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No valemos nada
"En España el concepto de individuo está cambiando… y para mal. Las vidas humanas, como si cotizasen en una siniestra Bolsa de valores, cada vez valen menos", sostiene el autor
Las leyes pueden servir de guía para que una sociedad avance. Ocurrió en España con la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Quizás si se hubiera hecho un referéndum, la mayoría de la población hubiera votado en contra, pero los legisladores, al decretar esa medida, establecieron un punto de referencia con el que las mentes más conservadoras poco a poco han tenido que transigir, asumiendo un hecho consumado como normal (en el sentido de norma). Sin embargo, las leyes también pueden tener el efecto contrario –el de hacer retroceder a una sociedad– cuando quien legisla lo hace con menos perspectiva histórica, lastrado por la ignorancia, los intereses particulares o por cualquier variedad del fanatismo (religioso, ideológico o nacionalista).
Legislar de una u otra manera depende de qué idea se tenga del género humano. Basta mirar las leyes que rigen en un país para saber qué idea del sujeto tiene la sociedad en la que imperan esas leyes. Ésta es la tesis que desarrolló Michael Foucault en varias de sus obras, sobre todo en La verdad y sus formas jurídicas. El concepto de individuo en una sociedad en la que, por ejemplo, se aplica la pena de muerte no es el mismo que tenemos aquí. De momento.
Es un círculo vicioso o virtuoso (depende): la sociedad determina las leyes y las leyes determinan a la sociedad. En España el concepto de individuo está cambiando… y para mal. Las vidas humanas, como si cotizasen en una siniestra Bolsa de valores, cada vez valen menos. No sé si la causa de esta deshumanización está en la sociedad, pero sí parece evidente que señaladas leyes del PP (ya aprobadas o en proyecto) están contribuyendo a que la sociedad tenga menos respeto por sí misma, es decir, menos respeto por los individuos que la conforman. De las leyes de este Gobierno se deduce la pésima (y pesimista) consideración que el PP tiene por los ciudadanos a los que gobierna: los ven como personas subhumanas, estorbos a quienes hay que mantener en una minoría de edad intelectual, domesticarlos mediante el palo (legislación que restringe las libertades individuales) y la zanahoria (pan –poco–, y mucho circo).
El viernes pasado Janeth Beltrán Martínez, una mujer nicaragüense de 30 años de edad, falleció en el servicio de Urgencias del hospital toledano de la Virgen de la Salud tras esperar cuatro horas. Con relativa frecuencia personas amenazadas con el desahucio se suicidan. Las muertes por violencia machista repuntan. Mueren inmigrantes en el Estrecho o quedan malheridos en las concertinas. Se incrementa también el número de personas que mueren al ser reducidas por agentes de policía. Los dependientes quedan sin ayudas, las mujeres que quieran abortar pondrán en peligro sus vidas haciéndolo de manera clandestina. Millones de niños están en riesgo de exclusión social… Son casos extremos y cotidianos, pero cada vez escandalizan a menos personas porque en la sociedad va calando el espíritu de las leyes del PP, el pobre concepto de persona que dibuja, en general, el pensamiento reaccionario de buena parte del arco político (PP, CiU, PNV…).
La creciente indiferencia que cunde entre la ciudadanía proviene de las leyes que, a su vez, emanan de declaraciones que nos dan una idea de cómo piensan las élites conservadoras que nos gobiernan: como el «que se jodan» los parados, que profirió una diputada del PP, o el «voy a echar la mierda a hostias», que dijo refiriéndose a los inmigrantes el alcalde de Sestao (del PNV), o el “alguien que para hacerse una mamografía en Ecuador tiene que pagar el salario de nueve meses, llega aquí a Urgencias y se la hacen en un cuarto de hora”, que dijo Cañete en 2008 (por no hablar de su penúltimo exabrupto machista), o la afirmación de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, de que los jóvenes en paro y sin cualificación “no valen para nada”.
Las leyes pueden reforzar la dignidad de los individuos, pero también quitársela. Por eso creo que merece la pena pararse a pensar qué noción del ser humano tienen nuestros legisladores y gobernantes, qué valor real otorgan a la vida de las personas y si están haciendo algo para evitar que la sociedad se pierda el respeto a sí misma (o si, al contrario, están fomentado esa deriva hacia la indignidad y la devaluación de nuestras vidas).
Nosotros valemos tanto que hasta nosotros no sabemos todo lo que valemos