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La doble pena de ser viuda en Irak
La guerra ha dejado a millones de mujeres desamparadas. Muchas ejercen la prostitución amparada por los imanes
Reportaje publicado en el número de junio de La Marea, disponible en quioscos y en nuestra tienda virtual
IRAK // Un grupo de mujeres merodea entre los vehículos que hacen cola en un puesto de control militar que vigila el acceso a Kirkuk (Irak). Una de ellas avanza con decisión y aldabea en la ventanilla de un utilitario familiar. El coche acelera ligeramente y una nube de polvo termina por difuminar el rostro de la mujer, envuelto por la tradicional abaya iraquí. Apenas unas horas después, en el gran bazar de Erbil, una anciana implora limosna a los transeúntes. La escena se repite cada vez con más frecuencia en las calles de todo el país. Tres décadas de guerras y violencia han dejado en Irak un ejército de viudas, para muchas de las cuales la mendicidad y la prostitución son hoy la única salvación. Cada día, entre 90 y 100 mujeres se suman a la imprecisa cifra de viudas en Irak, víctimas del conflicto sectario en la provincia de Anbar. Informes oficiales reconocen que más de un millón y medio de viudas residen en el país, pero otras estimaciones elevan la cifra hasta ocho millones. “Por eso Irak es conocido como el país de las viudas”, apunta la socióloga iraquí Yasmine Jawad.
El enfrentamiento con Irán en los años 1980 y las guerras del Golfo crearon la primera remesa de mujeres que habían perdido a su marido. Hasta la caída del régimen de Sadam Husein, las viudas recibían tierras, dinero, educación y sanidad gratuita para sus hijos. Incluso los miembros del Ejército eran premiados si se casaban con viudas de militares. La invasión de EEUU en 2003 y la posterior guerra civil que afectó al país entre 2006 y 2008 disparó la cifra de huérfanos y viudas.
En 2009 el Gobierno del chií Nuri Al-Maliki aprobó una ley para amparar a las víctimas de guerra que, en principio, garantiza a las familias sin padre una compensación económica –cuya cantidad aumenta si se trata de un empleado público–, además de tierras y una pensión mensual. Sin embargo, a día de hoy apenas unas 120.000 viudas reciben este subsidio estatal de 85 dólares –más 13 dólares adicionales por cada hijo a su cargo–. Muchas mujeres rehúsan inscribirse en el registro para optar a las ayudas y otras desisten ante las constantes trabas burocráticas por parte del funcionariado. “El actual gobierno ha dejado a la mayoría de las mujeres sin apoyo ni ayudas”, denuncia Jawad. Pese a esta situación precaria, miles de viudas deben sacar adelante a sus familias en un entorno hostil dominado por la concepción patriarcal de la sociedad.
En la pequeña localidad de Zakho, a siete kilómetros de la frontera con Turquía, el bazar está repleto a primera hora de la mañana. Media docena de mujeres copan los cruces más transitados. Al paso de los viandantes alzan sus ruegos, casi ininteligibles. “Están solas y no tienen otra manera de ganarse la vida”, explica un joven tras entregar un billete de 1.000 dinares a una anciana (0,63 euros aproximadamente). Apenas una decena de metros más adelante repite la acción. “Sólo le doy a las personas mayores. Nunca a los niños que vienen a pedir porque les mandan sus padres. Esto me molesta mucho”, afirma.
La precariedad de estas familias convierte a los niños en un colectivo especialmente vulnerable, presa fácil de los grupos terroristas en las zonas rurales. Un círculo vicioso de miseria, corrupción y violencia religiosa. “Todo está unido. Lo he visto en muchas ocasiones; como no tienen nada estos niños caen en manos de los grupos terroristas”, alerta Salar Ahmed, responsable en Erbil de la asociación Al-Amal, cuya fundadora, Hanaa Edwar, es conocida como la Madre Teresa de Irak.
