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Apuntes para capturar estrellas
Resistencias y alternativas ocurren a diario, que se construyen desde lo cotidiano pero no salen en la tele ni en los periódicos
María González Reyes // Carmen, a los 14, se había quedado huérfana de padre y, por lo tanto, de escuela. Se presentó en una fábrica de medias porque quería trabajar y la contrataron. De talonera. El primer día de esos tantos que llegarían de costura monótona y veloz, su madre decidió acompañarla a la parada del tranvía. Era invierno. “Iré contigo” sentenció la noche anterior, y Carmencita se dejó cuidar. Cuando se despertó ya estaba preparada la leche caliente y el pan. Era tan temprano que todavía quedaba mucha noche, pero antes de salir de casa su hermana y su hermano aparecieron vestidos: “Vamos con vosotras para que madre no se vuelva sola desde la parada del tranvía”.
En realidad quien me contó esta historia la narra mejor que yo, que por algo Carmen era su madre. Pero lo importante de este relato, tan real como los ojos gastados de coser de Carmencita, no es la persona que lo escribe, ni la vida de una chica que trabajó desde los 14, ni el pedazo de pan del desayuno. Ni el frío. Lo más relevante de esta historia es que hay una protagonista que no tiene nombre propio pero sí un cargo: el de madre. Una mujer que no se amedrenta, que tiene la convicción, tenaz, de que la dignidad no se borra por el hecho de ser pobre ni de ser mujer. Una dignidad que, a menudo, se construye en las cosas sencillas y cotidianas.
Dice el poeta Antonio Orihuela en su poema “Guerras perdidas”: ¿Por qué ellos siempre ganan?/ Porque son más que nosotros/ ¿Pero, esto cómo es posible?/ Porque ellos nos tienen a nosotros para ganarlas.
Vivimos tiempos convulsos en los que el relato de que “las cosas son como son y no se pueden cambiar” parece haberse instalado en muchas cabezas. Y es que resulta que la mayoría de los perjudicados de este sistema devorador de recursos y de vida apoyan políticas que no solo les hacen más difícil la subsistencia, sino que acaban haciendo que el 1% acaparador de riqueza y poder se mantenga casi intocable. Pero, como diría Orihuela, ¿esto cómo es posible? En parte porque este mismo 1% ha creado un sistema lleno de normas, mecanismos de control y órganos represivos que defienden vorazmente sus intereses. Pero, también, porque consiguen influir en el pensamiento y las emociones de ese 99% para que les permitan seguir arriba, ganando, acumulando. Pero ¿cómo es esto posible? Con medios de comunicación que narran lo que a ese 1% le interesa, con colegios que no enseñan a aprender ni a pensar, con universidades financiadas por multinacionales y bancos, con libros que cuentan un único mensaje…
Tenemos que cambiar ese relato y una manera de hacerlo es visibilizar historias que muestran las resistencias y alternativas que se están construyendo. Historias que hablan de gente común, peleona, organizada, que es capaz de crear otras realidades. Historias como la de esta familia que decide escribir la palabra dignidad mientras espera, junta, en la parada de un tranvía una mañana de invierno.
Hay muchas cosas que merecen ser contadas. Aunque a veces puede ser descorazonador, es imprescindible hacerlo, de otra manera los que tienen el poder económico y político seguirán sosteniendo su estilo de vida a costa de expulsar cada vez a más mayorías fuera del terreno.
También hay muchas maneras de contarlas. Traducir el lenguaje macro (que hablaría, por ejemplo, de las cifras que corroboran el cambio climático) a un lenguaje de lo próximo (que explicaría por qué Aliou se subió a una patera cuando ya no quedaba pesca en su pueblo) puede resultar interesante para hacer que esos otros relatos, que conectan causas con consecuencias, sean más visibles. Relatos que muestran que detrás de las decisiones políticas, los bancos y el dinero de las multinacionales hay sufrimiento en forma de desahucios, migrantes que no son atendidos en los hospitales o personas que son encarceladas porque son pobres.
Contar para denunciar este orden imperfecto del mundo pero, sobre todo, para animar a debatir y a imaginar el futuro, para poder influir sobre él. Para cambiar el “no hay alternativas” por el “sí se puede”. Para decir que conseguir crear esos otros mundos posibles requiere de la creación colectiva. Para contar que cuando la crisis civilizatoria se profundice no será el “yo” sino el “nosotros y nosotras” quien proporcione vías de supervivencia.
Contar desde distintos sitios porque las alternativas pueden surgir desde múltiples lugares: en la cola del paro, en la esquina de un parque o en el interior de una cocina. Y utilizando distintas voces, tan diferentes como diversas son las resistencias: estudiantes, campesinas, migrantes… Teniendo presente que son los procesos colectivos los que generan cambios, pero que estas colectividades están formadas por cada una de nosotras.
Resistencias y alternativas que ocurren a diario, que se construyen desde lo cotidiano pero no salen en la tele ni en los periódicos. Contemos los relatos de lo que sí es posible. Porque si escuchamos que hay comunidades que se juegan la vida para dejar bajo la tierra lo que la naturaleza colocó en ese lugar y han conseguido echar a las transnacionales mineras de sus territorios, tendremos la certeza de que, colectivamente, se puede vencer aunque el enemigo sea grande. Porque si conocemos lo que hace una asociación formada por migrantes y no migrantes para cerrar los Centros de Internamiento para Extranjeros nos será más fácil encontrar estrategias para explicar que los de fuera no vienen a quitarnos “lo nuestro”, o porque si sabemos encontrar motivos y tiempos para brindar mientras estamos enfrascadas en la tarea de construir una sociedad diferente, será más fácil permanecer unidas.
Historias que, en muchos casos, tendrán que estar protagonizadas por mujeres, porque son ellas las que sostienen la vida realizando las tareas invisibles de cuidados. Ellas son las que no se paralizan ante los escenarios de barbarie y recomponen el hogar familiar después de un bombardeo, las que defienden con sus cuerpos que no se privatice el agua o las que deciden no cultivar transgénicos en los campos donde trabajan. Mujeres que construyen desde abajo, desde los trabajos que no cuentan para los mercados pero que permiten que estemos vivos. Que cuidan, calman, escuchan. Que preparan la comida de manera colectiva en la cocina comunitaria porque saben que hacerlo de este modo es también una manera de entrenarse para combatir el sistema. Mujeres que entrelazan el cuidado de los cuerpos y el cuidado del mundo.
Y contar tratando de generar empatía, porque construir una sociedad más justa y sostenible requiere ponerse en el lugar de las otras personas. Tenemos que contar relatos que permitan generar más empatía con lo que le ocurre a nuestros vecinos que con lo que sale en los programas del corazón.
Transitar esta búsqueda de alternativas requiere tener claro que las palabras ilusión, alegría y esperanza tienen que estar presentes. Eso dice la madre de Carmen: que lo que hacemos queda registrado en algún lugar, que no es en vano nuestra lucha. Y dice también: hay que tomar partido, implicarse, participar y, a la vez, tomarse tiempo para disfrutar del sabor del pan y la leche calentada en la cocina de leña.
* María González Reyes y Virginia Pedrero son autoras del libro “Historias que capturan estrellas” (Libros en Acción y Paz con Dignidad, 2014)