Análisis | Cultura

El hacedor de Trump

La última película del director iraní-danés Ali Abbasi, 'The Apprentice', es un controvertido retrato biográfico del magnate neoyorquino y candidato a la presidencia del Gobierno de los Estados Unidos, Donald Trump

Una escena de 'The Apprentice', de Sebastian Stan.

“Pero ¿no tiene usted decencia alguna?” La pregunta retórica del abogado Joseph Welch, televisada en vivo por todo Estados Unidos el 9 de junio de 1954, acabaría por destruir la carrera del senador Joe McCarthy, que sobreestimó su poder al enfrentarse con el Ejército de Estados Unidos. En las dramáticas imágenes del momento vemos, sentado al lado de McCarthy, al joven abogado Roy Cohn, su mano derecha. En realidad, había sido Cohn —que solo tenía 27 años— quien motivó el enfrentamiento con las Fuerzas Armadas, porque McCarthy había obrado para librar a su asistente del servicio militar. Cohn había llamado la atención del senador anticomunista en 1951 por su agresivo papel en el juicio por el que acabaría condenados a muerte, por espionaje soviético, Julius y Ethel Rosenberg.

Dos décadas después, en 1973, el ex aprendiz de McCarthy se convertiría en el mentor de Donald J. Trump, al que conoció cuando este tenía, a su vez, 27 años. La estrecha relación entre Cohn y Trump —que duró hasta la muerte de Cohn, de SIDA, en 1986— es la que estructura la trama de The Apprentice, el controvertido retrato biográfico del magnate neoyorquino del director iraní-danés Ali Abbasi.

Trump no es un personaje sutil y tampoco lo es la película a la hora de transmitir su mensaje: fue Cohn quien hizo a Trump, prestándole su amplia red de relaciones, sus tácticas chantajistas y, sobre todo, sus tres reglas de la lucha política: no capitular nunca, siempre negarlo todo, contraatacar siempre y nunca admitir una derrota sino siempre cantar victoria. “La verdad”, le asegura Cohn (Jeremy Strong) a Trump (Sebastian Stan) en uno de los muchos momentos didácticos de la película, “es una ficción”.

En su cuarto largometraje, Ali Abbasi, que nació en Teherán en 1981 pero vive en Copenhague, se muestra un fiel seguidor de Aristóteles: logra adaptar, magistralmente, la forma de la historia a su contenido. La película funciona —es decir, choca, desconcierta— porque es tan cutre e implacable como el propio Trump. No solo por la forma gráfica en que nos muestra cómo Trump viola a su primera mujer, Ivana, o cómo le succionan la grasa del vientre y le quitan un pedazo de piel del cráneo para ocultar su alopecia, que también, sino por la forma despiadada en que retrata a Trump como un personaje plano y hueco, inhumano.

Esta falta de humanidad —nos explica la película— no es producto de algún defecto psicológico, y ni siquiera de su infancia tortuosa, sino porque así lo quiso el propio Trump. Poco después de la muerte de su malogrado hermano Freddie —un piloto alcohólico, ridiculizado por el despótico padre, un racista que ha hecho fortuna como constructor de apartamentos— vemos cómo Trump reprime activamente su propio duelo, rechazando incluso el afecto de Ivana: es allí, parece, que acaba por extinguir el último rescoldo de humanidad que le quedaba. Todo esto queda reforzado por la cinematografía, que evoca la cutrez y la decadencia del Nueva York de los años 70 y 80, y por la profundidad que sí tiene el personaje de Cohn, cuyas contradicciones como personaje anticomunista, judío, patriota y gay acaban cobrando un aspecto trágico.

El título de la película evoca el cuento del aprendiz de brujo, que se equivoca al pensar que puede con las fuerzas que su maestro le ha enseñado a activar. Por algo lo evocaron Marx y Engels cuando, en el Manifiesto Comunista (1848), constataron que la burguesía había perdido el control sobre el capitalismo como un mago incapaz de controlar las violentas fuerzas subterráneas que ha conjurado. Pero también es posible que Marx y Engels tuvieran en mente el cuento de Frankenstein, escrito por Mary Shelley treinta años antes y que, bien mirado, es un modelo aún mejor para comprender el fenómeno Trump. Si Cohn fue un monstruo político creado por McCarthy, que no vivió para ver las consecuencias de sus labores, Trump fue un monstruo capitalista creado por Cohn, que, como McCarthy, murió destrozado física, moral y políticamente sin poder ver hasta dónde llegaría su diabólica criatura.

Pero si Cohn creó un monstruo magnate, no creo que podamos responsabilizarle del monstruo político en que Trump se convertiría después. Tampoco creo que la película sugiera tal cosa. Por algo la historia que cuenta termina en 1986, mucho antes de que Trump se afiliara al Partido Republicano. No, el Trump que hoy amenaza con hacerse con la Casa Blanca por segunda vez es una creación de los dirigentes de ese mismo Partido Republicano y sus brazos mediáticos que, si la historia sigue la trama de Mary Shelley, acabarán destruidos por su propia criatura. Pero no serán los únicos.

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