Opinión | Política
Junts per Catalunya, la derecha camaleónica (que siempre fue de derechas)
A Junts ya no le interesa mantenerse en la “ambigüedad”, escribe Guillem Pujol. Los nuevos tiempos soplan “por la derecha” y en ese territorio “Junts se siente como en casa”.
Al final de la película Sospechosos habituales, clásico del género del thriller dirigido por Bryan Singer, se produce uno de los mayores giros de guion que se recuerdan. Su frase de cierre (que no explicaremos por si alguien desea verla) sigue siendo una referencia de culto: “Dicen que el mayor engaño jamás creado por el diablo fue convencer al mundo de que no existía”. El cine, como todo arte, es un terreno fértil para el entretenimiento, la reflexión y la política. Partiendo de una problemática concreta, se puede indagar de manera sutil y metafórica en los más profundos terrenos de la vida y la naturaleza humana. Pero hablemos de Junts per Catalunya.
La semana pasada los inquilinos de toda España se llevaron las manos a la cabeza al ver que el partido de Carles Puigdemont votaba en contra –conjuntamente con PP, VOX y UPN– de una iniciativa legislativa que hubiera limitado parte de los abusos de precios que inmobiliarias y caseros imponen a los arrendatarios. A nadie sorprendió el voto negativo de la derecha y la extrema derecha española y navarra. Al fin y al cabo, es coherente que la derecha se comporte como se espera de ella; sin embargo, a algunos les sorprendió que Junts per Catalunya se uniera a la fiesta de la derecha, precisamente en un tema tan sensible como el de la vivienda. Cabe recordar que fue Cataluña la única comunidad autónoma que, por ahora, ha sido declarada territorio tensionado según la Ley 12/2023, de 24 de mayo, por el Derecho a la Vivienda con la intención de frenar el alza de los precios.
La explicación que dieron desde Junts para justificar la dirección de su voto fue que aprobar la medida supondría una invasión competencial del Estatut de Autonomía de Catalunya, pero fue una excusa tan barata que no convenció ni a Miriam Nogueras, diputada portavoz de Junts en el Congreso. No, la realidad es otra: votaron en contra porque Junts per Catalunya es el partido que defiende al empresario frente al trabajador, que desconfía de los sindicatos, y que ve en los movimientos sociales los enemigos de sus intereses de clase. Junts es el principal partido de la derecha catalana, y ese dualismo entre la apariencia de verdad y la verdad misma es el principal rasgo definitorio de Junts per Catalunya. En clave de política estatal, se podría afirmar, sin mucho margen de error, que Junts per Catalunya es a Aliança Catalana lo que el Partido Popular es respecto a VOX.
Pero la percepción ciudadana sobre la formación liderada por Carles Puigdemont es otra. El mayor engaño de Junts per Catalunya fue convencer a los catalanes de que no eran tan de derechas como realmente son. La década de procés ha confundido los ejes tradicionales de izquierda-derecha, puesto que el derecho de autodeterminación ha estado indiscutidamente enmarcado dentro de una lógica emancipatoria y ha anulado la importancia de los debates sobre los derechos sociales o la redistribución de los recursos. Esto ha sido así, en gran parte, porque los antagonistas del procés han sido –y todavía son– el PP, VOX, y Ciudadanos. Y como alguien dijo de manera acertada, el valor de uno se puede medir con el valor de sus enemigos.
Este viraje en la ideología de Junts per Catalunya puede observarse en la evolución de la autopercepción ideológica de los catalanes, que en una década han pasado a considerarse bastante más de izquierdas de lo que eran en la década anterior. Y Junts se ha aprovechado de ello para hacerse pasar por una fuerza moderada-progresista, enlazando con el sentimiento mayoritario del pueblo catalán.
En 2014, según datos del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), los votantes de Convergència i Unió (partido matriz del cual surge Junts per Catalunya) se ubicaban en un 5,64 sobre 10, donde 1 representa la extrema izquierda y 10 la extrema derecha. Por aquel entonces, la media de la ciudadanía catalana se ubicaba en un 4,68. En 2019, los distintos barómetros situarían la media de la población catalana alrededor del 3,6, mientras que Junts per Catalunya se posicionaría alrededor del 4 a ojos de la gente y, sobre todo, de sus votantes. Pero, al igual que se puede ser misógino y votar a la izquierda, también se puede querer la independencia y votar en contra de las clases populares en materia de vivienda. O difundir un discurso racista próximo al de Aliança Catalana, como hace Junts per Catalunya en muchos municipios.
Pero, ¿qué es Junts per Catalunya?
Junts per Catalunya se puede dividir en dos grandes bloques: el primero, formado por antiguos cuadros de Convergència i Unió y que mantienen (y eso es importante) las formas y modos de hacer política del antiguo partido hegemónico de Cataluña. Básicamente: gente liberal-conservadora, nacionalista, y de un perfil democristiano. En esta línea se podrían ubicar figuras como el antiguo conseller de Economía y Hacienda de la Generalitat, Jaume Giró, quien anteriormente fue director general de la Fundació La Caixa. O el actual regidor de Junts en el Ayuntamiento de Barcelona y también exdiputado, Ramon Tremosa. En algunos de estos cuadros tradicionales de la derecha hegemónica catalana, la vertiente conservadora puede ser más relevante que la (neo)liberal y viceversa, pero en general el recetario ideológico es el que se construyó, con Jordi Pujol a la cabeza, a imagen y semejanza de la Christlich Demokratische Union Deutschlands (CDU), el partido político que lideró Alemania en la década anterior con Merkel a la cabeza.
Pero el procés permitió que otro perfil juntista tomara el control del que había representado el establishment catalán, que gobernó de manera ininterrumpida durante 23 años. Este perfil no es, ni mucho menos, que expresara ideas social-comunistas; simplemente dejaron de hacer de las ideas liberal-conservadoras su carta de presentación. Camuflados bajo la estelada, Junts per Catalunya fue nutriéndose de políticos como Quim Torra (expresidente de la Generalitat), Aurora Madaula, Laura Borràs o el propio Carles Puigdemont. Claramente, este blanqueo ideológico fue facilitado por el apoyo intermitente, pero constante, de la CUP, un partido explícitamente anticapitalista. La palabra “español” se convirtió, en boca de muchos, en un sinónimo de opresor. Y ser independentista insufló la falsa ilusión de ser, a modo cheguevaraguesco, parte contingente de un proceso revolucionario tan justo como lo fue la revolución cubana.
A nivel ideológico, sin embargo, no hay diferencias entre unos y otros. Tan de derechas es Jaume Giró como Carles Puigdemont. No hay ningún debate interno cuando se deben de entorpecer los derechos del migrante o del inquilino. Pero el fin del procés es también el fin de la ideología camaleónica de Junts per Catalunya. Ahora Junts per Catalunya ya no puede continuar manteniéndose en esa ambigüedad, aunque la realidad es que tampoco le interesa. Los nuevos vientos de cambio soplan por la derecha, con un discurso cargado de tintes antiinmigratorios, acompañado por el miedo infundado a la ocupación y la inseguridad. Y aquí, huelga decir, Junts per Catalunya se siente como en casa. La casa que siempre habitó.