Internacional
¿Sabremos mañana si hay un ganador de las elecciones estadounidenses?
Donald Trump y Kamala Harris se miden hoy en los comicios más reñidos de los últimos años. El candidato republicano ha dejado entrever que no aceptará una derrota por la mínima, que es precisamente lo que auguran las encuestas.
Sólo hay una cosa clara en las elecciones más reñidas de la historia reciente de Estados Unidos: si Donald Trump gana, habrá un presidente electo mañana mismo; pero si pierde, saber quién ocupará el despacho oval los próximos cuatro años no se dilucidará tan fácilmente. El expresidente no ha dejado de sembrar dudas sobre la limpieza de estos comicios y ha preparado toda una maquinaria de abogados y legisladores para impugnar los resultados si no le satisfacen.
244 millones de electores están hoy llamados a las urnas para elegir entre Trump y Kamala Harris. Al cierre de estas líneas, las encuestas daban como vencedora a la candidata demócrata por sólo un punto de diferencia. Pero las encuestas, como ya quedó demostrado en 2016 y 2020, no son un termómetro demasiado fiable. El resultado está absolutamente abierto, incluso teniendo en cuenta la alta participación prevista, algo que, en teoría, favorecería al Partido Demócrata.
El voto anticipado (en persona o por correo) ya ha superado los 66 millones de papeletas. Es el equivalente al 43% de la participación total en las elecciones de 2020. Entre quienes ya han depositado su voto personalmente en un colegio electoral ganan los votantes registrados del Partido Republicano. Entre quienes lo han hecho por correo ganan los demócratas. ¿Y esto quiere decir algo? Hasta que no se conozcan los resultados, no. En todas las variables hay que introducir un factor corrector, el «factor Trump»: en 2020, cuando perdió contra Joe Biden, puso en duda la fiabilidad del voto por correo; nadie duda de que hará lo mismo cuatro años después… si no sale vencedor en esa modalidad.
La retórica utilizada por el expresidente ha alcanzado cotas inauditas en la recta final de la campaña. El pasado domingo, en Pensilvania, dijo que «no debería haber dejado» la Casa Blanca en 2021, a pesar de que los demócratas habían ganado las elecciones. Fue una admisión pública de arrepentimiento por haber cedido el poder pacíficamente tras haber alentado el asalto al Capitolio.
Antes, en otro mitin celebrado en ese mismo estado, propuso «un día realmente violento» para acabar con la delincuencia en Estados Unidos. Quizás inspirado por la película La purga (2013), que hablaba de un futuro distópico en el que cualquier tipo de crimen (incluido el asesinato) estaría permitido durante una noche al año, el expresidente habló de instaurar «una hora dura». «Y quiero decir realmente dura. Se correrá la voz y [la delincuencia] se acabará inmediatamente», subrayó. Es el castigo que él impondría a quien, por ejemplo, asaltara una tienda de electrodomésticos y saliera «con un aire acondicionado bajo el brazo». Es decir, el hurto castigado con la pena capital y sin juicio previo.
El ambiente creado alrededor de estas declaraciones (y otras muchas parecidas) alimenta el temor a un periodo poselectoral marcado por la violencia. «Ya sabemos quién es Donald Trump», advertía Kamala Harris en un mitin. La candidata demócrata, para ilustrar la personalidad de su rival, sacó a relucir un episodio particularmente siniestro durante el asalto al Capitolio, en enero de 2021. «Mientras estaba sentado en la Casa Blanca, viendo la violencia desatada por televisión, fue informado por su equipo de que la turba quería asesinar a su propio vicepresidente [Mike Pence], a lo que Trump respondió con dos palabras: ‘¿Y qué?’».
Así pues, en el peor de los casos, la eventual resistencia de Trump a aceptar una derrota podría tomar un derrotero violento. En el mejor, una larguísima batalla judicial. A día de hoy, son muchos los americanos que creen en el mito de las «elecciones robadas» en 2020. En aquel entonces, el estado de Georgia , uno de los considerados swing states (o ‘estados bisagra’), otorgó la victoria a Biden por sólo 11.779 votos. Ahí arrancó la conspiración de las llamadas «máquinas trucadas» para el recuento de votos; Georgia, esta vez, tendrá la posibilidad de recontar las papeletas a mano después de retocar su legislación instancias del Partido Republicano. De recontarlas las veces que haga falta y de ganar tiempo antes de declarar un vencedor o de que lo hagan los tribunales.
