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Jeremy Corbyn también es Venezuela

El mayor reto del equipo del candidato a las primarias del Partido Laborista no reside solamente en esquivar los ataques de sus enemigos políticos, sino también y -sobre todo- en desplazar junto con la sociedad británica los límites de lo viable dentro de la política europea.

Jeremy Corbyn, en una imagen de archivo.

La candidatura sorpresa de Jeremy Corbyn en la carrera por el liderazgo del Partido Laborista ha puesto en jaque el tablero del juego político británico. Impuestos a las grandes fortunas, rechazo a las políticas liberales, salir de la OTAN, nacionalización de sectores estratégicos, defensa de los derechos laborales y la sostenibilidad del medioambiente o la lucha contra la pobreza: el tinte izquierdista que dibuja el programa político del candidato ha suscitado duras críticas fuera y dentro del partido.

Según los resultados de los sondeos de YouGov, Corbyn cuenta con un apoyo del 51% de los militantes que sigue subiendo, frente a Andy Burnham (21%), Yvette Cooper (18%) y Liz Kendall (8%). Además, Corbyn se ha hecho con el apoyo de la trade union Unite, uno de los sindicatos más fuertes de Reino Unido. Desde el pasado viernes 14 de agosto y hasta el jueves 10 de septiembre, hasta unas 600.000 personas afiliadas y simpatizantes podrán elegirán al líder del Partido Laborista británico, tras la derrota y posterior dimisión de Edward Miliband en las pasadas elecciones generales de mayo.

A menos de un mes para la llegada de los resultados de las primarias del Partido Laborista, la espera se hace cuando menos ansiosa y el terreno mediático está que echa humo. Los medios de comunicación, junto a sus rivales políticos han vertido sobre la figura del candidato antiausteridad – y que la prensa española no ha tardado en bautizar como el Pablo Iglesias británico– toda clase de descalificaciones con el fin de asustar a una mayoría de militantes que se muestra a favor de Corbyn.

En este sentido, el ministro laborista Ivan Lewis ha acusado a Corbyn de «antisemitismo» debido a su apoyo a la causa palestina. El ex primer ministro británico Gordon Brown advirtió la semana pasada que la elección de Corbyn podría dañar las relaciones internacionales de Reino Unido: «No me digas que podemos hacer mucho en la lucha contra la pobreza si establecemos alianzas con Hezbollah, Hamás, el sucesor de Chávez en Venezuela y la Rusia totalitaria de Putin”. Por su parte, el también ex primer ministro laborista Tony Blair ha señalado que la victoria del candidato preferido por las bases podría “aniquilar” la propia organización política.

Sin embargo, dejando de lado las cuestiones en torno al discurso de sus enemigos, resulta de mayor importancia preguntarse a qué causas obedece el surgimiento de la candidatura de Corbyn y qué previsiones políticas podrían establecerse en el caso de victoria. A diferencia de los países del sur de Europa, Reino Unido no se encuentra en una situación socio-económica preocupante. De hecho, la tasa de paro en Reino Unido se mantiene estable en torno a un 5,6%, según los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadística (ONS). Por tanto, este fenómeno político no obedece estrictamente a una coyuntura socio-económica concreta, sino más bien a una lucha identitaria por la representación de un espectro ideológico que el partido abandonó hace décadas y al pulso que los movimientos sociales están haciendo al establishment británico.

En su obra Chavs: la demonización de la clase obrera, Owen Jones describe detalladamente cómo el neoliberalismo pujante de los años setenta acabó con los pactos keynesianos de la postguerra, dando lugar al triunfo del thatcherismo y a una extensa oleada de privatizaciones. De hecho, Jones establece un antes y un después en la historia del Partido Laborista tras esta época: cuando el laborismo vuelve al gobierno en 1997 con Tony Blair como primer ministro ya no podemos hablar del mismo partido, sino de una organización política que comienza a funcionar desde el consenso neoliberal implantado en las dos décadas anteriores.

La ventana de lo posible

Uno de los recursos utilizados por Jones para explicar por qué las sociedades apuestan de manera decisiva por cambios políticos importantes es la teoría de la ventana de Overton. Ésta ilustra cómo observamos todas las ideas que caben dentro del rango de lo políticamente aceptable desde la figura de una ventana estrecha que establece que la viabilidad política de una idea pasa antes por este hecho antes que por las preferencias individuales de los políticos.

Así, el thatcherismo consiguió desplazar la ventana pasando de la política los pactos keynesianos como única opción hacia el liberalismo económico de manera permanente. Esta ventana puede mirar hacia un estado concreto, pero también existe una ventana global: la globalización ha impuesto marcos referenciales transnacionales conllevando al reforzamiento de las ideas establecidas anteriormente. De manera consciente o no, los políticos recurren de manera frecuente a esta teoría, sirviéndose de un discurso donde el lenguaje se sobrepone a las propias fronteras de la acción política. Por ello Brown pide a las bases laboristas que voten por un candidato “creíble”: todo aquello que se sitúa fuera de la ventana es imposible y/ o radical –desde un sentido peyorativo de del término-.

El punto de mayor importancia de la ventana de Overton se da en su grado de aceptación, que da lugar a toda una serie de categorías simbólicas que establecen la operatividad de las propuestas según el contexto y la estructura de los sistemas políticos donde se inscriben: viajan desde las impensables, radicales, aceptables, sensatas, populares hasta las políticas. Además, estas categorías tienden a reproducirse a lo largo del tiempo -sobre todo a través de los medios de comunicación-, reforzando los marcos interpretativos del universo de lo político. Sin embargo, esta perspectiva esencialmente estructuralista y de gran utilidad en el análisis social se vuelve más efectiva si añadimos que las personas, en tanto que parte de un sistema social, tienen mayor grado de acción que el hecho de mirar por la ventana de sus horizontes políticos.

En el campo de las investigaciones sobre la comunicación de masas, grandes autores como Katz, Blumler o Gurevith ya apuntaban hacia las disposiciones psicológicas previas del público ante los contenidos de carácter político, explicando -bajo la Teoría de Usos y Gratificaciones (TUG)- que el individuo es capaz de seleccionar los estímulos a los que quiere responder atendiendo a sus valores, intereses y roles sociales. Si cruzamos ambas teorías, entenderemos que lo aceptable en materia de política no solamente responde a la acción de la élite política que tiene la capacidad de mover la ventana, sino que también trabaja desde la fuerza de la ciudadanía como sujeto del cambio simbólico. En este momento, todo apunta a que gran parte de la militancia ha cambiado sus preferencias, y aprovechando el proceso de primarias, quiere refundar el Partido Laborista. Si las condiciones estructurales de la ventana funcionasen a la perfección, los militantes seguirían etiquetando la candidatura de Corbyn como radical.

De esta manera, el primer reto de los políticos es el de tratar de desplazar lo que se considera viable en materia política; en convertir las voluntades políticas en acción desde el actual entorno de limitaciones, pero nunca sin olvidar que esas voluntades parten desde la gente. Es la hora de atender a la sociedad como la colectividad heterogénea que mira y que transforma el mundo que le rodea conformando la base sobre la que los sujetos políticos deben trabajar y no al revés.

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