Cultura | Memoria histórica
Esther López Barceló: “Esta sociedad ya no se traga la reconciliación, ya no se traga que no haya justicia”
La escritora publica nuevo libro: 'El arte de invocar la memoria' (Barlin, 2024), un ensayo sobre la necesidad de recordar, ritualizar a los antepasados y promover la justicia restaurativa.
Esther López Barceló (Alicante, 1983), escritora, es una mujer tan polifacética, comprometida con las mejoras sociales y dedicada a la cultura que es difícil seguirle la pista. Algunos la conocerán por su desempeño como diputada en las Corts Valencianes de 2011 a 2015; otros habrán leído alguno de sus libros, quizá la novela Cuando ya no quede nadie (Grijalbo, 2023), con la que recorrió España llenando librerías y salas de eventos. Tal vez, a esta historiadora especializada en arqueología, que ha cursado estudios en antropología forense, haya quien la identifique por su ingente labor a favor de las políticas de memoria histórica, incluyendo su participación en la exhumación de fosas comunes.
Ahora nos sorprende con un ensayo ecléctico que repasa prácticas culturales en torno a la rememoración colectiva y promueve la justicia restaurativa: El arte de invocar la memoria. Anatomía de una herida abierta (Barlin Libros, 2024) acaba de publicarse, para el deleite de sus lectoras. Entre otras cosas, cuenta la historia de Manolita del Arco Palacios, “la presa política que más años pasó en las cárceles del franquismo”, cuyos cuadernos de labores, en los que anotaba un código enigmático para hacer calceta, también contenían información secreta relacionada con el PCE. Hablamos por videoconferencia una tarde calurosa de julio.
¿Cómo surge este libro?
Nace de algo que yo ya estaba pensando cómo canalizar. Escribí la novela Cuando ya no quede nadie, y eso fue como un palimpsesto donde fui solapando recuerdos propios, cosas que me había contado mi familia, más toda la experiencia acumulada desde los 19 años en el activismo por la memoria, y además estudiando antropología forense, o sea, preparándome para hacer este trabajo de recuperar la memoria directamente horadando la tierra. En todo ese tiempo digamos que había muchas cosas que se habían quedado fuera de la novela. Un día, Alberto Haller, el editor de Barlin Libros, me pide para la colección Paisaje –que trata de cómo se ha contado un determinado tema– que hiciese yo “el arte de contar la memoria”. Él tenía un punto de vista más tradicional: cómo se ha contado la memoria a través de la narrativa, pero yo le dije que no podía escribir ese libro. Porque yo veo la memoria desde lo material; tengo una mirada materialista: materialismo dialéctico y también desde la arqueología… Le propuse el guion del libro actual y se ha cumplido enteramente.
Y ya no es “contar” la memoria, sino “invocar”…
Sí. Juego un poco con el verbo “invocar” como si fuera “evocar”. Me gusta mucho el rollo de las brujas, porque he llegado a la conclusión de que hay una generación, la de las nietas y las bisnietas [de las víctimas de la guerra civil], y lo digo en clave femenina, que es la “generación de la conjura”: nos hemos conjurado para vengar a nuestras abuelas y sus silencios. Juego con eso como si fuera yo también una bruja que estaba invocando esa memoria oculta, que habían querido los poderosos que se perdiera como las cenizas del tiempo.
Es curioso que la memoria no sólo se encuentra en los cuerpos, sino también en los objetos.
Los objetos tienen un poder evocador brutal, y ahí es clave la cubierta, que elegí yo. Los zapatos [recuperados en una fosa] para mí habían sido muy importantes, porque yo los veía todos los días haciendo las visitas guiadas de la exposición sobre las fosas del franquismo que hubo en el Museo de Prehistoria de Valencia. En el aula de memoria didáctica –que era la que coordinaba yo y se la van a cargar desde el gobierno [PP y Vox]– hacíamos visitas guiadas y los zapatos eran mágicos. Los chavales veían esos zapatos y el 80% de las veces lloraba alguno, sobre todo alguna alumna. De repente, les pasaba lo que me pasa a mí: que ven los zapatos y… yo en mi caso veo a mi abuela. Los objetos nos apelan muchísimo: recogen la humanidad de la persona, por eso nos pasa con el sonajero, o nos pasa con el lápiz y la goma del nene [hallado en otra fosa común]. Nos dicen que es un niño y eso ya impacta, pero nos dicen que hay un lápiz y una goma de borrar y te estremeces.
