Política

¿De qué hablamos cuando hablamos de extrema izquierda?

Los términos ultraizquierda y extrema izquierda vuelven a colonizar la palestra pública para definir a formaciones políticas de corte socialdemócrata. Los especialistas consultados por 'La Marea' rechazan esta etiqueta para referirse a partidos con representación parlamentaria

Ilustración: DARÍO ADANTI

Este reportaje se ha publicado originalmente en el dossier #LaMarea102 | ‘El cuento de la extrema izquierda’. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.

En la portada, sobre fondo rojo, aparece un retrato de la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, al lado de los de Mao Zedong, Lenin y Fidel Castro. También se encuentran en el montaje Jean-Luc Mélenchon y Jeremy Corbyn. El libro, coordinado por la catedrática de Ciencia Política y diputada del Partido Popular Edurne Uriarte y por el profesor de Ciencia Política y de la Administración Ángel Rivero, se titula La extrema izquierda en Europa Occidental: iliberalismo y amenazas para la democracia (Tecnos).

«Para una buena parte de los analistas europeos y americanos resulta que la extrema izquierda parece no existir. Esos académicos y analistas a la extrema izquierda la llaman izquierda a secas», se quejaba Uriarte durante la presentación del citado ensayo. Aunque reconoce que su posición es marginal en el ámbito académico, esta politóloga considera que la mayoría de científicos sociales tiene un «sesgo ideológico izquierdista» a la hora de analizar el fenómeno.

Al otro lado del teléfono se escucha una pequeña risa. «Es que son personajes que no se pueden comparar unos con otros porque el contexto histórico y social es totalmente diferente», explica Emilio M. Martínez. Este doctor en Sociología y profesor en el Máster de Estudios Avanzados en Comunicación Política de la Universidad Complutense subraya que la «vocación totalitaria» de Lenin es incomparable, por ejemplo, con la ideología actual de Yolanda Díaz o del político británico Jeremy Corbyn, exlíder del Partido Laborista: «Es tan exagerado decir que estos dirigentes actuales son de extrema izquierda como llamar socialistas a los partidos socialdemócratas», zanja.

La exageración también se dio en las pasadas elecciones legislativas francesas, que se vendieron como una suerte de enfrentamiento entre dos opciones extremas, la de derecha y la de izquierda, del cual solo podía salir un ganador: el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen o el Nuevo Frente Popular (NFP) de Jean-Luc Mélenchon.

La victoria de los progresistas se interpretó del siguiente modo en el editorial del diario El Mundo del pasado 7 de julio: «En Francia la amenaza ahora es la extrema izquierda de Mélenchon». El artículo terminaba argumentando que el desafío era «armar un gobierno alejado de cualquier radicalismo. La amenaza de la extrema derecha se combate desde los valores del humanismo liberal europeo, no desde un extremismo de signo contrario pero igual de tóxico».

La consigna es clara: equiparar a un partido xenófobo que propone eliminar la nacionalidad a quienes no tengan padres franceses, aunque nazcan en Francia, con una coalición de izquierdas cuya propuesta más radical es el control de precios en artículos de primera necesidad y la subida del salario mínimo.

De acuerdo con la doctora en Ciencia Política y de la Administración Carmen Lumbierres, consultada por La Marea para elaborar este dossier, «hay una intencionalidad política a la hora homologar la reciente aparición de la extrema derecha y su rápida participación en las instituciones (llegando en algunos casos a acuerdos de gobierno con las derechas convencionales) con una supuesta extrema izquierda que llegó antes, con la crisis económica y la desintermediación del 2008, y que ya ha ocupado espacios de gobierno».

Sin embargo, para la experta, «equiparar los dos supuestos extremos blanquea la existencia de una extrema derecha que en su programa político pone en entredicho consensos, ahora rotos por ellos, sobre el respeto a los derechos y libertades individuales de los ciudadanos más allá de su raza, orientación sexual o credo. Una extrema derecha que utiliza, además, la violencia verbal y, en algunos casos, hasta justifica la violencia física para defender su visión de la realidad, que no se ajusta al pluralismo político».

