Sociedad
Cuando el lodo se te mete en la cabeza
La noche del 29 de octubre la crecida del barranco del Poio le sorprendió al autor cruzando en autobús uno de los últimos puentes que quedaban en pie. Faltaba todavía más de media hora para que la Generalitat avisase del peligro que ya había comenzado. Ese día su cabeza empezó a llenarse de lodo.
Llevo no sé cuántos días intentando escribir. Antes lo hacía todos los días, poemas, textos, relatos, ahora no puedo. Hay demasiados estímulos, la pantanà ocupa toda mi cabeza, la mía y la de tantas personas. Imposible pensar en otra cosa, imposible hablar de otra cosa, imposible escapar. Estamos encerrados física y mentalmente.
Sobre esta catástrofe conocemos lo que ha pasado, aunque algunos lo nieguen. Apuntamos a los culpables políticos, que los hay. Los muertos ya superan los dos centenares. Hay miles de testimonios en unas televisiones que ya tienen su dosis de amarillismo. Las infraestructuras están destrozadas, de ahí ese encierro físico, mental y personal. Hay gente que lo ha perdido todo, demasiada gente, demasiadas pérdidas. El Rey ha venido de visita, no se iba a quedar en Madrid, dijo. Ayuso llora, y yo me callo. La solidaridad se desborda, ayuda, alimentos, ropa, guantes, pañales para bebés…
En algún momento tocará hablar de la salud mental, de cómo viven esta tragedia las personas que tenían problemas antes y de todas las que los estamos teniendo y tendremos durante muchos meses, quizás años…
Cada uno por estas tierras tiene una historia en ese martes 29 de octubre. Son las 19.25 y el agua ya se ha desbordado. Aunque lo peor está por llegar, la catástrofe ya ha empezado y los vídeos empiezan ya a circular en los grupos de WhatsApp. Casi una hora más tarde, a las 20.12 horas, los teléfonos móviles se encienden lanzando la alerta para que no salgamos de casa. Tarde, muy tarde. A partir de ahí, silencio en los pueblos, se cae la cobertura, se va la luz, el agua… lo demás ya se ha contado en los medios.
A las personas que vivimos en esta zona nos cuesta mucho asimilar lo que ha pasado, al menos en los primeros días. Es imposible. Además, nos encontramos en el centro de todas las polémicas, las políticas, las sociales, las culturales, las ideológicas… y aquí sólo queremos limpiarnos este lodo que todo lo mancha. No estamos preparados, nadie lo está. Nos cuesta reírnos, hacer vida normal. Siempre recordaré el silencio de los pueblos al día siguiente, el 30 de octubre nació mudo en l’Horta Sud.
Las preguntas se agolpan estos días en las mentes personales y colectivas de todas las personas que hemos vivido esta situación de cerca: ¿por qué nadie nos dijo nada? ¿por qué me suena el móvil con una alerta una hora después de que se cayesen varios puentes? ¿cómo me avisa el Gobierno autonómico de que no salga de casa cuando tengo el agua por las rodillas? ¿dónde estaría ahora si hubiese ido al centro comercial a comprar esa lámpara que se me había estropeado?
Más de una semana después, las imágenes de esa misma noche se mezclan con las representaciones obscenas de la solidaridad como acto de egoísmo. El descontrol hecho gobierno. Los supermercados vacíos, y los mercados llenos. Todo esto se hace real en mitad de un sueño del que ningún diazepam te logra salvar.
Pienso en todo esto mientras tomo nota. En la carretera que va hacia Picanya una mujer se acerca y me pregunta: “¿está bien?, ¿te llevo a algún sitio?”. “No, muchas gracias”. Pero no le puedo decir nada más, porque no estamos bien, porque mucha gente no tiene dónde ir y otros no sabemos hacia dónde vamos. Las ideas no paran.
El shock pasará pronto, espero. Irá dejando su poso, pero desaparecerá. Hoy me hormiguea mucho la cabeza, debe ser fruto del cansancio cerebral acumulado. No sé qué vendrá después, la ira, la rabia. Hay muchos sentimientos contenidos y el ser humano es impredecible. La mente, también.
«Mucha gente no tiene dónde ir y otros no sabemos hacia dónde vamos».
El tiempo cura y cicatriza aunque habrá cicatrices que ya estarán de por vida.
Mientras permitamos que la dictadura del capital, cegada de codicia e insensatez, sea la dueña del mundo los desastres naturales irán en aumento con el sufrimiento y el dolor aparejados.
El capital vive de especular y expoliar al planeta y a los pueblos, de destruir y contaminar. Vive de sus guerras y genocidios.
A mucha gente le viene a la mente estos días aciagos «La doctrina del shock» de Naomi Klein.
Siempre hay un peor: PALESTINA.
Desde 1947 sometida a una lenta eliminación de sus gentes y desde el 7 de octubre 2023 a un vertiginoso genocidio.
Niños y mujeres los preferidos para acabar con la raza.
Allí no es la Dana, son los israelitas que quieren para ellos la tierra de Palestina.
Cuántas víctimas van, 44.000?
Yo he vivido tiempos mejores, entristece comprobar cómo estamos yendo hacia atrás.