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Cervantes y el mundo mediterráneo
En ninguna obra literaria europea contemporánea se puede hallar un panorama social y cultural de tanta amplitud y tratado con tal distanciamiento, ecuanimidad y conocimiento de lo narrado
Cervantes viajó por Italia y el Mediterráneo entre 1569 y 1580 -los últimos cinco años cautivo en Argel- desde apenas veinteañero hasta que tenía 33 años. Es decir, sus años principales de juventud y formación. Era el momento, además, de máximo clasicismo del Siglo de Oro español y del máximo poder del rey de España, Felipe II. Un contacto con una realidad de incalculable valor para su obra literaria posterior, impregnada de verismo, de verosimilitud, como él decía. De ahí la viveza de los diseños de personajes y situaciones, sobre todo de gentes de frontera, mercaderes, viajeros, esclavos, gobernantes y gente en busca de fortuna y supervivencia, y también judíos, turcos, moriscos, muladíes o renegados, cristianos o musulmanes nuevos, nobles y plebeyos y, sobre todo, la gente en general y sus relaciones profesionales y amorosas. En ninguna obra literaria europea contemporánea se puede hallar un panorama social y cultural de tanta amplitud y tratado con tal distanciamiento, ecuanimidad y conocimiento de lo narrado.
Ese abordaje de la realidad mediterránea lo desarrolla tanto en su narrativa –novelas ejemplares o el Quijote – como en el teatro, en donde alcanza máxima expresividad en cuatro piezas fundamentales, Trato de Argel, El gallardo español, Los baños de Argel y La Gran Sultana. En la primera de éstas, sobre todo, el protagonismo principal es la trata de mano de obra esclava, de alguna manera el comercio de energía, tal el petróleo hoy, y el surgimiento de un nuevo hombre de negocios moderno, experto en empresas muy rentables, que dice que ha hecho del interés económico su nuevo dios. Y aprovecha para elaborar toda una genealogía de esa modernidad vital y financiera que luego se denominaría capitalismo comercial, en la que la acumulación de oro y la guerra pasan a ser sus motores máximos, y cuya figura más emblemática pasa a ser el corsario muladí. De alguna manera, un antisistema que se va convirtiendo progresivamente en el nuevo sistema de la modernidad.
Esos tiempos nuevos consigue Cervantes abordarlos en un discurso que a medida que pasa el tiempo se entiende mejor, tomando como motivo el clásico mito de la Edad de Oro. Casi todos sus contemporáneos humanistas y barrocos lo abordaron también, por ejemplo Shakespeare en La Tempestad, Tomás Moro o Montaigne. Cervantes, en su abordaje más explícito y brillante, lo hace en verso y para el teatro, y convierte esa pieza teatral en un espléndido ejemplo de lo que pudiéramos llamar “literatura de avisos”, o literatura destinada a informar sobre el otro, una suerte de literatura de la frontera, en este caso desde la frontera berberisca, que en realidad se puede aplicar al nuevo mundo colonial naciente. Una literatura de conquistadores y gobernadores coloniales, de viajeros y espías, que hoy puede presentarse incluso como preperiodismo o servicios de información; pero puesta a disposición de todo el mundo en los corrales de comedias, tal el cine hoy, el espectáculo más popular naciente en su forma moderna más clásica y refinada.
He aquí el arranque de la reflexión que hace en Trato de Argel, que es la pieza teatral a la que me refiero, con un endecasílabo definitorio o proverbial: “De pérdida y de ganancia es este trato”, en boca del corsario muladí veneciano Hasán. El discurso de la Edad de Oro lo pone en boca del cautivo Aurelio:
«¡Oh sancta edad, por nuestro mal pasada
a quien nuestros antiguos le pusieron
el dulce nombre de la Edad dorada!
¡Cuán seguros y libres discurrieron
la redondez del suelo los que’n ella
la caduca mortal vida vivieron!
…
Entonces libertad dulce reinaba
y el nombre odioso de la servidumbre
en ningunos oídos resonaba.
Pero, después que sin razón, sin lumbre,
ciegos de la avaricia, los mortales,
…
descubrieron los rubios minerales
del oro que en la tierra se escondía,
ocasión principal de nuestros males,
éste que menos oro poseía,
envidioso de aquel que, con más maña,
más riquezas en uno recogía,
sembró la cruda y la mortal cizaña
del robo, de la fraude y del engaño,
del cambio injusto y trato con maraña.
Cervantes cuenta en sus últimos textos, los que redacta pocos días antes de morir en 1616, que no son los tiempos unos y que a él le gusta escribir como en profecía. Dos afirmaciones de calado, en las que el autor piensa en la posteridad, y entendiendo por profecía lo que hace hoy un analista político o financiero de los que no cesan de profetizar maravillas o desgracias, casi siempre sin fundamento; lo que no es su caso. Una lección cervantina más.
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Emilio Sola Castaño es profesor de Historia Moderna de la Universidad de Alcalá. Antes lo fue en las Universidades Complutense y Autónoma de Madrid (1969-1976) y la Universidad de Orán (Argelia, 1976-1984). Su último libro, Uchalí, el Calabrés Tiñoso o el mito del corsario muladí en la frontera (Barcelona, Bellaterra, 2011). También es escritor, accesit de poesía Adonais de 1974 y premio Café Gijón de novela corta en 1984. Coordinador de la plataforma Archivo de la Frontera.