Las estadísticas sobre las horas de trabajo no remuneradas –esto es, hablemos sin eufemismos, robadas a los trabajadores– hay que tomarlas como lo que son, una estimación, con el inevitable sesgo de que quienes tienen que suministrar esta información, las empresas, la infravaloran o directamente la ocultan. De modo que las cifras reales serán, seguramente, más elevadas.
Con todo, es muy relevante comprobar que su número se mantiene prácticamente estable, tan sólo se ha registrado un leve descenso; y esto después de que el Gobierno aprobara a mediados de este año –como siempre, presentada a bombo y platillo– una normativa destinada a controlar y penalizar esta práctica, bastante extendida, por cierto, entre nuestras empresas.
Las estadísticas, con todos sus límites, resultan, en todo caso, reveladoras de la ausencia de mecanismos de control eficaces –¿de voluntad política?– para enfrentar estos comportamientos abiertamente ilegales. Controles más exigentes y sanciones más duras contra los que infringen la ley en su propio provecho, no queda otra.
Los datos también nos hablan de una cultura empresarial basada directamente en el espolio de los trabajadores. Lo mismo cabe decir de la denominada «contención salarial», que, para entendernos, casi siempre significa salarios que pierden capacidad adquisitiva o que los sitúan cerca o por debajo de los niveles de pobreza.
Cuando se habla de competitividad y de las (supuestas) bondades de la misma –el reciente informe Draghi está repleto de consideraciones y recomendaciones dirigidas a que la Unión Europea se renueve y se fortalezca con este motor, del cual hace depender en buena medida la consistencia y futuro del denominado proyecto comunitario– hay que saber que estas prácticas depredadoras forman parte de facto de las políticas competitivas. No reflejan el lado oscuro o cruel del capitalismo, sino su quintaesencia.
Con todos los límites, que acabo de resumir, el asunto de las horas extraordinarias no retribuidas abre un debate fundamental, debiera serlo especialmente para las organizaciones sindicales (las grandes pasan de puntilla sobre el mismo): las sustanciales transformaciones que se están registrando en el contenido de la jornada laboral dentro de las empresas.
Me refiero en este caso, por señalar algunos ejemplos significativos, a los cambios, a menudo impuestos, no sólo en materia de horarios sino también los referidos a los ritmos y plazos de ejecución de las tareas, a los tiempos de descanso, a la disponibilidad de los trabajadores fuera de la jornada pactada, a su movilidad y encaje en las diferentes tareas, a los cambios en los horarios…
Las estadísticas macro relativas a los salarios, el empleo y el desempleo (sobre las que también hay un debate esencial que cuestiona el desmedido optimismo del Gobierno a la hora de presentarlas) no captan estos procesos que son, de hecho, piezas clave de la reestructuración del tejido empresarial, no sólo en la economía española.
¿Tomarán nota las organizaciones sindicales de este nuevo escenario y actuarán en consecuencia? Esto es lo que toca: recoger información para entender mejor cómo se está reestructurando el capitalismo y, lo más importante, movilizar a los trabajadores en defensa de unas condiciones laborales decentes.