Un momento para respirar

Deslizándonos alegremente hacia la distopía

«Toda una clase política y sus votantes aceptan la brutalidad como la medida más razonable», escribe Ovejero en su diario. «Qué fácil es deslizarse por la pendiente distópica».

Fotograma de 'Hijos de los hombres' (2006), de Alfonso Cuarón. © UNIVERSAL PICTURES

24 de octubre

En los últimos tiempos, lo distópico se vuelve presente con una facilidad pavorosa. Leo que el PP ha votado junto con los populares europeos a favor de crear campos de detención de inmigrantes fuera de la UE. Lo que en películas como Hijos de los hombres, de Cuarón, se presenta como advertencia aterradora ahora se ha convertido en una posibilidad perfectamente aceptable. No es ya que un político desesperado por aferrarse al poder, y sin escrúpulos, acuda a una medida inhumana –como deportar a los inmigrantes a Ruanda–, es que toda una clase política y sus votantes aceptan la brutalidad como la medida más razonable.

Si en países que se consideran democráticos el trato a los inmigrantes es ya más que cuestionable, no quiero ni pensar lo que va a suceder allí donde la falta de transparencia y de control de la policía y el ejército sean mayores que, pongamos, en España.

Campos de detención. El próximo paso son los campos de concentración permanentes.

También se ha votado a favor de crear «barreras físicas» contra los «inmigrantes ilegales». Me acuerdo ahora de aquel eufemismo creado en la RDA para un sistema de contención no para inmigrantes sino para emigrantes: las Selbstschussanlagen. Traducido literalmente: dispositivos de autodisparo. Quien intentaba huir de la dictadura socialista se enfrentaba a la posibilidad de activar sin darse cuenta un mecanismo de disparo que le podía costar la vida. Es cuestión de tiempo que alguien lo proponga en la UE. Al fin y al cabo, son delincuentes, gente que quiere entrar en Europa infringiendo la ley… Y los primeros pasos para deshumanizar a los inmigrantes ya se dieron hace mucho. Qué fácil es deslizarse por la pendiente distópica.


Leo solo el titular de una noticia: no sé qué jugador estadounidense de baloncesto afirma que la familia está por encima de todo. Hace años que me incomoda esa sacralización de la familia –no sé si he escrito sobre el tema en algún sitio– que se perpetúa en los clichés del cine estadounidense. Familias unidas contra los zombis, padres –a menudo en masculino– que sacrifican todo por sus hijos, papá como el último bastión contra un mundo hostil. Mamá, que, aunque sea «solo» una mujer, aprende a degollar y matar para defender a su prole.

En ese «la familia ante todo», en el que se acaban superando conflictos generacionales cuando está en juego la supervivencia frente a un asesino en serie o un alienígena, hay una sutil desvalorización de «lo que está fuera». El mundo puede hundirse, pero la familia no. Ese es el nosotros; el ellos empieza más allá del felpudo. Y el final feliz se da cuando la familia se salva aunque el vecindario esté en llamas.


27 de octubre

Feijóo continúa exigiendo a Sánchez que dimita. Él se fotografía con un narcotraficante pero si Sánchez lo hace con alguien que probablemente ha cometido un delito, del que no se sabía hasta hace poco, debe dimitir. Los casos de corrupción del y en el PP llevan años en los tribunales –ocultados por el partido aunque sea a martillazos contra un ordenador–, pero cualquier escándalo que pueda afectar a la limpieza del rival los lleva a gritar que el gobierno actual es el más corrupto de la historia –para conseguir ese título tendría que vencer a rivales muy duros–. Qué cansancio de esta política que no busca nunca, pero nunca, la verdad, porque de verdad no tiene nada que ofrecer, y solo puede sobresalir hundiendo al contrario.


Vemos Nostalgia, de Tarkovsky. Una frase se me queda dando vueltas en la cabeza: «Los sentimientos que no se expresan son los que se recuerdan». Si esto es verdad, ¿podríamos aplicarlo a las acciones no realizadas, a los proyectos no cumplidos?


Escándalo Errejón. Ya sé que ser de izquierdas no te vacuna contra ninguna maldad y también que la incoherencia acecha a cualquiera. Pero cuánto daño hacen quienes predican derechos y libertades y se las quitan a los más cercanos. O, con más frecuencia, a las más cercanas.


29 de octubre

Las miserias de la izquierda siempre le pasan factura. La derecha parece, por el contrario, tener bula. Puede acumular casos de corrupción, delitos, abusos, un escándalo tras otro, sin que la intención de voto a su favor se resienta apenas. Dos conclusiones: primera, las cuestiones éticas importan más a los votantes de izquierdas. Segunda, la prensa conservadora silencia los comportamientos delictivos o inmorales de la derecha mucho más de lo que hace la prensa de izquierdas con los de la izquierda.


30 de octubre

Y si las catástrofes climáticas alimentan cada vez más las distopías escritas en los últimos años, los récords de lluvias y los tornados de ayer en Valencia nos vuelven a recordar que lo que temíamos para el futuro está sucediendo ahora. Y lo que necesitamos en casos así no es el papá salvador, mucho menos el sálvese quien pueda, sino un sistema público reforzado de protección y salvamento. Pero hay administraciones dispuestas a ahorrar los recursos destinados a ello para presumir de recorte de impuestos. ¿Qué pensará alguien agazapado en lo alto de su vehículo mientras la riada amenaza llevárselo por delante si poco tiempo antes gritaba que los impuestos son un robo? ¿Qué pensará cuando lo rescaten los bomberos?

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