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Falafel de Alepo para los refugiados que llegan a Melilla
Junto a la pequeña verja del campo de golf, Alali y sus compañeros han montado un puesto de comida. Cada vez más sirios optan por la vía de Melilla para huir de la guerra
MELILLA // Cuando 13 morteros tiraron abajo el inmueble que se ubicaba frente a la vivienda de Adnan Alali, este decidió que ya era suficiente. Residía en el barrio de Maydan, en Alepo (Siria), zona controlada por el Ejército de Bachar Al Assad y ubicada en la línea del frente. No podía arriesgarse más y no parece que la guerra, que ya se ha cobrado más de 240.000 vidas, pudiese darle un respiro. «Demasiadas bombas, demasiado peligro». Así que hizo las maletas, se metió en el coche con su mujer y sus tres hijos y se puso rumbo a Beirut. Todo un peregrinaje. Más de 18 horas y diferentes checkpoints, desde los controlados por el régimen de Damasco hasta los custodiados por los restos del Ejército Libre Sirio o el Estado Islámico.
«En Alepo tenemos toda la guerra concentrada», ironiza con amargura. En Líbano no podía quedarse mucho tiempo. Allí, los refugiados sirios son huéspedes incómodos para un país ya de por sí dividido y al que el conflicto en el país vecino lo tiene sometido a una fuerte presión. Descartado Egipto, que persigue a los exiliados desde el golpe de Estado que depuso a Mohamed Mursi en 2013, la familia Alali optó por Argelia. «No nos pedían visado, aunque ahora han comenzado a solicitarlo», explica. Un año vendiendo cosméticos por las calles de Argel le convenció para dar otro paso. La vía europea a través de Melilla. La tercera salida. Las otras son por el norte, a través de Turquía, o por mar, en inmensas barcazas que muchas veces quedan a la deriva y dependen de la pericia y la suerte de los guardacostas.
Al contrario que las anteriores, la ruta del norte de África era poco explotada hasta hace relativamentente poco tiempo, pero ahora se empieza a generalizar. De hecho, unos 40 sirios cruzan diariamente la frontera, según datos de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. La posibilidad de obtener el estatus de refugiado y la perspectiva de saltar hacia Alemania o Suecia han convertido a la ciudad autónoma en uno de los nuevos destinos de los refugiados sirios. Actualmente el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), siempre saturado, acoge a unas 1.500 personas, según explica Teresa Vázquez, de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (Cear). Cada vez son más los sirios que se hacinan en este espacio a la espera de ser conducidos a Madrid.
El interior de una tienda de campaña en el CETI.
«Antes era arquitecto y ahora hago falafel. Si te gusta algo, como a mí me gusta trabajar, sabes que al final las cosas salen bien». Alali intenta poner buena cara a su tragedia. Apenas lleva diez días en el edificio que acoge a los recién llegados y ya se ha montado, junto a otros compatriotas, un pequeño negocio en el exterior. Concretamente en una explanada que se ubica entre el CETI y el infame campo de golf, que puede ser todo lo legal que el Ayuntamiento y sus usuarios digan pero que se extiende a lo largo de la valla como una innecesaria exhibición de abundancia.
Junto a la pequeña verja del green, Alali y sus compañeros han montado un puesto de falafel. Una gran sartén, un hornillo de gas y productos mediterráneos. La cantina funciona aunque caiga el diluvio. Eso, siempre que a la Policía no le dé por desmantelarlo. Allí, con su fogón improvisado, esperan. Tampoco tienen otra cosa que hacer. Mientras, muestran las fotografías de la vida que tuvieron. Como Ammar Hadanni, originario de Darayaa, un suburbio de Damasco, que enseña en el móvil su vivienda venida abajo. «Está todo destruido. Nadie puede vivir ahí», dice. Todo un contraste con el enorme coche decorado con un lacito que su tío le regaló para su boda, antes del inicio de la guerra. Todavía guarda la imagen. Quién sabe qué habrá ocurrido con el vehículo.
No es casualidad que los sirios opten por la vía de Melilla. Sólo es necesario tener suficiente dinero para llegar a Marruecos y pagar los pasaportes falsos con los que cruzan la frontera. Al compartir rasgos con los vecinos de Nador, se pagan 2.000 dólares por un documento de esta provincia del reino alauí, cuyos habitantes tienen permiso para acceder a la ciudad autónoma sin visado. En el caso de los menores el precio baja a 800. Hace un año, los sirios llegaron a quedarse atrapados en Melilla. Sin embargo, el Gobierno español ha terminado por ceder a las presiones de organizaciones humanitarias como Acnur y facilita el estatus de refugiado, lo que reduce la estancia a una media de dos meses. También es verdad que otras vías se van cerrando y crecen los países que los rechazan. «Todos los países árabes son escoria», dice Hadanni, pisando con fuerza en el suelo. «EEUU creó Daesh y Arabia saudí vendió su alma. Ahora en Siria todo el mundo se mata», asegura. Se escuchan críticas a todos: a Bachar Al Assad, al Estado Islámico, a «los terroristas», en referencia a Jahbat Al Nusra. Aunque tampoco se entra a profundizar. Nunca se sabe quién es el exiliado que comparte catre contigo y puede que, hace no tanto, empuñase un arma en el sentido opuesto al tuyo.
Refugiados kurdos en el interior de la tienda de campaña del CETI.
Asilo negado
La diferencia entre los refugiados sirios y los subsaharianos es evidente. Sobre todo porque el Ejecutivo español se niega a considerar a estos últimos como posibles demandantes de asilo, pese a que según Acnur el 60% de aquellos que intentan saltar la valla proceden de países en conflicto, como Malí, y podrían solicitar la acogida. Aquí la raza, desgraciadamente, juega un papel importante. Los rasgos negros no cuelan a través de la frontera y la recién estrenada oficina de asilo está en territorio español, por lo que hay que superar la infame triple verja, el foso y el acoso tanto de las Fuerzas Auxiliares marroquíes como de la Guardia Civil. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, llegó a asegurar que los subsaharianos no pedían asilo porque «saben que no tienen derecho». Se le olvidó decir, como sabe cualquier residente en el CETI, que la Administración dilata los tiempos de entrega de la documentación para hacer que desistan. Entrampándolos en Melilla pretende lanzar el mensaje de «no vengáis» a aquellos que aguardan en el monte Gurugú, a escasos kilómetros de la valla.
Pese a las dificultades, nadie desiste. Todos tienen el norte de Europa como horizonte. Alali y Adani tienen pensado llegar a Alemania. Allí no conocen a nadie. No saben qué se encontrarán. Pero tienen claro que esa perspectiva es mejor que la de seguir jugando a la ruleta rusa entre edificios que cualquier día pueden venirse abajo en un bombardeo.