Cultura

‘Los destellos’ iluminan el camino hacia los Goya

Pilar Palomero, en su película más política, entra de lleno en una cuestión fundamental de la agenda feminista: los cuidados.

Patricia López Arnaiz en una escena de 'Los destellos'. LAIA LLUCH

Los destellos, la nueva película de Pilar Palomero, supone una magnífica vuelta de tuerca en la carrera de la cineasta aragonesa, directora también de Las niñas (2020) y La maternal (2022). La película –probablemente la más personal y madura de Palomero hasta la fecha–, está basada en el relato “Bihotz handiegia” (“Un corazón demasiado grande”) de la escritora vasca Eider Rodríguez.

Pilar Palomero ha descrito la película como una obra “que se toma su tiempo”, y ese ritmo pausado es esencial para la experiencia espectatorial que propone, porque, al igual que en Els dies que vindran (2019) Carlos Marqués-Marcet nos hacía esperar el inicio de la vida, en Los destellos se nos hace acompañar otra espera: la de la ausencia. Y en esa espera se nos ofrece una historia que avanza sin prisas ni acelerones, que no tiene giros de guion inesperados, y cuya trama no pivota alrededor del miedo a morir o a perder a un ser querido, sino que se centra en el acompañamiento, la dignidad e, incluso, la alegría y la plenitud que también se experimentan en ese tránsito.

Como ya hiciera hace más de 20 años Isabel Coixet con Mi vida sin mí, pero esta vez sin punto de fuga posible, Palomero recupera el leitmotiv de la muerte para hablarnos de la vida en sus últimos compases, unos compases que en esta película suenan al pasodoble Perla preciosa y al A tu vera, de Lola Flores, que subrayan dos de las escenas más intimistas y visualmente hermosas del largometraje.

Claroscuros, contraluces, penumbra…, destellos que salpican la narración desde el primer plano, la grieta que se abre en medio de la tristeza… Los destellos es una película con una propuesta estética llena de delicadeza y belleza, donde la fotografía y la luz se personifican y adquieren un protagonismo excepcional dentro del relato, con planos y encuadres medidos al milímetro, como ya sucedía en trabajos previos de la directora, como los cortometrajes La noche de todas las cosas (2015), Horta (2017) o Agenda 1958 (2019).

La tierra

Uno de los aspectos más sugerentes de Los destellos lo encontramos en la relación entre los personajes y el entorno natural. El paisaje, la tierra, el sol que acaricia la piel, se convierten en elementos de sanación, de alivio ante la angustia del momento vital que atraviesan los protagonistas de esta historia. El espacio exterior actúa, así, como contrapunto a la enfermedad y al deterioro, ofreciendo una bocanada de aire fresco, un refugio donde los personajes recuperan fuerzas y aliento y se encuentran a sí mismos.

Porque, si algo destaca en Los destellos, son las escenas intimistas, como aquella en la que Isa (interpretada por una espléndida Patricia López Arnaiz) y Nacho (un inesperado y sorprendente Julián López, muy alejado de su registro habitual y despojado de cualquier estereotipo) conversan entre susurros en la cama. Esa secuencia que podría parecer intrascendente encapsula la autenticidad de la película: es un momento de verdad pura, sin artificios, donde las emociones se transmiten a través de gestos mínimos y cómplices.

Los destellos
Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre en ‘Los destellos’. LAIA LLUCH

Lo mismo sucede con la relación entre Isa y su ex, Ramón (otro personaje inolvidable para el acervo de Antonio de la Torre), marcada por un profundo conocimiento mutuo, a pesar del distanciamiento, que se plasma con suma ternura en una escena coral de despedida entre amigos y vasos de cazalla, o el amor desbordante de Madalen, la hija de ambos, que trasciende todo manido conflicto intergeneracional, recitando un simbólico fragmento de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, del que aquí reproduzco solo unas líneas: “Platero, tú nos ves, ¿verdad? ¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría, el agua de la noria del huerto; cuál vuelan, en la luz última, las afanosas abejas en torno del romero verde y malva, rosa y oro por el sol que aún enciende la colina?”.

La última película de Pilar Palomero es, en definitiva, una historia sobre cuidados cruzados y vínculos humanos; un relato sobre la interdependencia y la reciprocidad, sobre la soledad y el deterioro, sobre la empatía, la presencia… “Y tú, ¿tienes quién te cuide?”, le pregunta Pablo (el médico de paliativos) a Isa tras una visita domiciliaria a Ramón. Y esta sencilla pregunta es lo que hace de este filme el más político de la carrera de Palomero hasta la fecha, porque con ella la cineasta entra de lleno en en una cuestión fundamental de la agenda feminista: los cuidados. Porque, ¿qué son?, ¿quién cuida a quién?, ¿son tal vez un deber?, ¿una carga?, ¿podrían llegar a ser un regalo recíproco que nos hacemos entre todes porque, realmente, nos va la vida en ello?, ¿una necesidad compartida que nos une en la vulnerabilidad?, ¿cómo afecta la fragilidad de las redes de apoyo comunitarias al final de la vida?, ¿cómo enfrentamos la muerte en una sociedad donde el dolor ajeno parece haberse invisibilizado?

Por otra parte, poco más que añadir que no se haya dicho o escrito ya sobre las actuaciones de esta película donde Patricia López Arnaiz se alzó con la Concha de Plata en el festival de San Sebastián por esa inconmensurable Isa que sostiene el dolor propio y ajeno desde la firmeza y el cariño, y ese Antonio de la Torre desnudo, frágil y dependiente, cuyo personaje se toma su tiempo en aparecer, pero también en morir para regalarnos escenas memorables como la del paseo nocturno en silencio por el campo de olivos, en la que Isa sostiene con fuerza el brazo de Ramón para que este no caiga en un tropiezo; una escena que es metáfora de la contención emocional que atraviesa toda la película, que refleja la calma ante lo inevitable.

La respiración fatigada de Ramón, el tictac del reloj en su casa, los silencios, las miradas, los planos detalle de objetos cotidianos… Todo ello marca el ritmo de esta historia que huye en dirección contraria a la agonía y donde la muerte se presenta con franqueza, sin aditivos ni hipérboles ni dramatismos. Porque Los destellos de Pilar Palomero no es una obra grandilocuente, sino un bello relato universal e íntimo, cargado de sutilezas, que aun sin saberlo nos habla de nuestras propias vidas y sus posibles finales.

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