“Las viudas hacen cola en la puerta de las oficinas de ayuda social a fin de mes para formalizar sus solicitudes o cobrar los insuficientes subsidios que suelen llegar con retraso. Las mujeres deambulan por las calles para vender artículos baratos o permanecen en la puerta de las mezquitas y de otras instituciones religiosas con la esperanza de obtener algunos de los artículos que se distribuyen (mantas, ropa o comida). El fenómeno de las mujeres que piden por las calles se ha vuelto frecuente en Irak”. Estas palabras que la escritora y activista iraquí Haifa Zangana pronunció ante el Parlamento Europeo el pasado mes de enero encuentran en las calles presididas por los muros ajedrezados de la mezquita de Jalil Khayat, en Erbil, su representación diaria. Una multitud de mujeres recorre cada mañana los alrededores del templo suplicando una dádiva que alivie su miseria.
Las ayudas públicas sólo llegan a una pequeña parte de las viudas de guerra. M.F.Y.P.L.O
En los últimos meses, miles de ellas, en su mayoría viudas, han llegado a Irak huyendo de la guerra en Siria. Despojadas de cualquier recurso económico, a menudo se ven obligadas a casarse de nuevo en su país de acogida para poder cuidar de sus hijos; otras deambulan por las regiones fronterizas ofreciendo servicios sexuales. Es el último recurso para alimentar a su familia. “La semana pasada recogí a una mujer y sus hijos. Durante el trayecto la madre me preguntó si quería sexo para pagarme el viaje. Lo dijo delante de los niños”, relata un camionero turco que recorre habitualmente la frontera entre Irak, Turquía y Siria.
En Irak, el 28,2% de las mujeres mayores de 12 años son analfabetas. Sin estudios y sin posibilidad de acceder al mercado laboral, muchas no encuentran más salida que la prostitución. “No tienen trabajo y no pueden tenerlo porque sufren abusos y acosos de todo tipo”, relata Ahmed de Al-Amal. Vender su cuerpo es su única opción.
Entre la comunidad chií, la mayor del país, la muta´a se ha convertido en una realidad desde la caída de Sadam Husein. Esta antigua tradición permite concertar matrimonios de corta duración –incluso de horas– por los que el varón paga una pequeña dote a la mujer bajo la autorización del imán a cambio de intimidad sexual. En los denominados “matrimonios de placer” los varones mantienen todo el poder: una mujer casada no puede participar en la muta´a pero sí un hombre casado; el varón puede dejar sin validez el contrato en cualquier momento mientras que la mujer sólo puede hacerlo si así queda recogido en el acuerdo previo.
Esta práctica, amparada en los preceptos de Mahoma para garantizar a las viudas una manera respetable de obtener ingresos, ha derivado en la actualidad en una forma de prostitución encubierta que alimenta las citas clandestinas en hoteles de ciudades como Najaf o Kerbala. “Cualquiera puede visitar a un imán, pagar dinero y casarse por una semana”, alerta el responsable de la asociación Al-Amal. Esta forma de sexo pagado ya no sólo atrae a iraquíes. “Muchos peregrinos viajan de Irán a Kerbala y practican la muta´a todo el tiempo”, asegura.
Esta utilización pecaminosa de la tradición ha suscitado las críticas de los sectores más conservadores de la comunidad chií, que han alzado la voz para exigir una interpretación más fiel a los principios de la Sharia. Por eso ven con buenos ojos la propuesta de la llamada ley Jaafari. “La comunidad chií cree que si se aprueba esta ley se podrá reducir este tipo de matrimonios”, explica Salar Ahmed. Sin embargo, el activista duda de la eficacia de esta medida.
La ley Jaafari acabaría con una legislación progresista
El proyecto de ley Jaafari, inspirado en los principios de la escuela de jurisprudencia del imán chií Jaafar al Sadiq, va mucho más allá de regular la práctica de la muta´a. Propone una interpretación radical de la ley islámica que despojaría a la mujer chií en Irak de la mayoría de sus derechos y permitiría una Justicia paralela administrada por los líderes religiosos.
El borrador de la norma, aprobado por el Consejo de Ministros iraquí el pasado 25 de febrero, reduce la edad de matrimonio legal para las mujeres a los nueve años y para los varones a 15, permite la poligamia sin restricciones, requiere a las mujeres mayores de 18 años el consentimiento paterno para casarse, otorga al marido el derecho a mantener relaciones sexuales incluso sin el consentimiento de la esposa e impide a la mujer abandonar su domicilio conyugal o incorporarse al mercado laboral sin permiso de su marido. “Es una ley muy peligrosa para las mujeres. Si quiere salir de casa necesita el permiso de su esposo. Incluso si su marido está en prisión, la mujer tendría que pedirle permiso antes de salir de casa”, alerta Ahmed, quien reconoce que muchas de estas prácticas ya son comunes hoy en día.