Sin ese lavado de imagen sería difícil entender la estrategia que usó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el pasado mes de mayo, al abrirse a pactar con la líder neofascista Giorgia Meloni, lo que habría roto el cordón sanitario europeo frente a la extrema derecha. Finalmente, la formación de la primera ministra italiana, Fratelli d’Italia, no votó a favor de la candidatura de Von der Leyen por «coherencia», aunque se mostró dispuesta a colaborar con ella para «sacar adelante muchas cuestiones, como el asunto de la inmigración». Así pues, a Von der Leyen no le hizo falta contar con los ultras para mantenerse como presidenta de la Comisión, pero de haberlo necesitado habría tenido dónde elegir: en la Eurocámara hay 196 diputados de extrema derecha. Un número que contrasta con el de los diputados de extrema izquierda: cero. The Left, Los Verdes y los no inscritos, es decir, la familia política que se sitúa a la izquierda de los socialdemócratas, suman 75. Y no se les puede considerar extrema izquierda en sentido estricto ya que se limitan a exigir una fiscalidad más severa para las grandes fortunas. Nadie, en ninguna cámara, sea regional, estatal o supranacional, está pidiendo la confiscación de los bienes de la burguesía.

Aritmética electoral

«El momento dulce, electoralmente hablando, que viven las extremas derechas en todo el mundo y la elevada fragmentación política, que obliga a establecer grandes alianzas entre partidos» explicaría, según la doctora en Ciencia Política Anna López, que volvamos a escuchar el concepto de «extrema izquierda» en los debates públicos. Esto sirve para construir la retórica de que «los extremos se tocan», una fórmula muy extendida y utilizada por parte de formaciones como la de Macron en Francia «para evitar alianzas y romper la dinámica electoral», argumenta.

En este contexto, los conceptos «extrema izquierda» y «ultraizquierda» vuelven a recorrer el mundo como un espectro, mientras que las fuerzas políticas reaccionarias, tomando las palabras de El manifiesto comunista, se unen «en santa cruzada» para acabar con él. La estrategia no es nueva. El expresidente estadounidense Donald Trump lleva años azuzando el miedo al socialismo. Lo hizo en su anterior campaña electoral, y en la actual ha dado un paso más allá al referirse a la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris, como «camarada Kamala».

Llamarla «lunática radical de extrema izquierda» por proponer regular los precios de los alimentos y «la vicepresidenta más incompetente e izquierdista radical de la historia» son otras de sus calificaciones. Elon Musk, propietario de la red social X (antiguo Twitter) y gran aliado en esta fase, refuerza la caricatura e incluso improvisa memes en los que Harris viste como una soldado soviética.

Aclarando conceptos

Pero, ¿qué es y quién encarna la ideología de extrema izquierda en la tercera década del siglo XXI? Para tratar de dilucidarlo, La Marea ha consultado a analistas de diferentes especialidades. Todos ellos han coincidido en señalar que no existe una extrema izquierda institucional en España, ni tampoco en la mayoría de los países más grandes del mundo.

La tesis general es clara: las propuestas de los partidos a la izquierda de la socialdemocracia no pueden ser consideradas «extremas» porque no tratan de voltear las bases económicas ni sociales del sistema capitalista, sino que simplemente aspiran a enmendar sus aspectos más lesivos. En este sentido, «en el actual Parlamento español, ningún partido encajaría con esa etiqueta», afirma Anna López.

Esta conclusión, sin embargo, está abierta a diferentes matices. Para Carmen Lumbierres, Podemos, Izquierda Unida y EH Bildu son formaciones de «izquierda radical», mientras que la consultora política Verónica Fumanal incluye al BNG y a ERC entre los partidos «más a la izquierda» del arco parlamentario. A su juicio, todo lo que tiene que ver con las gradaciones de la izquierda tiene una fuerte carga de subjetividad: «En una escala del 0 al 10, siendo el 0 lo más izquierdista y el 10 lo más a la derecha, seguramente, para una persona situada en el 7 algunos postulados de izquierda serán concebidos como de ultraizquierda. Y ese concepto, ‘ultraizquierda’, a una persona que esté en el 4 le parecerá una artimaña de la derecha para descalificar posiciones sensatas y hasta mainstream». El antropólogo Isidoro Moreno, por su parte, propone la denominación «izquierda alternativa» para aquellos partidos «que realmente rechazan las bases estructurales del sistema y actúan en su práctica coherentemente con ello».

