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Crimea, un año después
La arquitectura de seguridad mundial –y éste es un hecho que conviene subrayar– quedó dinamitada años atrás con el bombardeo de la OTAN a Yugoslavia en 1999
MOSCÚ // La rapidez de los acontecimientos sorprendió a todos. El 22 de febrero, tras más de dos meses de protestas en la Plaza de la Independencia de Kiev, la Rada Suprema votó la destitución del presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich. Como el legislativo carecía de las tres cuartas partes de la cámara necesarias para aprobar la medida según la constitución vigente, los diputados presentes en el parlamento decidieron votar la anulación de la constitución, una medida que muchos consideran un golpe de Estado.
Al día siguiente, a petición del diputado Viacheslav Kirilenko, del partido de Yulia Timoshenko, la Rada votó a favor de anular la ley lingüística de 2012 que concedía al ruso el estatuto de “lengua regional”, garantizando su uso en las escuelas y la administración en las zonas donde hubiera más de un 10% de población rusófona. La moción se aprobó sin debate y con los diputados presentes, lo que contribuyó a aumentar el rechazo de la población en el sur y este del país, donde aquel mismo día se convocaron las primeras manifestaciones prorrusas.
El 27, el legislativo de Crimea se reunía con carácter de urgencia para elegir un nuevo ejecutivo presidido por Serguéi Aksiónov, que anunció la convocatoria de un referendo para decidir la adhesión de la península a Rusia o su permanencia en Ucrania. Ese mismo día tropas rusas sin insignia comenzaban a desplegarse por la península para proteger al gobierno de Aksiónov, sitiar las bases militares ucranianas –las imágenes de la rendición de la base aérea de Belbek el 4 de marzo dieron la vuelta al mundo– y establecer controles en las carreteras.
En el referendo del 16 de marzo, celebrado sin aval internacional y con observadores voluntarios, el 96,77% de los participantes en Crimea y el 95,60% en Sebastopol votaba a favor de la adhesión. Aquel mismo día el gobierno ruso reconocía los resultados y, dos días después, el 18 de marzo, los representantes de Crimea y Sebastopol y el presidente ruso, Vladímir Putin, firmaban el Tratado de unión en Moscú. El 19 de marzo, y después de varios días de tensión, Ucrania comenzaba a retirar de las bases alegando motivos de seguridad a sus tropas y oficiales, más de la mitad de los cuales había desertado o desertaría a Rusia. El 20 de marzo la Duma ratificaba el tratado, con el único voto en contra del diputado de Rusia Justa Ilia Pomonariov.
Sólo Afganistán, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Venezuela y Siria reconocieron la adhesión a nivel internacional. La incorporación de Crimea a la Federación Rusa, que Occidente califica de “anexión” y Rusia de “reunificación”, fue condenada por EE.UU. y la UE, que aprobaron las primeras sanciones a Rusia, que, a su vez, respondió con un embargo de productos agrícolas. El despliegue de tropas rusas en Crimea para apoyar un referendo separatista, sin embargo, también generó el recelo de las repúblicas bálticas e incluso de aliados tradicionales de Moscú como Bielorrusia y Kazajistán, donde sigue viviendo una importante comunidad rusa.
Relatos enfrentados
Según el relato de la crisis en Ucrania que los medios occidentales han venido construyendo, el conflicto comenzó en marzo, con la incorporación de Crimea a territorio ruso. Según los críticos con este relato, el conflicto no comenzó con la adhesión de Crimea, sino con las medidas adoptadas por la Rada que iniciaron esta cadena de acontecimientos. Pero las raíces del actual conflicto se remontan a mucho más atrás.
Con la desintegración en 1991 de la URSS –un superestado federal– muchos rusos se vieron, de repente, viviendo en repúblicas independientes donde constituían una minoría, en ocasiones, como en las repúblicas bálticas, considerablemente marginadas por los nuevos gobiernos. Ucrania, sin embargo, constituía un caso muy diferente, ya que su identidad nacional era mucho más reciente y plural, y las fronteras históricas mucho más difusas. “¿Qué pasará en Ucrania el día de mañana?”, se preguntaba Eduard Limónov en una manifestación en 1992. “Hoy se habla de [la retirada de] la Flota del Mar Negro, mañana será Crimea; el nacionalismo es algo emocional y lo que vemos es una escalada de emociones: un país comienza y el otro responde”, decía el escritor. “En Ucrania viven 19 millones de rusos”, seguía, “¿por qué Ucrania recibe Crimea? ¿Por qué recibe el óblast de Járkov? ¿Por qué el Donbás?” Para Limónov, Ucrania acabaría, antes o después, como Yugoslavia.