La aprobación definitiva de la ley Jaafari depende ahora del nuevo gobierno que se forme en los próximos meses tras las elecciones del pasado 30 de abril. Según los resultados provisionales que se conocieron a mediados de mayo, la lista de Al-Maliki ganó al menos 92 de los 328 escaños. La formación de un nuevo gobierno puede tardar meses y del resultado depende el futuro de la ley Jaafari. Algunos expertos apuntan a que la propuesta fue sólo una estrategia política de Al-Maliki para ganar apoyo entre la comunidad chií para las elecciones pero que realmente no piensa pasar esta legislación tan conservadora. “Al-Maliki quiere dar a entender a la opinión pública chií que establecerá un nuevo estado basado en la Sharia, [pero la ley] nunca será implementada. Nunca funcionará en Irak”, asegura el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Saladín, Abdulhakeem Jawzal. No todos piensan así. El profesor de la London School of Economics, Saad Jawad, afirma que todo depende del nuevo gobierno. “Si la coalición chií gana la mayoría, está ley será aprobada”, zanja.
“Aunque no sea implementada, ya es peligroso sólo que la mencionen. En esta ley es el imán quien es responsable de este matrimonio, no la Justicia. El imán puede decidir sobre cualquier aspecto de este matrimonio”, advierte el responsable de Al-Amal. La sociedad civil, encabezada por ONGs como ésta, salió a las calles de Bagdad el pasado 8 de abril, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, para exigir la retirada de esta propuesta de ley que ha suscitado recelo incluso dentro de la comunidad chií. Importantes clérigos, como el Gran Ayatolá Ali al-Sistani, ya se han distanciado de ella.
Actualmente está en vigor la Ley de Estatuto Personal, la legislación más progresista en materia religiosa y de género en Oriente Medio. Esta norma protege a las mujeres contra la violencia de género y fomenta la cohesión entre las diferentes comunidades religiosas. Las asociaciones de derechos humanos temen que la ley Jaafari sea un paso previo a la promulgación de una legislación diferente para cada religión y etnia que siga el fracasado modelo de reparto libanés. “Si la ley Jaafari es aprobada podremos decir que el Estatuto de 1959 estará muerto. En este sentido, la estructura de la sociedad iraquí se sumirá en una división más profunda”, augura Yasmine Jawad, experta en igualdad. “El problema es que esta ley no separa religión de Estado”, añade la exdiputada Tanya Gilly, quien durante los últimos cuatro años ha defendido los derechos de las mujeres en el Parlamento iraquí.
No sólo la comunidad chií, que representa al 60% del país, aspira a imponer su propia legislación para regular los derechos de las mujeres. “A muchos cristianos les gusta esta ley porque piensan: si los chiíes tienen su ley nosotros tendremos la nuestra también. Lo mismo ocurre en el Líbano, donde hay 17 leyes sobre el matrimonio de las diferentes minorías”, subraya Ahmed.
En la zona suní el conflicto sectario ha agravado la presión religiosa, especialmente en la zonas rurales, mientras que la Justicia es inoperante. “Los grupos islámicos controlan completamente esta zona, que está fuera del control del Gobierno. Estos grupos empujan a la gente a convertirse en sus seguidores, especialmente a las mujeres. Hay por tanto una doble violencia contra las suníes en estas zonas, una ejercida por el Gobierno que lanza bombas y las mata, y otra por los grupos terroristas islámicos”, asegura el representante de la asociación Al-Amal.
“En este momento Irak es el peor lugar del mundo para las mujeres. No es un lugar seguro para ellas”, asegura la experta Jawad. La violencia de género, los crímenes de honor y, sobre todo, la primacía que la religión concede a los hombres lastran el futuro de la mujer. “Actualmente las iraquíes sufren lo que yo denomino efecto de no existencia. Esto significa que no hay un concepto de la mujer en Irak. Hay viudas, madres que han perdido a sus hijos, divorciadas o chicas jóvenes aptas para ser elegidas para un matrimonio a una edad muy temprana. La mujer no existe como individuo, sólo existe como parte de la familia”, sentencia esta socióloga.