La estrategia de Macron

Tras las elecciones legislativas del 7 de julio, el presidente francés, Emmanuel Macron, tardó dos meses en designar al nuevo primer ministro. Sólo tenía una cosa clara: no podía ser del NFP. La propuesta de la coalición progresista, Lucie Castets, era una alta funcionaria escogida en 2023 por la socialista Anne Hidalgo, alcaldesa de París, para ser la directora de Finanzas de la Municipalidad de la capital. Su perfil de defensora de los servicios públicos logró algo muy difícil históricamente: poner de acuerdo a ecologistas, socialistas, comunistas y miembros de La Francia Insumisa. En un comunicado, el presidente rechazó su nombramiento en razón de la «estabilidad institucional», alegando que un gobierno del NFP «sería inmediatamente censurado» por el resto de partidos con representación en la Asamblea Nacional. Así que se decantó por el gaullista Michel Barnier. Su argumento fundamental es que La Francia Insumisa, el principal partido del NFP, es de izquierda extrema. Eso, dejando a un lado la exactitud o no de la consideración, no es algo que inquietara sólo al inquilino del Elíseo; también lo hacía al poder económico.

En un reportaje del Financial Times publicado el 18 de junio y basado en conversaciones con cuatro altos ejecutivos y banqueros galos, estos se mostraban más cercanos al proyecto del RN que a un gobierno (en el fondo socialdemócrata) del Nuevo Frente Popular. Desde el Cac 40 (el equivalente francés al Ibex 35) creen que, en un momento dado, podrían sentarse a trabajar con los ultras y llevarlos en la dirección adecuada. «Son más bien una pizarra en blanco», explican, que ellos rellenarían con recetas de su conveniencia. Por contra, aseguraban al diario británico, «no es probable que la izquierda diluya su agenda anticapitalista de línea dura». El problema, por tanto, es de percepción: ¿qué entiende la clase empresarial por «agenda anticapitalista»?

Para el doctor en Economía Eduardo Garzón, el programa político del Nuevo Frente Popular no puede ser considerado anticapitalista, al igual que sucede con otras formaciones en España como Podemos o Sumar. «Son todos socialdemócratas, más o menos valientes en algunos aspectos, pero el núcleo del capitalismo (medios de producción privados, asalariados y mercado) no se toca», asegura.

En resumidas cuentas, el poder económico confiesa abiertamente sentirse más a gusto con gobiernos neofascistas de corte autoritario que con ejecutivos de izquierda democrática. Por eso, según ha expresado en numerosas ocasiones el filósofo Santiago Alba Rico, la izquierda debería ser, al menos, «revolucionaria en lo económico», porque el capitalismo no es capaz de reformarse a sí mismo. Y no hay que irse muy lejos para constatarlo: en 2008, tras la gran crisis financiera, Nicolas Sarkozy (condenado este mismo año por financiación ilegal) sugirió que era necesario «refundar el capitalismo» con «bases éticas». A su grandilocuente frase no le siguió ninguna transformación en ningún lugar del mundo, ni con gobiernos conservadores ni con otros socialdemócratas. La opción de tomar medidas económicas radicales es algo que no contempla la izquierda mainstream.

En la actualidad, las principales críticas al sistema económico capitalista provienen del activismo climático y del movimiento que apuesta por el decrecimiento. Para lograr que el mensaje llegue a más gente, a menudo se evita hablar de anticapitalismo o utilizar expresiones que puedan sonar extremas. Sin embargo, sus posiciones suelen ser tildadas de radicales tanto por buena parte de los partidos convencionales como por algunos medios de comunicación, que llegan a hablar incluso de «ecoterrorismo» para definir acciones que se organizan en clave de desobediencia civil.

