Memoria histórica | Sociedad

Levantar la tierra para reconocer el pasado

Arqueólogos del CSIC analizan en Madrid la que es, posiblemente, la única parcela bombardeada en la Guerra Civil sobre la que no se ha construido. El enclave fue inmortalizado por Robert Capa y hoy quiere convertirse en un centro de interpretación dedicado a la Memoria Democrática.

Caballo de juguete encontrado en el yacimiento arqueológico, ubicado en los números 6 y 8 de la calle Peironcely de Madrid. ALFREDO GONZÁLEZ RUIBAL

Los trabajos empezaron en el número 10 de la calle Peironcely de Madrid, un lugar inmortalizado por una fotografía de Robert Capa en noviembre de 1936. En aquella imagen podían verse impactos de metralla alrededor de varios niños. La aviación sublevada había bombardeado esa zona de Entrevías, en Vallecas, unos días antes de captar la imagen. Ahora, tres campañas de excavación continúan las labores arqueológicas en un solar aledaño, el único no reconstruido tras la contienda y que corresponde a los números 6 y 8 de esa misma calle.

Construidos en 1923, en ese lugar se erguían varios inmuebles que terminaron destruidos tras los bombardeos. Pocos años después, chabolas de trabajadores pobres de la capital ocuparon la parcela. Escarbar en esa tierra significa reconstruir un pasado de hambre y miseria, pero también de dignidad y orgullo. Seguir escarbando en ese lugar significa percatarse de que no siempre los barrios estuvieron tan segregados como ahora y que, en un mismo lugar, pudieron convivir las vajillas de té más exclusivas con las ollas de barro más humildes.

Esta calle pasó a los anales de la historia muchas décadas después de ser inmortalizada por Robert Capa, el seudónimo con el que firmaban conjuntamente los fotógrafos Gerda Taro y Endre Erno Friedmann. Bombardeada por el bando golpista, con el apoyo de fascistas italianos y nazis alemanes, hubo que esperar hasta 2010 para que el especialista en fotografía histórica José Latova pudiera ubicar con precisión aquella fotografía en el número 10 de Peironcely.

“Aquella imagen se convirtió en un icono de la Guerra Civil y de la violencia contra los civiles que se empezaba a dar en las guerras modernas, en este caso niños que estaban sentados frente a una pared acribillada de metralla”, explica Luis Antonio Ruiz Casero, codirector de la intervención arqueológica.

Este historiador cuenta que Capa también fotografió los números 6 y 8 de la misma calle, alcanzados en el mismo bombardeo. Aunque todavía tiene dudas para ubicar el día exacto en el que aquel lugar terminó convertido en añicos. “Pudo ser el 13 o el 19 de noviembre de 1936, no lo sabemos aún, pero en aquellos días hubo bombardeos sobre Entrevías. Fueron los momentos álgidos de la batalla de Madrid”, precisa este especialista.

Con la ayuda del ingeniero Luis Bobillo, experto en interpretar las fotografías según la posición del sol, han determinado que las instantáneas se tuvieron que realizar poco después del 19 de noviembre, como mucho cinco días más tarde, apenas unas jornadas después de que el fotógrafo llegara a España, el día 18, en lo que sería su tercera incursión en el país. “Estamos posiblemente ante la única parcela bombardeada en la Guerra Civil en la que todavía no se ha construido. Además, las chabolas que se instalaron encima han protegido los restos de la edificación. A diferencia de barrios como Argüelles, Usera o Carabanchel, también bombardeados con mucha dureza, aquí no se ha alterado la fisonomía desde la posguerra”, apunta Bobillo.

La vida en las chabolas

Alfredo González Ruibal, arqueólogo del CSIC y codirector de la intervención, rememora que la primera campaña que llevaron a cabo sobre el solar fue meramente exploratoria: “No teníamos muchas esperanzas de encontrar algo, pero pronto ubicamos cimientos del edificio original y algunos materiales de antes de la guerra”, relata. A aquella indagación de 2022 le siguieron otras dos, también realizadas en octubre y durante tres semanas los siguientes años, a la que se sumará una última y cuarta intervención en 2025.

Ya en 2021 pudieron apreciar que, apenas unos centímetros bajo tierra, se conservaban vestigios de las condiciones de vida que había en estas infraviviendas del tardofranquismo. “Vimos que las chabolas eran muy pequeñas, de unos 12 metros cuadrados, sin agua corriente ni medidas de salubridad o higiene, ni por supuesto calefacción”, relata el investigador. Además, los primeros hallazgos dejaron ver cómo los habitantes de estas chabolas hacían un gran esfuerzo por mantener el espacio lo más habitable posible, como atestigua el cambio de suelos, todos precarios, que realizaron.

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Los arqueólogos encontraron pronto los cimientos del edificio destruido por los bombardeos en la Guerra Civil. ALFREDO GONZÁLEZ RUIBAL

Asimismo, encontraron muchísimos objetos que datan de las décadas de 1960 y 1970, los últimos años en que el enclave estuvo habitado. “Ahí vemos cómo, en ese contexto de dureza y difíciles condiciones de existencia, la gente también empezó a tener algo más de capacidad adquisitiva en el marco del desarrollismo y la llegada de los bienes de consumo de masas”, relata González.

Se refiere, por ejemplo, a restos de productos lácteos, como botellas y bolsas de leche, yogures y mantequilla. “Ahora puede parecernos normal, pero en aquellos años supuso un cambio radical en la dieta para quienes hasta entonces no podían acceder a esos alimentos”, añade. También encontraron productos de aseo e higiene personal, como cepillos y pasta de dientes.

