Política

Ada Colau, el activismo en la alcaldía: un legado para la historia de Barcelona

Ada Colau deja la primera línea de la política y un legado marcado por la lucha contra los poderes más fuertes y una transformación urbana sin precedentes

Ada Colau, exalcaldesa de Barcelona, en un acto de Sumar. ALBERTO GARDIN ( SOPA IMAGES vía REUTERS

Este artículo se ha publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

La semana pasada, Barcelona en Comú anunciaba que Ada Colau dejaba la primera línea de la política después de diez años al frente de la formación, ocho de los cuales ejerció como alcaldesa de la ciudad. Aún no es el momento de los biógrafos, ya que la carrera política de Ada Colau no ha terminado. Estará vinculada a la Fundación Sentido Común y, quién sabe, si más adelante, después de una temporada fuera de la primera línea, querrá implicarse de nuevo en la política representativa. Pero vale la pena detenerse a repasar la trayectoria singular de una política especial: la única mujer que ha sido alcaldesa de Barcelona en toda su historia.

La entrada en política de Ada Colau generó una ilusión inusual en el mundo de la política institucional. Una ilusión que se explica, en parte, por el contexto histórico concreto del momento, ya que Colau supo conectar con el descontento que se había explicitado en el ciclo de movilizaciones del 11-M. Pero también por su capacidad de encarnar dos valores aparentemente antagónicos en la forma de expresarse políticamente: la rabia de una generación a la que el neoliberalismo había robado la posibilidad de imaginarse un futuro digno, con una alta dosis de optimismo necesario para implicarse y cambiar la realidad existente.

Esto último, claro, sin caer en el pensamiento mágico y naif que se expandía progresivamente en Cataluña. Colau era capaz de señalar las cosas por su nombre, y eso ya la hacía ser una política diferente. La victoria electoral del año 2015 sacudió el tablero político de una manera sin precedentes en política. Nunca una formación de nueva creación había logrado penetrar en el dominio bipartidista de la ciudad del PSC y la antigua CiU. Aprovechando parte de la estructura de ICV y rodeada de un grupo híbrido entre académicos como Joan Subirats, Barcelona en Comú llegó hasta donde Podemos había soñado.

Se dice que el valor de un político se mide por la fuerza de sus enemigos, y los de Colau han sido múltiples y poderosos. Durante sus mandatos como alcaldesa, Barcelona en Comú se ha enfrentado a varias querellas y causas judiciales, la mayoría presentadas por inmobiliarias o fondos buitres, como la interpuesta por la Inmobiliaria Juninmo, descontenta por la gestión de la administración que logró detener el desahucio de un inquilino en situación de vulnerabilidad. O la de la empresa London Private Company, temerosa de la voluntad de expropiar la Casa Buenos Aires de Vallvidrera para construir vivienda pública y equipamientos para personas mayores.

Aunque quizás la denuncia más sonada proviene de Agbar, porque Barcelona en Comú —con Colau a la cabeza—, coherente con el sentido común de nuestros tiempos, intentó poner freno al negocio especulativo de un bien tan esencial como el agua. Si bien la mayoría de las causas han ido cayendo de manera sistemática, el valor de estas va más allá de la sentencia, sea condenatoria o absolutoria. Colau mostró a la ciudadanía que lucharía contra aquellos a quienes el poder político nunca se atreve a molestar, y con estas acciones logró algo aún más importante: recuperar un cierto orgullo popular barcelonés, una manera de sentirse de la ciudad radicalmente diferente a la de sus predecesores.

Con el tiempo vinieron algunas críticas desde la izquierda, siempre exigente y vigilante —como debe ser—, a la vez que se acentuaba el ataque desde los principales medios de comunicación. Pero por suerte, el legado de los años de Colau no necesita editoriales que la defiendan. Está presente en la transformación urbanística de la ciudad, en la creación de cientos de nuevos carriles bici, en el incremento de plazas para guarderías, en haber mantenido (y disminuido) el precio del transporte público, en la creación de una eléctrica pública, o en el sustancial incremento en la construcción de vivienda pública. Y, sobre todo, en la memoria de una generación que contará que en aquella ocasión, y contra todo pronóstico, sí que se pudo.

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Comentarios
  1. El gran momento de Colau fue cuando dijo que alguien se había fijado una vez en ella en un bar, o algo así.

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