Las exhumaciones son “un acto de amor”, dices. Hay gente que asegura que se trata de reabrir heridas, en referencia al paradigma de la reconciliación, que fue propuesto por el franquismo una vez que ya había aniquilado a todos los enemigos políticos (o estaban en la cárcel o en el exilio) y sigue vigente. ¿Necesitamos otro paradigma? ¿Cuál sería?
De lo que estamos hablando cuando hablamos de “reconciliación” es de perdonar a los asesinos, y además sin que ellos hayan pedido perdón o se hayan arrepentido de sus actos. Pero yo creo que se ha producido ya el cambio de mentalidad, o el cambio de paradigma que mencionas: a partir del 2000 [cuando se empiezan a exhumar las primeras fosas con métodos científicos]. Aquí la arqueología es un aliado fundamental. Es el momento en que se imposibilita el negacionismo en nuestro país. En nuestro país hay fascismo, hay extrema derecha, pero no hay negacionismo, porque todos hemos visto el crimen. Y ese crimen creían que lo habían tapado, pero se ha descubierto y hasta hemos naturalizado las fotografías de las fosas comunes abiertas. Eso es maravilloso, aunque parezca increíble lo que estoy diciendo; es un avance brutal el hecho de que hayamos visto tantas veces el crimen.
De lo que estamos hablando cuando hablamos de “reconciliación” es de perdonar a los asesinos, y además sin que ellos hayan pedido perdón o se hayan arrepentido de sus actos.
Esther López Barceló
¿Pero no crees que la reconciliación neutraliza de alguna manera esas imágenes, porque están subsumidas en ese paradigma de socialización de la culpa?
Yo creo que eso ya no es posible. Desde el momento en que hemos visto el crimen, ya no hay posibilidad de las mismas fórmulas de la Transición. “Vamos a imponer una ley y vamos a decir que aquí todos sufrimos lo mismo”: no, eso se podía hacer en la Transición porque entonces todavía no habíamos visto el crimen y la gran mayoría de España estaba con un silencio… como si estuvieran mojados de miedo. Pero estamos en 2024, y hay miles de personas conscientes de que aquí hubo un crimen sistemático y no ha pasado nadie por el banquillo de los acusados, ningún criminal franquista, ninguno que haya torturado, violado, robado las propiedades, o haya asesinado, con lo cual… el paradigma es que ya no, esta sociedad ya no se traga la reconciliación, ya no se traga que no haya justicia.
Lo que pasa es que las leyes van por otro lado, y en este país tenemos un bipartidismo que en eso sí se pone de acuerdo. Aquí la justicia nunca va a juzgar los crímenes de lesa humanidad, eso se ha sellado con la Ley de Memoria Democrática de 2022. De hecho, es una de las razones por las que yo dimití como responsable federal de memoria en Izquierda Unida [después de que IU, con otros grupos, presentara una propuesta de ley en 2018, con medidas que luego no cuajaron en la ley de 2022].
Evidentemente, ésta era la única posibilidad que había de sacar una ley que al menos sistematizara las exhumaciones, garantizara la financiación, que avanzara en múltiples aspectos, pero era una nueva concesión al PSOE. Por culpa del PSOE no se ha acabado con la impunidad del franquismo. La ley que presentamos nosotros en 2018 –la presentan IU y el PCE–, la ley de memoria democrática que hicimos nosotros con las asociaciones de memoria… En ella quedaba claro que anulábamos los dos párrafos de la Ley de Amnistía [de 1977]. Anulando esos dos párrafos ya había posibilidad de poder juzgar los crímenes del franquismo, pero eso no se pudo conseguir en 2022 cuando, desde el gobierno, se plantea la Ley de Memoria Democrática.
Estamos en 2024, y hay miles de personas conscientes de que aquí hubo un crimen sistemático y de que no ha pasado nadie por el banquillo de los acusados.
Esther López Barceló
La Ley de Amnistía de 1977 dejó impunes los crímenes del franquismo, pero en su época una reclamación de la izquierda era: “libertad, amnistía, estatuto de autonomía”, porque eso significaba amnistía también para los presos políticos. ¿No crees que se desvirtúa la memoria de la Transición, cuando esa amnistía tenía sentido, aunque ahora no lo tenga?
