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La mala memoria

«‘Nuestra’ derecha nunca tuvo ningún escrúpulo en utilizar cualquier método que sirviera para resguardar, afianzar o implementar sus idearios», escribe Marc Cabanilles.

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, reunidos en agosto de 2023, tras las últimas elecciones generales. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

La intervención de Javier Milei en su primera visita a Madrid como presidente de Argentina es sólo una muestra más de lo envalentonado que se encuentra el neofascismo mundial, enseñando su verdadera cara de fanatismo, totalitarismo y falta de respeto por todo aquello que no coincida con sus postulados.

En lo que respecta a nuestro país, pareciera que ese acoso del fascismo (político, judicial, mediático y sociológico) a rivales políticos es una situación nueva, algo que nunca habíamos visto. Parece que muchos se caen ahora del guindo, creyendo haber descubierto que la caverna reaccionaria, la derecha extrema y la extrema derecha sólo son demócratas cuando ganan ellos las elecciones.

Así pues, dos consideraciones para demostrar que darse cuenta de esto ahora, sólo pone de manifiesto que la mala memoria, la incapacidad para reconocer la situación y/o un miedo atroz a enfrentarse a ella, son las pautas que marcan las actuaciones.

La primera consideración es que, de siempre, es bien sabido que nuestra derecha nunca tuvo ningún escrúpulo en utilizar cualquier método que sirviera para resguardar, afianzar o implementar sus idearios (lo acontecido durante la Segunda República es de manual). Siempre fueron gente autoritaria, deseosa de sumisión, corta de miras, amantes de su ignorancia y de mantener en esa ignorancia al pueblo. Por supuesto, son monárquicos por la gracia de dios y buscadores de su propio beneficio por cualquier vía, ya sea negocio, especulación o soborno (lo retrata muy bien Luis García Berlanga en su trilogía cinematográfica de La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III).

Nuestra derecha, en su prepotencia, nunca contó con el pueblo, como demuestran los ininterrumpidos gobiernos derechistas que, bajo la denominación de «conservadores y liberales» (Cánovas, Sagasta, Silvela, Canalejas, Dato, Maura), se sucedieron desde mediados del siglo XIX hasta 1930; después, por si fuera poco, llegó la dictadura de Primo de Rivera y el franquismo.

Gente de mentalidad colonial, o sea troglodita, a la que no le importaría recuperar la inmoral e inútil política colonial que se llevó a cabo en Cuba, Filipinas y África (recuerden el desastre de Annual, en 1921, o la Semana Trágica de Barcelona, en 1909, con un centenar de muertos, incluido el posterior asesinato del pedagogo anarquista Ferrer Guardia, centenares de heridos y miles de arrestados y represaliados por oponerse al reclutamiento forzoso).

Gente represora que, desde la Primera República (1873-1874) y hasta el fin de la dictadura franquista, nunca escatimó medidas (leyes) ni recursos (Guardia Civil, Ejército), para intentar sofocar el surgimiento del movimiento obrero, reprimiendo manifestaciones, regando de sangre las calles y llenando las cárceles de líderes sindicales y trabajadores, muchas veces incluso con el apoyo de quienes ahora se quejan (recuerden la matanza de Casas Viejas, en 1933, siendo presidente del Gobierno el idolatrado Manuel Azaña).

Una derecha imperialista incapaz de reconocer, que desde la invasión de América, la única batalla que ha ganado el «glorioso ejército español» ha sido contra su propio pueblo en 1939, siendo el último episodio, vergonzante, la retirada y entrega a Marruecos del Sáhara Occidental, que en 1975 era la 53ª provincia española. Gente convencida de que España es su cortijo y que, por tanto, consideran una anomalía histórica el no poder gobernar ellos ese cortijo.

La segunda consideración viene a colación por la reciente celebración del 50ª aniversario de la Revolución de los Claveles en Portugal. Muchas son las diferencias entre dicho proceso y la mal llamada «transición» en España. Pero hubo dos diferencias fundamentales. La primera es que, mientras en Portugal el aparato de la dictadura fue desmantelado en su totalidad, purgando y retirando de sus puestos a todos los colaboradores, en el Estado español siguieron en pie todas las estructuras franquistas: partidos políticos (Fuerza Nueva, Falange), policía, los jueces (el Tribunal de Orden Público franquista pasó a llamarse Audiencia Nacional, con los mismos jueces) y los militares (todos los niveles del generalato y los coroneles lucharon en 1936 con Franco).

Y dos, el poco y tardío reconocimiento de muchísimas personas que fueron depuradas de sus cargos por mantener su lealtad a la legalidad constitucional republicana, con especial relevancia en funcionarios al servicio de la Hacienda Pública, Correos y Telégrafos, ferroviarios, Ministerio de Agricultura y, por supuesto, los jueces y la carrera diplomática.

Con estas premisas, ¿qué esperaban algunos que pasara hoy en día? Lo que pasó y está pasando es una consecuencia lógica de no haber hecho lo que se tenía que hacer tras la muerte del dictador.