Vestigios de un barrio interclasista

En la segunda campaña, en octubre de 2023, llegaron a descubrir el edificio construido en 1923 y bombardeado en 1936. “Se conservaban en muy buen estado el alzado de los muros y el estado de los pavimentos”, apunta el arqueólogo. De nuevo, ante los investigadores se alzó otra prueba de cómo, por aquel entonces, Entrevías no era un barrio exclusivo de clase trabajadora. “El mundo anterior a la Guerra Civil no es como nos lo imaginamos. Aquí queda comprobado cómo en un mismo barrio, incluso en un mismo edificio, convivían familias de distintas clases sociales”, afirma el arqueólogo del CSIC.

Después de haber trabajado hasta en tres ocasiones en esta parcela, el investigador no duda en afirmar que una de las cosas más importantes de la dictadura fue la intervención que realizó en cuanto a segregación. Se suele pensar que los pobres viven en la periferia y los ricos en el centro, pero ese proceso ha tenido lugar recientemente. Tal y como subraya González Ruibal, “siempre hubo barrios de una clase y de otra, pero antes había un mayor interclasismo, no como ahora. Las políticas de segregación social comenzaron en el franquismo, en los años 50 y 60, y se han reproducido muy bien hasta la actualidad”.

El arqueólogo argumenta esta postura en los materiales que han encontrado. Algunos, como vasijas u ollas de barro para hacer jabón, se asociaban a la clase trabajadora, incluso al mundo rural. En cambio, otros están vinculados a la clase media o media-alta, como las porcelanas (importadas desde Alemania y Francia) que ahora sabemos que utilizaban en algunas de las viviendas.

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Trozos de vajilla hallados en la excavación. ALFREDO GONZÁLEZ RUIBAL

Los restos de comida hallados también dan buena cuenta del modo de vida en esos dos números de la calle Peironcely. “Comprobamos que ahí se llegaron a comer alimentos algo exclusivos, como ostras y mejillones, y encontramos numerosas espinas de pescado y restos de productos cárnicos como cordero y pollo”, ilustra el arqueólogo.

Las pistas tras el basurero

El pasado 23 de octubre dieron por concluida la tercera campaña en Peironcely. “Ahora tenemos una visión más detallada de cómo era la vida en ese espacio, tanto antes de la guerra como después”, aclara González. Han conseguido esa perspectiva gracias al descubrimiento de una zona de la parcela utilizada como basurero durante el primer tercio del siglo XX.

Según el arqueólogo, han encontrado mucha vajilla descartada y tirada en este espacio del solar, así como restos animales que analizarán arqueozoólogos del CSIC. “Vemos abundancia de restos de pescado. Otra vez, todo apunta a la convivencia de varias clases sociales en este edificio, porque consumir pescado fresco no era lo habitual para las clases populares antes de la guerra”, sostiene el investigador. Entre estos restos, espinas de lubina, dorada y merluza. Respecto a la vajilla, han rescatado piezas que se podrían considerar de lujo, “características de ambientes de clase alta, como tazas de té con decoración dorada, un material muy fino, muy selecto”, ilustra.

La campaña proyectada para el año que viene está orientada a excavar justo en frente de donde lo han hecho anteriormente. “Sabemos que ahí había un edificio antes de la guerra. Un teatro, según afirman los testimonios. Este teatro fue bombardeado y destruido durante la contienda, y ocupado por chabolas después. Queremos ver si podemos recuperar los restos de esa estructura”, expresa el mismo González.

El futuro: un centro de interpretación

Las intervenciones arqueológicas están promovidas por la Fundación Anastasio de Gracia. Con las ayudas del Gobierno derivadas de la Ley de Memoria Democrática, pudieron comenzar con las prospecciones. José María Uría, director del área de Cultura de la entidad, aporta algunos datos más sobre el origen del edificio bombardeado: “En los archivos del Colegio de Notarios de Madrid encontramos que la construcción se debe al ‘sargento del regimiento 51’, quien levantó el edificio tras obtener un crédito hipotecario”. Se llamaba Florencio Pozo de la Cruz.

“Justo unos meses antes del estallido de la guerra, el banco ejecutó esa hipoteca por impago de cuotas y perdió la propiedad del edificio, que pasó al banco. Poco después fue destruido por las bombas”, agrega Uría. Según los datos del padrón de aquella época, en la manzana vivían 80 personas en seis edificios de dos plantas que ocupaban los números 6 y 8 de Peironcely.

La Fundación Anastasio de Gracia aspira a crear un centro de interpretación en la zona. “Queremos que este mismo lugar que fue destruido se convierta en un motor de cambio, regeneración y dinamización para un barrio tan degradado. Por eso, estamos luchando porque el número 10 de Peironcely se convierta en el Centro de Interpretación Robert Capa y, a su lado, en la parcela que estamos estudiando, se levante un museo al aire libre con los restos hallados durante las excavaciones para complementar el relato”, explica Uría.

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Visita guiada al yacimiento. ALFREDO GONZÁLEZ RUIBAL

González, por su parte, confirma que este sería el final adecuado para el enclave. “Nuestro objetivo es que este lugar pueda convertirse en un yacimiento arqueológico para que se puedan ver los restos excavados. Aquí tenemos no solo 100 años de historia de Madrid, sino 100 años de la historia de España, porque en el fenómeno de la emigración interior participaron personas de diversas regiones”, desarrolla.

Por último, el arqueólogo destaca la importancia pedagógica del proyecto. Esa dimensión pública que han aportado se ha materializado en visitas guiadas al yacimiento, por el que han pasado miles de personas, muchas de ellas escolares. “Parece que también querían construir un centro de salud en la parcela. No es incompatible. Convertir parte del solar en un yacimiento visitable ayudaría a muchas personas a conocer mejor su historia, la de su barrio y la de su país”, concluye González.

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