Extrema izquierda fuera del Parlamento

«Los partidos que participan en el parlamentarismo, incluso el europeo, no pueden ser definidos como ultraizquierda», sostiene Ignasi Gozalo Salellas, doctor en Filosofía por la Universidad de Pensilvania y profesor en la Universitat Oberta de Catalunya, quien añade que este tipo de ideología no encaja en el ámbito partidista sino que se plasma en movimientos, asociaciones, colectivos, grupos coordinados… «Pienso en las ZAD (Zone à Défendre) francesas. En el pasado, movimientos como el situacionismo, los Panteras Negras o el antibelicismo han sido destacadas muestras de la capacidad de influir políticamente sin erigirse propiamente en partidos», explica.

Su argumentación coincide con la del periodista francés Christophe Bourseiller. El autor del libro Historia de la ultraizquierda (Errata Naturae) sostiene que «los hijos de la ultraizquierda» militan en los bloques autónomos o black blocs, mediante los cuales «agitan las manifestaciones» y «se levantan contra las obras que desfiguran los paisajes o perjudican la vida cotidiana de los menos favorecidos». Bourseiller define la ultraizquierda como «la vanguardia de los gerentes ecológicos», aquellos que «organizan la ayuda a los sin papeles» o participan en el «antifascismo radical» y «se encuentran en la primera línea de los bloqueos en las facultades». «Se trata de una minoría activa, que alimenta su reflexión con una historia rica y paradójica», escribe.

La alarma que despierta el concepto «extremo» en la opinión pública también sirve para diluir el impacto de algunas informaciones sobre la infiltración de miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en movimientos considerados de ultraizquierda o independentistas. En los últimos meses, medios de comunicación como La Directa y El Salto, han destapado varios casos de agentes infiltrados en grupos sin que haya habido ninguna consecuencia para los mismos.

Esto contrasta con el trato de favor que recibe, por ejemplo, una empresa como Club Desokupa, liderada por Daniel Esteve, conocido por sus declaraciones ultraderechistas y xenófobas, que acaba de firmar un acuerdo para formar a los agentes del sindicato policial SUP, considerado progresista hasta hace no demasiado. El paralelismo con la política es claro: si la aritmética parlamentaria lo hubiera permitido, Macron no habría tenido grandes reparos en nombrar primer ministro al candidato del RN, Jordan Bardella. Pero a Lucie Castets, ni hablar. Así pues, hay un extremo real (el que representan RN o Vox en España) que entra en las instituciones y otro extremo imaginario (la izquierda) sin acceso a las instancias de poder.

En la imposición de un concepto tan distorsionado como el de «extrema izquierda» tienen bastante que ver los medios de comunicación, donde es tan habitual ver a personajes como Esteve como oír las llamadas de alarma ante la llegada del terror rojo. Y se trata, además, de un fenómeno global. «Kamala Harris da un giro de 180 grados con varias políticas de extrema izquierda y se distancia de Biden», titulaba el noticiero estadounidense Fox News a mediados de agosto. «¿Es La Francia Insumisa un partido de extrema izquierda?», se preguntaba, por su parte, Le Monde.

El «comunismo», del que todo el mundo habla pero que nadie ha visto, también se asomó al Parlament catalán durante el pleno de investidura de Salvador Illa como president de la Generalitat. El pasado 8 de agosto, el portavoz de Junts, Albert Batet, dijo al líder del PSC que no contara con su formación para asegurar la estabilidad del Govern: «[Ahora] se tiene que tragar a los Comuns y al comunismo», le espetó. Minutos después, Alejandro Fernández, del Partido Popular, acusaba a Illa de estar dispuesto a hacer suyas «la turismofobia y la cultura del no a todo y el perroflautismo contemplativo de la extrema izquierda catalana».

En España, el portavoz del PP, Miguel Tellado, también retorcía la realidad política el pasado mayo al afirmar que «nos gobierna la extrema izquierda, porque Sánchez y el PSOE ya son extrema izquierda». Este exceso dialéctico sirve para enmascarar una de las características del PP: la de no establecer cordones sanitarios frente a la extrema derecha, algo habitual, por ejemplo, en Alemania.