Hagan memoria por favor, tómense la molestia de leer o investigar un poco. El presidente Pedro Sánchez, el vicepresidente Pablo Iglesias, la vicepresidenta de la Generalitat Mónica Oltra, la ministra de Igualdad Irene Montero, el juez Baltasar Garzón, la jueza Victoria Rosell, el diputado Alberto Rodríguez o los nacionalistas vascos y catalanes no han sido los primeros en sufrir este embate de la reacción fascista.

A esta sociedad tan desmemoriada quisiera recordarles que, en enero de 1978, la sala de fiestas Scala de Barcelona fue objeto de un incendio nunca aclarado del todo pero del que fueron acusados cinco militantes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). El objetivo, que consiguieron sin mucha dificultad, era desacreditar al sindicato anarquista y acelerar su caída en desgracia. ¿Qué dijeron los partidos «progresistas» de la época: PSOE, PCE, el PSP de Tierno Galván o ERC? Nada, porque, total, sólo eran anarquistas. El recuerdo de la fuerza anarquista durante la Segunda República todavía causaba pavor, y no sólo a las fuerzas de la derecha, también a los supuestos progresistas, de ahí el silencio unánime.

Recuerden el poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984): «Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que yo no era sindicalista». O la manida frase de autoría incierta, pero de afinada predicción: «La política es el camino para que personas sin principios, puedan dirigir a personas sin memoria».

Menos lamentarse, menos retiros espirituales, menos golpes de pecho, menos soflamas populistas y más memoria, determinación y hechos ante la bestia fascista que no va a parar en sus intentos de volver irrespirable el ambiente, imposible la convivencia, inviables las instituciones, inalcanzable la justicia e imprevisible el futuro, y de ese modo, poder revertir lo poco o mucho conseguido, según quien opine.

*Marc Cabanilles es miembro del Ateneo Libertario Al Margen de València

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Comentarios
  1. Así es.
    En realidad lo que hay son «malas memorias», pues la relación de barbaridades y atropellos cometidos, supera en mucho lo que racionalmente podríamos imaginar.
    Y la mayoría de gente, desconoce dichos atropellos, y por supuesto, quienes los cometieron.
    Nos creemos muy listos, una sociedad avanzada, y en realidad,cuando ves estas cosas, estos comportamientos, estas actitudes, se da una cuneta que seguimos en la edad de piedra.
    Saludos

  2. LA MALA MEMORIA DEL REBAÑO.
    La tortura silenciada de las monjas durante el franquismo a miles de mujeres en el Patronato de Protección a la Mujer, creado en 1941 supuestamente como centro de reeducación para las mujeres rebeldes y que eran dirigidos por ordenes religiosas.
    En la práctica, esto no era nada más que cárceles donde se encerraban a estas menores para maltratarlas física y psicológicamente, solo por no cumplir con el pensamiento del régimen. Este patronato, marcó la vida de miles de mujeres.
    “Podíamos hacer 150 cruces en el suelo con la lengua”. Y los inodoros que estaban todos llenos de lombrices y de heces los teníamos que desatascar desnudas sin guantes”
    “Todo el día trabajando, rezando, fregando y solo tres horas de clase. Era mano de obra esclava gratuita”, relatan algunas de las internas a Jon Sistiaga.
    Pues bien, el rebaño o no tiene memoria o añora aquellos tiempos de «extraordinaria placidez».

  3. Acoso judicial para el enemigo y evitar la estigmatización de los colegas.
    El juez facha Peinado que ha imputado a Begoña Gómez, mujer de Pedro Sánchez, rechazó citar a Almeida para «evitar su estigmatización».
    Su hija es Patricia Peinado, concejal del PP en Pozuelo y que fue jefa de estudios de la princesa Leonor.
    (Fonsiloaiza)

  4. Lo peor es que la gente de este país aún no se han caído del guindo.
    En un comentario he leído estos días que la gente vota a quienes se les parecen y no le falta razón.
    El reino francofascista español sigue siendo sociológicamente franquista, mayormente es debido a que aún no se ha hecho la Verdad de la historia reciente, y mucho menos Justicia y Reparación. Se sigue dando por bueno el guión mentiroso que escribieron los vencedores por lo que sigue habiendo mucha gente desinformada y manipulada que cree que éstos son los «de ley», los «de fiar», los que son como «dios manda».
    Se vé que se han empeñado a fondo en las redes sociales, han cebado generosamente a los medios de comunicación y con sus bravuconerías y su falso patriotismo se han sabido ganar a la mayoría de la juventud que no está informada de la historia del país, ni sabe reflexionar ni discernir.
    Y como decía Ventura Durruti: «Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de sus manos, alzan el fascismo para mantener sus privilegios.»
    (Tanta sangre anarquista derramada en este país en la guerra contra el fascismo que aún espera gratitud y reconocimiento. Eran los más osados y por tanto, los más temidos)
    A la derecha española la retrató muy bien Antonio Machado que dijo de élla:
    «En España, de 10 cabezas, 9 embisten y una piensa».
    —————————————
    Cuanta razón tienes:
    … la bestia fascista que no va a parar en sus intentos de volver irrespirable el ambiente, imposible la convivencia, inviables las instituciones, inalcanzable la justicia e imprevisible el futuro,

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