Opinión
Vivienda y juventud: más derechos para una vida mejor
Carolina Cordero y Héctor Escudero, de Izquierda Unida, escriben sobre la necesidad de una política real de vivienda para la juventud
CAROLINA CORDERO Y HÉCTOR ESCUDERO* | Disponer de una vivienda digna es una condición indispensable para poder construir un futuro y desplegar un proyecto de vida en plenitud; un derecho sin el cual se ponen en riesgo otros fundamentales, como la salud o el desarrollo educativo. En consecuencia, la dimensión que alcanza para la clase trabajadora de nuestro país la enorme dificultad de acceso a un hogar supone que, según el CIS, la vivienda se haya convertido en la segunda preocupación de la ciudadanía.
Para Izquierda Unida, en esta nueva etapa que acabamos de arrancar, abordar esta problemática en profundidad es un eje prioritario. Lo tenemos claro: se trata de una cuestión estructural y, por tanto, el reto es de fondo.
Más de tres millones de personas en España tienen ingresos por el alquiler de propiedades inmobiliarias; es decir, vivimos en un país rentista cuyo principal motor favorece, de facto, los bienes improductivos y la especulación. Una perversa dinámica de la que sólo es posible salir disputando la batalla cultural: ya es hora de que el acceso a la vivienda se conciba, de verdad y hasta las últimas consecuencias, como un derecho humano fundamental y no como un bien de mercado. Hasta el momento, somos conscientes, la batalla la vamos perdiendo.
Miramos con interés iniciativas que ponen freno a la posibilidad de especulación con bienes inmobiliarios, como son el famoso modelo vienés de vivienda pública o la ley holandesa que prohíbe la compra de viviendas que no se adquieran para vivir. También el modelo de cooperativas de “cesión de uso”, como el Andel en Dinamarca y el FUCVAM uruguayo. Bajo esta lógica, en Madrid, el proyecto Entrepatios es un buen ejemplo de resistencia frente al mercado inmobiliario.
Sin embargo, la legislación vigente no favorece que este tipo de alternativas puedan extenderse a gran escala en nuestro país. Es indudable que la nueva Ley de Vivienda abre la puerta a un avance en derechos, y desde todas las instituciones en las que Izquierda Unida tiene representación e incidencia, en los ámbitos estatal, autonómico y municipal, vamos a exprimir al máximo el nuevo marco legal recientemente aprobado. Pero no se nos escapa que no es, en absoluto, suficiente, pues sigue sin reconocerse la vivienda como un derecho subjetivo.
Desafíos trascendentales, como la total protección a personas vulnerables, la limitación del precio de los alquileres, acabar con el dañino efecto que está provocando en las ciudades la proliferación de pisos turísticos o abordar el reconocimiento de las necesidades específicas de vivienda en los entornos rurales, se antojan, por tanto, imposibles de alcanzar si la pelea se da solo desde las instituciones.
Es imprescindible —como siempre que se trata de conquistar derechos— el empuje de la movilización social. Las organizaciones políticas de la izquierda transformadora hemos de ser conscientes de que buena parte de nuestras fuerzas hemos de situarlas en la calle, en el conflicto, de la mano de todos los colectivos sociales organizados por el derecho a la vivienda que, no en vano, llevan más de una década señalando el camino y sin cuyo coraje los avances conseguidos no hubieran sido posibles.
Hoy es 12 de agosto, Día Internacional de la Juventud, y la Red de Jóvenes de Izquierda Unida ha decidido poner el foco en la dificultad de acceso a la vivienda. No porque sea exclusiva de los y las jóvenes —no lo es—, sino porque se trata de una problemática que afecta a la clase trabajadora en su conjunto. Sí, porque los efectos de vivir en un país rentista son contundentes para nuestra juventud: la tendencia es que a cada generación que pasa le sea más complicado construir un hogar. Sólo el 16% de las personas menores de 30 años pudieron independizarse el año pasado, un enorme contraste con el 32% que se registra de media en la Unión Europea. Algo lógico, por otra parte, cuando pagar un alquiler supone el 93,9% del salario de una persona joven, según datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud.
