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Represión y amenazas a los “ecoterroristas” que liberan animales
Desde los años 70, grupos como el Frente de Liberación Animal luchan por los derechos de los animales con acciones al margen de la ley
1 de julio de 2015. La activista neoyorquina por los derechos de los animales Amber Canavan entra en la prisión de Sullivan County. Su delito: acceder sin permiso a la mayor fábrica de foie-grass del país para documentar la explotación que sufren los patos, a los que se alimenta forzosamente hasta que les revienta el hígado. Amber rescató a dos de esos animales, que acabaron en un santuario.
A día de hoy, Amber está en la calle. La suya ha sido una sentencia ejemplarizante de un mes de privación de libertad para dejar claro, una vez más, que las autoridades estadounidenses se toman muy en serio a los activistas como ella. No en vano, y pese a que jamás han causado víctima alguna, el FBI incluye en su lista de las principales amenazas terroristas del país al Frente de Liberación Animal (FLA), la más popular de las organizaciones dedicadas a luchar por los derechos de los animales.
Fundado en 1973 -dos años antes de la publicación de un libro clave para el movimiento, Liberación Animal, de Peter Singer- el FLA ha traído de cabeza a las autoridades de medio mundo, y llevado a la cárcel a decenas de sus miembros. Desde sus fundadores, como Ronnie Lee, antiguo saboteador de cazadores, a algunos de sus activistas más célebres, como Barry Horne, que murió en 2001 en la cárcel tras una huelga de hambre. Su naturaleza horizontal ha complicado su detención: no hay líderes. No hay una jerarquía ni una organización clara. Cualquier persona que realice acciones de acuerdo con las directrices del FLA tienen derecho a nombrarse parte del mismo.
De la granja de visones a los circos
La principal premisa del FLA es clara: infligir el mayor daño económico posible a los responsables de la explotación animal y siempre de manera no violenta, ya sea rescatando animales víctimas de la experimentación en laboratorios, boicoteando la industria peletera o accediendo a granjas industriales para denunciar el maltrato sistemático de animales destinados al consumo humano. Unas acciones que reflejan a la perfección documentales como Behind the mask, donde los activistas se definen como el equivalente moderno al ferrocarril subterráneo, la red clandestina que en EE.UU. guiaba a los esclavos hacia la libertad en los años previos a la abolición.
En España, las acciones vinculadas al FLA que han obtenido una mayor repercusión mediática han sido las sueltas de visones, y muy especialmente las que tuvieron lugar en Galicia entre 2007 y 2010, cuando se liberaron 15.000 de estos animales. En 2011, una redada en el marco de la llamada operación Trócola llevó a la detención de doce activistas, que fueron a juicio con la Asociación Nacional de Productores de Visón como acusación particular. Finalmente, la Audiencia Provincial de A Coruña concluyó el pasado junio que los activistas no tenían relación alguna con los delitos que se les imputaban.
«La situación legal en España todavía no es como en EE UU, donde hay estados que estiman penas de hasta 30 años de prisión por grabar o fotografiar dentro de una granja o matadero», explica Javier Moreno, cofundador de Igualdad Animal. Desde su organización dejan claro que su trabajo no tiene «nada que ver» con las acciones del FLA, pero denuncian con rotundidad «unas leyes que han sido impulsadas por estas industrias para tratar de impedir que los consumidores accedan a este tipo de información» proporcionada por los activistas. «Estamos hablando de lobbies muy poderosos, que son conscientes del impacto en sus negocios de las investigaciones en granjas, mataderos y otros centros de explotación animal. Y, tal como indica el periodista Will Potter, esta agenda es global, y el modelo represivo se está exportando a otros países desde EE UU».
Visibilizar la explotación
Actualmente se calcula que el FLA cuenta con activistas en 35 países que actúan de forma autónoma. Esa manera de organizarse provocó una oleada de acciones durante los primeros años de la organización que tuvo resultados tangibles, especialmente en su país de origen: se detuvo el negocio de exportación de animales vivos, se hirió de gravedad a la industria peletera, se dio a conocer al gran público la experimentación con animales en laboratorios -en EE UU, con perros de raza Beagle, lo que generó un gran impacto en la opinión pública- y se abrió el debate sobre la dimensión ética de utilizarlos en espectáculos ambulantes, una polémica que llega hasta nuestros días, con el reflejo más claro en la reciente prohibición en Catalunya de los circos de animales. Y cuando todo el mundo hablaba de aquellos enigmáticos encapuchados que posaban abrazando con ternura a animales rescatados, muchos comenzaron a preguntarse: ¿el fin justifica los medios?
«Para poner fin a una injusticia el primer paso es hacerla visible. Mi trabajo pone ojos a las víctimas de la explotación. Abre una ventana a su mundo de opresión, de vejaciones, de abusos y de brutalidad». El que habla es Tras los Muros, seudónimo bajo el que se esconde uno de los fotógrafos y activistas por los derechos de los animales más reconocidos de nuestro país. Armado con su cámara, accede a todo tipo de instalaciones para denunciar la explotación y el maltrato. «A veces recurro al engaño, sí, y quizás tenga que saltar algún que otro muro o colarme por alguna rendija, pero no tengo ninguna duda de que mis acciones para conseguir lo que documento están totalmente legitimadas«, apunta.
Tras los Muros es consciente de que su actividad no está exenta de riesgos. «Intento que sean mínimos, y siempre hay una persona que sabe en todo momento dónde estoy. Hasta la fecha nunca he sido descubierto, pero estoy preparado para ello«. En ocasiones ha rozado la línea. «Estando en México me contaron la historia de un matarife que denunció actividades ilegales donde trabajaba y días después tuvo un grave «accidente» que le dejó sin mano. En Iruña, mientras documentaba la matanza de toros en Sanfermines, un taurino intentó tenderme una trampa ofreciéndome un balcón. Si no hubiese actuado con seguridad a saber cómo hubiera acabado aquella encerrona. Que te descubran, por ejemplo, un grupo de hombres armados en un lugar solitario un día de caza podría acabar muy mal».
Los defensores de los derechos de los animales tienen claro cuál es el objetivo detrás de palabras como ecoterrorismo. «Es un término que acuño Ron Arnold en 1982, vicepresidente de El Centro para La Defensa de la Libre Empresa, una organización de relaciones públicas de industrias de explotación animal», explica Javier Moreno. «El término se inventó con una finalidad clara: criminalizar al movimiento ecologista y animalista por poner en jaque los intereses económicos de estas industrias». El propio Arnold lo dejaba claro en una entrevista el New York Times en 1981: «Hemos creado un sector de opinión donde antes no existía. Nadie pensaba que el ecologista fuese un problema hasta que llegamos nosotros. Nuestro objetivo es destruir y erradicar el movimiento. Vamos muy en serio».
Sobre el terreno, los activistas también denuncian que el término es sensacionalista e injusto. Tras los Muros lo tiene claro: «Nunca llamaría terrorismo a la actividad realizada por cualquier compañero o compañera, sea cual sea ésta, cuyo cometido sea acabar o posicionarse contra la opresión».