Sí. De hecho, yo miro a la Transición con mucho respeto, porque las condiciones materiales de ese momento preocupaban a mucha gente, como a Marcelino Camacho [dirigente de CC.OO. y del PCE]. Yo leí toda esa votación y entendí perfectamente que la principal preocupación de Camacho era que la gente que iba a salir de las cárceles lo haría con una edad de entre 50 y 55 años, y con una mano delante y otra detrás, porque no habían cotizado a la Seguridad Social, con lo cual no iban a tener derecho a pensión. En ese momento, las condiciones materiales de los ex presos políticos era lo acuciante, la de personas abocadas a la extrema pobreza si no se intentaban mitigar esos impactos económicos. Entonces, Marcelino Camacho hablaba de la reconciliación, porque era lo que había: vamos a preocuparnos de que salgan [de la cárcel los presos políticos] en unas condiciones óptimas. Y en esa época, es cierto, todavía no había una cultura de la justicia restaurativa como tenemos ahora.
Pero ahora… tiene que haber una serie de investigaciones judiciales. Yo quiero que se llegue a determinar: “Los responsables de este asesinato masivo del día X, de la saca de 1940 del mes tal, fueron estos tipos”. Vale, están muertos, muy bien, pero hemos llegado hasta ahí. De hecho, en el contexto crímenes cometidos en el franquismo, hay muchas personas que todavía están vivas y, al menos, la investigación penal podría esclarecer sus circunstancias, como en el caso de los bebés robados. Quiero decir que hay muchos delitos cometidos en la dictadura cuyo juicio tendría consecuencias en el futuro y en el presente, de cara a las víctimas.
¿Consideras que unas políticas de memoria activas desde la Transición nos habrían vacunado contra la ultraderecha?
Partimos del pensamiento lógico de que, si tú eres consciente de cuáles son las consecuencias para tu clase, tu raza o tu género de que gobierne la extrema derecha, será más improbable que votes a la extrema derecha si eres de uno de esos sectores afectados. Pero me interesa ver cómo hay veces que las políticas de memoria no contribuyen directamente a eso. Sí que pueden contribuir a que un colectivo de gente sea muy consciente de qué pasó, pero me preocupa que no se produzca después una relación. O sea, creo que lo importante es que las políticas de memoria sirvan para hacer que la gente relacione que aquello tiene mucho que ver con su presente.
De hecho, ha determinado la economía de prácticamente todos los españoles. Hubo un robo masivo a la izquierda. Mi situación económica tiene mucho que ver con lo que ocurrió en la guerra civil.
Claro, es brutal. Yo eso lo digo en el libro. No podemos escapar de nuestro origen de clase, de en qué lugar se encontraban nuestras familias en el momento del golpe de Estado y de la posguerra. La mayoría de la gente que yo conozco, aquí en Valencia, tiene en común que tuvieron a sus abuelos en la cárcel en la que yo coordinaba el aula de memoria democrática. Era una antigua prisión que se llama San Miguel de los Reyes. No tengo amigos que hayan estado del otro lado, porque, por las condiciones económicas, no paseamos por los mismos barrios, ni tenemos los mismos trabajos… No ha habido ningún tipo de ascenso que viniera determinado por ninguna otra cosa, aquí no ha habido ni meritocracia ni nada.
De hecho, hay una cosa terrible que descubrimos en San Miguel de los Reyes cuando nos ponemos a investigar: uno de los presos dice que la reducción de penas por el trabajo que impone el franquismo realmente es una argucia corrupta que significa que las prisiones se ponen a disposición de empresarios, amigos del régimen, para darles mano de obra gratis. San Miguel de los Reyes se convierte en una fábrica de muebles clandestina desde los años cuarenta hasta 1966, cuando cierra. Casualmente, los descendientes de ese empresario siguen teniendo una fábrica de muebles, pero ahora son de lujo y tú ahí no te puedes comprar ni un sofá. Son herederos de este señor, que era el emprendedor, que gracias al trabajo gratis de 400 presos durante 12 horas diarias ¡se hizo a sí mismo! Yo siempre digo que, si te encuentras una gran empresa y resulta que se fundó en los años cuarenta, ponte a investigar… Pero eran muy listos, no dejaban pruebas… Nosotros conseguimos el nombre de la empresa de muebles gracias al testimonio de uno de los presos.
