y parece que no va a gobernar el PP o, al menos, no con con mayoría absoluta. Todos los grupos se han posicionado a favor de hacer un amplio debate para consensuar una propuesta integral de regulación».
Y es que, para muchos como Jorge, Carola o Bernardo, la regulación es el único camino. «La criminalización del cannabis arrancó en los años 60 con tres premisas principales», explica Soriano: «que hubiera menor posibilidad de acceso, menos demanda y menos adulteraciones. Medio siglo después no sólo no lo han conseguido, sino que se ha empeorado en las tres premisas. Por eso son cada vez más las voces que a nivel internacional abogan por una regulación».
Según datos del Informe Europeo sobre Drogas, se calcula que casi 80 millones de europeos entre 15 y 65 años (un 23% de la población) han consumido cannabis en algún momento de sus vidas. En España, la última encuesta del Plan Nacional Sobre Drogas puso de relevancia que la percepción de los peligros del cannabis va en importante retroceso, y cifró en más de cuatro millones el número de consumidores en nuestro país. Las asociaciones quieren hacer énfasis en que dicho consumo puede realizarse por parte de adultos y de una manera responsable, y quieren poder hacerlo con todas las garantías. Sin embargo, por el momento seguirán fumando con una constante sensación de inquietud.