Muy al contrario, el partido liderado por Alberto Núñez Feijóo ya ha pactado con Vox la entrada de esta formación en múltiples ayuntamientos y gobiernos autonómicos, además de otorgarle la presidencia de los parlamentos de Aragón y de Baleares. Santiago Abascal, líder de la formación ultra y socio del PP en muchos territorios, dijo que se alegraba «mucho» del éxito obtenido en las elecciones de Turingia y Sajonia de Alternativa para Alemania (AfD), un partido en el que militan destacados neonazis. En los extremos también hay clases.

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Comentarios
  1. Como me ha gustado la definición de Steven Forti sobre la diferencia entre la extrema derecha y la izquierda radical.
    Gracias Gus.

  2. Hay dos matices importantes: No sólo el movimiento ecologista es ahora la punta de lanza anticapitalista, también el feminismo, y de hecho el ecofeminismo, en la línea de Yayo Herrero. También el feminismo abolicionista de toda explotación sexual y reproductiva de las mujeres.
    Y falta la posición de Steven Forti, quien destaca que la diferencia entre la «extrema derecha» y la «izquierda radical» es que la primera vacía de contenido la democracia y la segunda la llena.

  3. «el poder económico confiesa abiertamente sentirse más a gusto con gobiernos neofascistas de corte autoritario que con ejecutivos de izquierda democrática».
    Vaya descubrimiento. El fascismo y la ultraderecha son, si se les puede llamar así, el «ejército político y criminal» del capital.
    Lenin, Durruti y otras grandes figuras de la izquierda lo tenían claro.
    El capital y su ejército saben que lo que queda de la auténtica izquierda en estos momentos está encarcelada, perseguida y asfixiada. Y en estos momentos se está practicando verdadero acoso y toda clase de juego sucio con todas aquellas válidas personas comprometidas con un mundo más justo, especialmente ecologistas, periodistas y sindicalistas.
    Desde que consiguieron derribar a la URSS, el capitalismo se ha hecho el amo del mundo y hoy constituye la peor dictadura del mundo, la más genocida, la más destructora, la más saqueadora, responsable del cambio climático, de la emigración, de las mayores injusticias…
    Gracias a la incesante manipulación y engaño que ejercen capitalismo, fascismo y ultraderecha, han conseguido convertir las mentes pensantes en soporíferos rebaños dóciles así que para confundir a estas mentes y llevar el agua a su molino llaman comunista u extrema izquierda incluso al centro derecha con la calculada mala intención de que les consideren a ellos el centro, o los progres. Y parece ser que cuela en estas mentes colonizadas.
    No es la presidenta del Parlamento europeo von der Leyen, de familia nazi, y ella misma corrupta e inepta?

  4. De una manera muy breve os voy a explicar mi visión sobre el asunto.
    Si el PSOE es de izquierdas yo soy de extrema izquierda, la realidad es que ninguna de las dos cosas es verdad. Solo se trata de manipular el lenguaje para confundir a la opinión pública, y en general lo consiguen.

  5. La única izquierda que existe es anarquista, es comunista combativa no el pce , es ecologista,es decir no es ni psoe,ni sumar,ni podemos, ni eh bildu,estos son socialdemócratas y como tal están al servicio del capitalismo,de la UE, de la Otan.
    Además son los que están allanando la llegada del fascismo al poder, vendiendo humo como vendeobrerxs que son.
    La extrema izquierda no existe como lo dice en el artículo, solo existe la izquierda y ya nombre quien puede reivindicarse de ella.

    Como dijo Durruti :construiremos un nuevo mundo sobre las cenizas del viejo mundo.
    Solo falta encender la chispa para que empiece el incendio del viejo mundo.
    Salud y anarkia!!!

  6. EL CABILDO DE TENERIFE EN DEFENSA DEL MONUMENTO A FRANCO
    ¿Podrá España alguna vez romper con el régimen franquista?
    El Cabildo de Tenerife ha iniciado los trámites para proteger el monumento a Franco, una decisión que aviva la polémica sobre la preservación de los vestigios franquistas en España. A pesar de las leyes de memoria histórica, los símbolos de la dictadura continúan en pie, protegidos por tecnicismos judiciales y la inacción institucional.
    (Canarias Semanal)

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