Si hoy te encuentras una gran empresa y resulta que se fundó en los años cuarenta, ponte a investigar…
Esther López Barceló
Hablemos de los cuadernos de labores o “cuadernos de claves”. Son indescifrables. ¿Qué dice este hecho de la marginalidad de las mujeres y, al mismo tiempo, de sus estrategias de resistencia? Todo es descifrable ahora, pero esos cuadernos no lo son, así que obviamente, aquí tenemos un problema grave…
Tenemos el problema grave de que nunca ha importado la experiencia de las mujeres. Y en este caso, en concreto, no sólo es indescifrable la clave secreta que inventan Manolita y sus compañeras [del PCE], que es lo normal, para eso la idearon. Aquí lo fuerte es que no sabemos ni cómo hacían calceta con el resto de las claves, las hemos perdido por completo porque a nadie le ha importado nunca poner en valor ese trabajo. Y es que, además, es muy difícil de hacer. Si alguien se mete en un tutorial y busca cómo se teje con cuatro o cinco agujas, fliparía. Imagínate la destreza, la autoexigencia y el conocimiento que albergaban estas mujeres, y después resulta que en la Transición no se las respeta en la esfera pública. Conocemos todas las batallas de ellos, y las de ellas… no sólo es que no se conozcan, es que hemos perdido ese lenguaje escrito de cómo tejer con cuatro o cinco agujas, y hemos perdido la oportunidad de que a ellas les pareciera interesante contarnos esas claves. Que haya tenido que llegar yo en 2021 a rescatarlos… Esto me lo dice Miguel Ángel [Martínez del Arco, hijo de Manolita del Arco]: “Esther, ¿sabes la de gente que ha tenido estos cuadernos en sus manos?”. Historiadores, etc. Y los han dejado como una anécdota.
Hablas de la memoria de los linchamientos en EE.UU., el libro contiene referencias al Holocausto, a dictaduras en América Latina. ¿Por qué la necesidad de vincular nuestros muertos a un contexto internacional?
A mí me preocupaba que se pensara que yo no me daba cuenta del sesgo de mi trabajo. Quiero decir, me parecía honesto dejar claro en la introducción que este libro sólo tiene lugar porque lo estoy escribiendo yo: que vengo de Alicante, soy clase trabajadora, soy blanca, paya, cishetero. Entonces, cuando me dicen la palabra “memoria”, yo directamente me voy a este arrancamiento primigenio que, para mí, para mi comunidad, indiscutiblemente está marcado por el golpe de Estado franquista. Pero si le preguntara a una mujer gitana del mismo lugar geográfico, a lo mejor a ella le iba por otros derroteros la memoria; y a una mujer racializada ni te digo. Si nos vamos a EE.UU., para la profesora de Washington Jalane Schmidt la memoria eran los linchamientos [de afroamericanos] que tuvieron lugar durante el siglo pasado. Con lo cual, la memoria es relativa, pero todas tenemos algo en común: que estamos intentando contar esta memoria, porque de alguna forma nos hemos conjurado para que esto no quede en el silencio.
Yo tengo una hipótesis que me obsesiona: creo que, desde tiempos ancestrales, en cualquier parte del mundo, las mujeres están legando, transmitiendo o representando la memoria a través de sus manos. Porque, de alguna forma, el patriarcado atraviesa el mundo y se nos ha relegado a lo manual como algo que, como era útil, no era artístico. Cuidado con esto: una categoría que, para nosotros, está normalizada. Viene del siglo XIX, que es de donde vienen casi todas las definiciones heteropatriarcales que configuran nuestros marcos de pensamiento. Ahí es cuando decidieron, señoras, que “artesanía” era todo lo que hacíamos las mujeres con las manos y que además era útil, porque casi todo sirve para el día a día. Sin embargo, lo que hacían los pintores –sólo eran tíos quienes se lo podían permitir, porque además a las academias de Bellas Artes sólo dejaban entrar a hombres–, lo que hacían los tíos, que no servía más que para el onanismo, digamos, las pinturas maravillosas en cuadros, en lienzos, pues eso sí que era arte. Lo otro, casualmente, era artesanía, y el 90% de las poblaciones que lo hacían o eran mujeres o eran poblaciones nativas a las que habíamos ido a colonizar.
La memoria es relativa, pero todas tenemos algo en común: que estamos intentando contar esta memoria, porque de alguna forma nos hemos conjurado para que esto no quede en el silencio.
Esther López Barceló
Y ahí hay radica la memoria.
Sí. En esos lenguajes que las mujeres crean a través de sus manos, en diferentes representaciones, ellas siempre han querido transmitir su memoria, no sólo la individual. Por ejemplo, en lenguaje nü shu, en la China rural, lo que hacían era contar la tristeza tan amarga que sentían las mujeres cuando las desarraigaban para irse a vivir a la casa del marido. Eso lo he visto representado en otros lugares del mundo: cómo a nosotras nos importa recuperar la memoria de la comunidad.