Esta división del país persistió durante toda la década. Hace unos días el vicepresidente de la coalición Stop the War en Reino Unido, Andrew Murray, recordaba sus propias advertencias en 1997 sobre la inestabilidad de un país dividido entre un este cada vez más favorable a la unión con Rusia y un oeste con tendencias revanchistas. “EEUU y Alemania se han mostrado abiertamente a favor de una Ucrania independiente […] como un medio para debilitar a su rival ruso”, escribía Murray en Flashpoint: World War III (Pluto Press, 1997).
De todos los países formados tras la desintegración de la URSS, Ucrania “es el que tiene una mayor capacidad para una fragmentación dramática, y es el objeto del mayor interés por parte de potencias extranjeras”, afirmaba más adelante. “Rusia no puede aceptar la independencia de Ucrania, menos aún su incorporación a un bloque alemán, sin aceptar su propia relegación permanente a las potencias de segundo rango y negando a sus grandes compañías privatizadas el mercado ‘externo’ más obvio de alcanzar. Y sin Ucrania, el dominio de Alemania de Europa será atenuado y provisional, siempre a merced de un resurgir ruso. Las divisiones entre el pueblo ucraniano, que reflejan diferentes historias y culturas, proporcionarían un sinfín de pretextos internos y posibilidades para una intervención externa”. Ya en 2005, Radek Khol, del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, incluía a Ucrania entre los futuros teatros de operaciones de la OTAN y la UE, junto con Moldavia y Kaliningrado.
El debate legal
Se ha dicho con frecuencia que Crimea constituye una violación del derecho internacional. Y, en efecto, de iure es así. El problema es que, de facto, ese mismo derecho internacional sólo se observa interesadamente. La arquitectura de seguridad mundial –y éste es un hecho que conviene subrayar– quedó dinamitada años atrás con el bombardeo de la OTAN a Yugoslavia en 1999, la primera operación de la Alianza Atlántica que se llevó a cabo sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU y contra una nación soberana que no suponía una amenaza para ninguno de los miembros de la organización. (Da la casualidad que el 18 de marzo de 2014 me encontraba en Belgrado para cubrir los actos del 15 aniversario de aquella agresión, que ningún diario con los que entonces colaboraba, por cierto, quiso publicar por considerarlo una cuestión menor)
El problema, para Occidente, no es por supuesto que la adhesión de Crimea sea legal o ilegal, sino que un país que no pertenece a la OTAN sea el primero en utilizar esta nueva situación en su propio beneficio. Como ha señalado Rafael Poch-de-Feliu, Rusia es, hasta la fecha, el único país que ha conseguido detener militarmente a un aliado de EE.UU. en dos ocasiones, en Georgia (2008) y Ucrania (2014). Este cuestionamiento de la hegemonía geoestratégica estadounidense puede ser visto con interés por otras potencias emergentes, particularmente China si EE.UU. sigue incrementando su presencia militar en el espacio Asia-Pacífico. El escenario es por supuesto altamente inflamable, ya que los mecanismos de equilibrio de la Guerra fría ya no existen –Rusia abandonó el pasado 10 de marzo el tratado de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE), que limita la presencia de tropas en el continente– y los precedentes de guerras por recursos no hacen difícil imaginar una prolongación de la situación actual o incluso una escalada hacia conflictos interimperialistas.
Con todo, incluso las élites europeas preferirían alcanzar un modus vivendi con Rusia. Hubo de ser precisamente el ministro de Asuntos Exteriores español, José María García-Margallo, quien propuso una salida decorosa al contencioso de Crimea. Según informaba la agencia de noticias rusa Sputnik Nóvosti, Margallo mencionó a comienzos de marzo durante su visita a Moscú la demanda que Rusia interpuso ante el Tribunal de La Haya para anular la cesión de la península a Ucrania en 1954, cesión calificada a menudo de arbitraria en Rusia. Otros sectores, en cambio, promueven la creación de un ejército paneuropeo, cuyo cometido último sería aliviar a la OTAN en el teatro de operaciones europeo para centrarse en incrementar su presencia Asia, una estrategia conocida como “segundo pilar”. Pero de una idea así sólo puede concluirse lo que dijo el general francés Pierre Bousquet de la carga de la Brigada ligera: C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre: c’est de la folie. La carga de caballería fue en Crimea.
Para escribir algo de país q apenas lo conoces por lo menos tienes q saber historia de este país y no escribir lo q te da la gana.Escribe algo para revista QMQ y a lo mejor te pagaran mejor
Suerte
Ahora EEUU la lia ya no directamente con sus militares, si no estando en la retaguardia.
Hay que parar a EEUU y sus lacayos Unión europea.