Crónicas | Sociedad

València no es la misma

«València no ha sufrido heridas físicas, pero sí un profundo daño emocional», explica Amador Iranzo. «La ciudad está intacta, pero solo a unos pocos kilómetros, al otro lado del nuevo cauce del río Turia, se extiende una auténtica zona de guerra».

Flores depositadas en recuerdo de las víctimas de la DANA ante el ayuntamiento de València. AMADOR IRANZO

La Navidad ha empezado en los supermercados, los grandes almacenes… y en las calles de València. El lunes, mientras la ciudad seguía conmocionada por los destrozos provocados por la DANA a escasos kilómetros, unos operarios instalaban la iluminación de las próximas fiestas en la avenida del Oeste, en pleno centro. Alegría. Sin embargo, un paseo por la capital del Turia revelaba ayer una cara mucho más triste de lo habitual: menos gente (especialmente, turistas), algunos comercios cerrados y caras largas. La onda expansiva de las inundaciones ha alcanzado también a València. La ciudad no es la misma.

El contraste de situaciones es evidente. Ayer, mientras un grupo de turistas alemanes atendía tranquilamente las explicaciones de su guía frente al ayuntamiento, a escasos metros, una mujer se detenía delante del montón de flores depositadas en el suelo en recuerdo de las víctimas. Carolina Correa, colombiana con 20 de años de residencia en València, no podía evitar que se le escapara una lágrima de emoción: «Esto ha sido un desastre. Hechos como estos te afectan, claro». Unos metros más allá, en un banco de la misma plaza del Ayuntamiento, unos turistas de la Bretaña francesa de mediana edad consultaban sus mapas. Ayer era el primero de sus tres días de estancia en la capital. Sabían lo que ha pasado y se reconocían impactados, pero no han cambiado sus planes. El yin y el yang se daban la mano en el corazón de la ciudad.

València no es la misma
Grupo de turistas alemanes atendiendo a su guía enfrente del ayuntamiento de València. A.I.

Las consultas que se están recibiendo durante los últimos días en la oficina de turismo situada en la planta baja del ayuntamiento se refieren, fundamentalmente, a la mejor manera de llegar al aeropuerto. El metro está fuera de servicio y el autobús interurbano funciona con muchas dificultades. «La mejor alternativa es el taxi», recomienda uno de los agentes turísticos, que admite un considerable descenso en la llegada de visitantes: «Hay que tener en cuenta que la conexión del AVE con Madrid está cortada y ha habido problemas con los vuelos». En un comercio de alquiler de bicicletas de Russafa, uno de los barrios de moda de la ciudad, Jorge García, el encargado, mataba el tiempo por la tarde mirando el móvil ante la falta de clientes. En un lunes normal en esta época podría sacar 15 o 20 bicicletas. Ayer se quedó en seis. El fin de semana suele vaciar la tienda, pero el pasado no alquiló más de 10 o 12. Unos holandeses cogieron unas para ir a ayudar a la zona afectada.

València no es la misma
Cartel de cerrado por la riada en una tienda del barrio de Malilla. A.I.

El mercado callejero de los lunes en Russafa estaba ayer a medio gas: muchos menos puestos de los habituales y también menos clientes. «Hay comerciantes de las zonas afectadas y el acceso a la ciudad también es más complicado», explica un vendedor. La dependienta de una famosa firma danesa que vende productos de diseño económicos ve una obviedad que haya menos compradores: «La gente está pensando en otras cosas». Algunos puestos del Mercado Central están cerrados, igual que muchas tiendas. Una papelería del barrio de Malilla explica el motivo en un cartel pegado en la persiana: «Cerrado hasta nuevo aviso por riada. Gracias». Los que están haciendo el agosto son los bazares: los utensilios de limpieza (cepillos, escobas…) se agotaron la semana pasado en toda la ciudad. Ante el desabastecimiento, una pequeña tienda de alimentos de Russafa regala escobas a quien vaya a ayudar a los pueblos afectados.

Sirenas, el sonido de València

La dinámica de la ciudad no es la misma. No es normal cruzarte a media tarde con jóvenes con la ropa totalmente enfangada. O ver una furgoneta cargada hasta los topes con garrafas de agua. El sonido de la sirenas (de la policía, de los bomberos, de las ambulancias…) se ha convertido casi en el leitmotiv de València. Las dos universidades públicas de la capital han acordado el cese de la actividad docente durante esta semana, y los colegios e institutos permanecieron ayer cerrados siguiendo las instrucciones del Ayuntamiento. Padres y madres tuvieron que ingeniárselas para ocuparse de los pequeños un día no habitual.

València no es la misma
Comercio que regala escobas a quienes vayan a limpiar a los pueblos afectados. A.I.

El ocio también ha sufrido. Las instituciones suspendieron la semana pasada todos los espectáculos públicos: teatro, conciertos, la Mostra de València de cine… Enfrente de la Estación del Norte, un enorme casco publicita todavía el Gran Premio de Motociclismo de la Comunitat Valenciana, que debía celebrarse a mediados de mes, aunque se suspendió hace ya varios días. La noche del sábado era asombrosamente fácil encontrar una mesa para cenar en locales que están habitualmente abarrotados. Esa noche, en la avenida Blasco Ibáñez, zona de marcha juvenil, un hombre abroncaba a grito pelado a unos chavales que se estaban divirtiendo con sus disfraces de Halloween. Decía que no era el momento.

València no ha sufrido heridas físicas, pero sí un profundo daño emocional. La ciudad está intacta, pero solo a unos pocos kilómetros, al otro lado del nuevo cauce del río Turia, se extiende una auténtica zona de guerra. Es un hecho que no se puede obviar. O sí. El jueves por la noche, tres amigos habían sacado entradas para asistir al homenaje a Eduardo Benavente, el alma del grupo Parálisis Permanente, en una famosa sala de conciertos de la capital. Uno no pudo hacerlo por problemas de transporte. De los otros dos, el primero tenía claro ir porque nada arreglaba si se quedaba en casa, mientras que el otro entendía que era una jornada de luto y desistió. De nuevo, el yin y el yang.

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