Afortunadamente aún tenemos personas que defienden lo público
Dinero, mentiras y chantajes: guerra abierta entre la Junta de Andalucía y las universidades públicas por otra privada.
Los esfuerzos del Gobierno andaluz por hacer ver que el desembarco en Sevilla de la Universidad Pontificia Comillas, con la adscripción de la Escuela de Enfermería San Juan de Dios, no supone una nueva universidad privada en Andalucía han resultado en vano, vista la durísima reacción de todos los rectores de las universidades públicas.
En las últimas 48 horas ha tenido lugar un pulso sin precedentes entre estos y el Ejecutivo de Juan Manuel Moreno, que ha respondido a un explosivo escrito de denuncia pública de los diez rectores con un comunicado no menos virulento. El rechazo a otra universidad privada, expresado el lunes, ha coincidido con la reunión del Consejo Andaluz de Universidades (CAU), celebrado en Jaén y donde fue uno de los asuntos a tratar.
El encuentro terminó por demostrar el cisma entre las universidades públicas, que denuncian que la Junta está llevando a cabo una “privatización exprés” del sistema universitario, y el Ejecutivo de Moreno, que acusa directamente a los rectores de colaborar de algún modo en esa ‘privatización’ al rechazar la adscripción del centro de San Juan de Dios, que durante 17 años ha estado ligado a la Universidad de Sevilla y que quiso salirse del sistema público….
(El Diario.es)
Sin duda alguna unas políticas de Memoria activas desde la «ejemplar» Transición nos habrían vacunado en gran medida contra la ultraderecha pues cuando los genocidas y matones están acostumbrados a gozar de impunidad, cuando no hay un escarmiento, siguen atacando y perjudicando al prójimo.
Entiendo que gente de la izquierda claudicara ante la transición que se «cocinó» la derecha (igual que es humano entender que Assange se declarará culpable ante sus verdugos); pero después del tiempo transcurrido digamos ahora que aquella transición fue una pantomima, que sigue pendiente la VERDAD, la JUSTICIA y la REPARACIÓN y que no vamos a renunciar a ellas porque tenemos la obligación y el derecho de CONOCER NUESTRO PASADO PARA ENTENDER NUESTRO PRESENTE Y CONSTRUIR NUESTRO FUTURO sobre cimientos firmes y sanos, no sobre los cimientos falsos, traicioneros y podridos moralmente que han edificado nuestros propios verdugos.
No fue una guerra civil. Fue una guerra de la oligarquía/burguesía contra el pueblo.
El caciquismo español, ociosos terratenientes, señoritos, aristocracia y burguesía no pudieron digerir la reforma agraria de la República, no pudieron digerir que las escuelas se multiplicaran y que los hijos de sus sirvientes tuvieran las mismas oportunidades que ellos; así se empezó a fraguar el golpe de estado del 36.
Nunca mejor dicho: en este país no hay justicia, empezando por la judicatura. Que podemos esperar entonces?
Joaquín Urías, profesor Derecho Constitucional: la mayor campaña de desprestigio de la judicatura la están haciendo los propios jueces.
Cada vez hay menos jueces progresistas pero es que con el ambiente que hay dentro de la Magistratura en general, en España hoy por hoy para ser juez y progresista tienes que ser casi un héroe, porque te arriesgas a quedarte fuera de tu grupo social a no poder juntarte con casi nadie dentro de la carrera. Tienes que ser una persona muy fuerte a nivel personal. Tienes que ser alguien que antes de ser juez ya tenga un compromiso social fuerte.
La gente que entra en la judicatura, personas más o menos progresistas pero no militantes, es muy difícil que se mantengan abiertas porque el sistema te obliga cada vez más a detechizarte.
A partir de 2017 a esos mismos jueces que ya están acostumbrados a que su manera de pensar se manifieste en sus sentencias se les permite hacer eso en política.
Yo creo que España está rozando un problema grave sobre todo desde lo que pasó en Nvbre/Dcbre del año pasado cuando los jueces se manifestaron en la calle, vestidos de jueces contra la amnistía.
Tengo la impresión de que al Parlamento no le habían dado más opción que la única forma de pasar página era con una ley de Amnistía que creo que no ha quedado más remedio que aprobar.
Hay otras cosas que me preocupan más que el lawfare. Me preocupa que no se persigan los abusos policiales.
A la derecha le va bien porque cuando un juez se escora se escora para la derecha.
A la izquierda le va mal; pero no se atreve a cambiarlo.
Por lo tanto, estamos condenados….
-P. Elorduy, El Salto-