A los elevados precios de la vivienda hay que añadir el bajo poder adquisitivo de la juventud en el mercado laboral. En los últimos años está teniendo lugar un fenómeno que nos debería poner en alerta. Entre 2008 y 2020, los salarios de las personas jóvenes subieron tan solo un 4,6%, frente al 38,5% de subida del precio del alquiler. Es decir, los alquileres han subido 8 veces más que los salarios de la juventud.
Los jóvenes y las jóvenes españolas viven hoy condenados a hacerlo en la absoluta precariedad. Por mucho que la derecha hable de libertad, el modelo que defienden nos priva de la libertad de elegir cómo vivir, reventando los salarios y haciendo que se esfume la vivienda asequible. Compartir piso, irte a las afueras o cambiar de municipio no es una forma de vida elegida en libertad, por más que desde los medios del capital se trate de romantizar la idea de compartir piso o tener que irse a otro país en busca de un trabajo digno. No es espíritu aventurero, como se ha llegado a denominar; es una condena para una generación a la que no se le da opciones para elegir el rumbo de su futuro.
Mientras tanto, siguen saltando las alarmas en cuanto al auge de problemas de salud mental entre la juventud y hasta un 59% reconoció haber tenido el año pasado algún tipo de problema psicológico. Tratar de abordar esta alarmante situación sin tener en cuenta los condicionantes socioeconómicos que impactan de manera directa en las posibilidades de vida de los y las jóvenes es, sencillamente, hipócrita.
Con esta realidad sobre la mesa, no parece lógico conservar esta organización desastrosa de la vivienda, que para empezar no responde a nuestras necesidades, y que para acabar, está muy lejos de hacer que nuestras vidas sean mejores.
Nuestras vidas serán mejores cuando entrar en las apps inmobiliarias deje de generarnos ansiedad, porque habrán dejado de existir en favor de herramientas transparentes donde el precio del alquiler y las condiciones estén regulados efectivamente, y la vivienda no pueda ser un negocio. Cuando vivamos con la certeza y la tranquilidad de que el casero, o el de la inmobiliaria, no te puede tomar el pelo, y que si alguna vez lo hacen, se les caiga a ellos.
La vivienda hará que nuestra vida sea mejor cuando los pisos sean más grandes que una caja de cerillas y cuando sean un refugio seguro en las olas de calor y en las DANA, porque no es casualidad que las viviendas más baratas se encuentren en el cauce alterado de un río y con mayor riesgo de inundación. Viviremos mejor cuando construyamos nuevas casas, y las rehabilitemos, con el calentamiento del planeta y el resto de dimensiones de la crisis ecosocial en mente, para que deje de ser un privilegio tener un hogar que no sea un horno en verano y un iglú en invierno porque no está bien aislado, o porque nos tengamos que pensar dos veces si poner o no el aire o la calefacción, ya que Iberdrola ha decidido vaciar pantanos para especular con el precio de la luz y batir récords de beneficio gracias a ello.
Tener una buena vivienda es más que simplemente un lugar donde vivir; es un refugio que proporciona seguridad y comodidad. Las viviendas que queremos serán donde forjemos recuerdos felices con los nuestros. Un lugar donde cuidarnos, descansar y relajarnos, pero también donde pasarlo bien compartiendo buena comida, una película o algún juego de mesa, un lugar desde el que construir futuro.
*Carolina Cordero Núñez es responsable de vivienda de Izquierda Unida y Portavoz de IU Madrid, y Héctor Escudero Leiva es responsable de ecosocialismo de Izquierda Unida y miembro de la Red de Jóvenes de IU.
Miguel Urban, Izquierda Anticapitalista:
«Hemos puesto mil pies en las instituciones y uno en la calle. Eso es no entender que estas instituciones no son nuestras ni representan nuestros intereses de clase y que venimos a acabar con ellas»