Por extraño que parezca, el derecho al voto no está recogido en la Constitución americana. Son los estados los que deciden las reglas electorales y éstas han sido objeto recientemente de una avalancha legislativa: muchos estados han reformado sus leyes y se han llegado a interponer hasta 200 recursos judiciales relacionados con las elecciones en todo el país. Los republicanos, por ejemplo, han intentado que los militares de Pensilvania desplegados en el extranjero (y sus familias) no puedan votar por correo porque su identificación, a su juicio, es dudosa. Un juez rechazó la propuesta. Pensilvania es otro de los llamados swing states.
Muchos planes, un objetivo
La variedad de artimañas usadas por el Partido Republicano para decantar las elecciones a su favor es enorme y tendrán su peso en el resultado final, que podría venir (como ya ocurrió en el año 2000 en el duelo entre George Bush Jr. y Al Gore) por vía judicial. Trump nombró a cuatro jueces afines en el Tribunal Supremo, aunque eso no le sirvió para revertir el resultado surgido de las urnas en 2020. Pero ahora, el arsenal del que dispone ha crecido considerablemente: si el recuento se alarga y no hay vencedor (una de las estrategias más obvias de Trump), la decisión final podría tomarse, según la Constitución, en la Cámara de Representantes… donde hay mayoría republicana. Trump tiene un plan A (ganar), un plan B (retrasar los resultados), un plan C (los tribunales), un plan D (el Congreso) y hasta un plan E, F, G… y seguir así, quién sabe, hasta desatar una revuelta popular.
Hace poco, mientras hacía campaña en un McDonald’s de Filadelfia (donde llegó a freír patatas fritas y a distribuir pedidos), un periodista le preguntó a Trump: «¿Aceptará los resultados de las elecciones?». A lo que el candidato respondió: «Siempre que sean justas, sí». Pero él ya ha decidido que no lo serán y así lo ha dejado ver en mitines y entrevistas. Ni siquiera aceptará la victoria demócrata en el estado de California, algo que parece a todas luces inevitable. Pero Trump es inasequible al desaliento: «Os garantizo que si Jesús bajase a la tierra y contara los votos, yo ganaría en California».
En este contexto irracional, el electorado demócrata se moviliza en torno a cuatro grandes temas: vivienda, sanidad, derechos de la mujer (especialmente el derecho al aborto, que estaría en peligro con una victoria trumpista) y el derecho al voto. La defensa de este último podría parecer demasiado alarmista, pero no lo es. El Proyecto 2025, redactado por un think tank conservador muy cercano a Trump (aunque él asegura que no es su programa oficial), prevé recuperar el espíritu de las leyes Jim Crow, un conjunto jurídico abolido en 1965 y que imponía la segregación racial en los estados del sur. Con aquellas leyes era prácticamente imposible que un afroamericano pudiera votar. Y no es el futuro que le aguarda a Estados Unidos: en determinados lugares ya está pasando.
El compromiso cívico del Partido Demócrata ha empujado a sus voluntarios a recorrer el país pidiendo el voto puerta a puerta. En esta labor han prestado una particular atención a las comunidades latina, negra, india, musulmana en general y palestina en particular. Y este último grupo es, sin duda, el más complicado. Kamala Harris no ha exhibido la más mínima duda al respecto de su posicionamiento proisraelí. En torno al genocidio de Gaza parece haber sólo matices entre los dos grandes partidos estadounidenses: dejar a Netanyahu a su aire para que siga masacrando a la población palestina (que sería la postura demócrata) o apoyarle sin fisuras con más dinero, más armas y una política exterior aún más agresiva (que sería la posición republicana).
En unas elecciones tan reñidas como estas (tanto que podrían decidirse por un minúsculo puñado de votos), el conflicto de Oriente Próximo puede resultar decisivo.
Tampoco o Harris? La pregunta es que diferencia hay entre un multimillonario ultraliberal acosador y una ex fiscal que mando miles de inocentes a la cárcel, casada con un sionista ?
El pueblo americano en su gran mayoría emborregado que vive en un sistema de los más inhumano socialmente hablando, votará contra Trump o contra Harris,pero no a favor de un programa concreto.
La ue aprieta el culo sabiendo que si llega Trump, se encontrará sola contra la potente máquina de guerra rusa, y eso debe de sacarle una sonrisa a Putin.
Como siempre desde el anarquismo llamamos a la abstención y a la acción directa y lucha callejera.
Salud y anarkia