Opinión
Es solo cuestión de tiempo
"Sin una agenda social radical, solo cabe esperar que la ultraderecha se haga con el poder también en España", reflexiona Eros Labara
Soltar exabruptos, muchos. Exacerbar las emociones y llevar al límite los sentimientos que conmueven la identidad ideológica. Insultar, vejar y llenar todo el terreno político de barro y odio, sobre todo de odio. No cejar hasta desfigurar la imagen del adversario, hasta acabar deshumanizándolo por completo.
El discurso ultraliberal y los insultos al Gobierno español por parte de Javier Milei durante la convención de Vox del pasado domingo han servido para captar la atención y copar los medios de comunicación, un modo exitoso de hacer política que acabó por catapultarle hasta la Casa Rosada, es decir, hasta la presidencia del Gobierno de Argentina. Es la misma estrategia que antes ejecutaría el paradigma ultraderechista Donald Trump en Estados Unidos y la misma que emplean en la actualidad todos y cada uno de los partidos ultras para tratar de hacerse rápidamente con el poder y las instituciones de sus respectivos países.
Tras la errática gestión política de Joe Biden en la invasión israelí de Gaza y, si nada cambia repentinamente hasta noviembre, es muy probable que Trump vuelva a la Casa Blanca tras las elecciones de finales de año en Estados Unidos. Su retorno como presidente del país más poderoso del mundo significaría un nuevo espaldarazo internacional a las históricas tácticas de dominación de las élites económicas sobre las clases subalternas y una legitimización en las urnas al proyecto de internacionalización de la servidumbre y la injusticia social. En este contexto, las elecciones europeas del próximo 9 de junio auguran un triunfo histórico de las fuerzas radicales de ultraderecha, lo cual se traduciría en un nuevo revés para las clases populares en un nuevo episodio histórico de la lucha de clases donde la clase privilegiada y reaccionaria avanza a paso ligero y sin encontrar prácticamente oposición.
Si hacemos cuenta de la perspectiva internacional, produce cierto vértigo pensar con cierta normalización que prácticamente todos y cada uno de los países europeos ya están o pueden estar pronto gobernados por partidos ultraderechistas o muy influenciados por éstos. No se puede esperar otra cosa que una corriente de triunfos arrolladores de la ultraderecha en la medida que, mientras hay oportunidad y ventanas de acción, no se ejecutan políticas que mejoran el bienestar social y reducen la injusticia social, es decir, que garantizan el acceso a una vivienda digna y asequible, se mejoran servicios públicos y condiciones laborales o se amplían nuestros derechos. Esta ola reaccionaria mundial es un síntoma que se alimenta de la inacción y la falta de proyecto político. Sin una agenda social radical, solo cabe esperar que la ultraderecha se haga con el poder también en España. Es solo cuestión de tiempo.
Si las ideas ultraderechistas se cuelan en las rendijas ideológicas de cada barrio, pueblo y ciudad bien puede explicarse a través de un hilo común de descontento y expectativas no satisfechas en entornos sociales pauperizados y de vidas precarizadas. La Argentina de Milei es un ejemplo de ello. La degradación del modelo capitalista y los ingentes esfuerzos para normalizar la inserción de la ideología ultraliberal de competición entre iguales en contextos de aparente escasez, han acabado por reforzar la idea por la cual la vida en sociedad debe ser concebida como un sálvese quien pueda de luchas selváticas por la supervivencia. Si los impactos ideológicos en redes sociales están copados por el modelo de vida de los millonarios y el objetivo vital de convertirse en millonario para huir de la demonizada clase obrera se presupone lógico, no se puede esperar otra respuesta social que la búsqueda incesante de aquello que consiga dejar atrás unas condiciones de vida que empeoran año tras año, sobre todo para las nuevas generaciones.
Paradójicamente, el enorme descontento derivado del empeoramiento generalizado del bienestar está canalizándose a través de un ahondamiento mayor en los problemas estructurales que arrastra el modelo económico capitalista que abanderan los partidos ultras, es decir, apoyar contra los propios intereses la destrucción sistemática de los pilares básicos de la convivencia a través de la degradación del acceso o directa eliminación de los servicios públicos, reducir derechos y asimilar los intereses de la clase dominante. «La justicia social es aberrante», que diría Javier Milei.
El éxito de estos desconcertantes mensajes y las ideas que se expusieron en la convención ultraderechista del domingo y su demostrada organización internacional no se debe por un conjunto de políticas comunes bien delimitadas entre los diferentes partidos, tampoco por un definido plan económico común, sino más bien por un antagonismo compartido que les une y que no es otro que el de la amenaza representada por movimiento sociales, colectivos y cualquier alternativa política socialista y de izquierda. El fin no es otro que dar la estocada final a cualquier conato de rebeldía, fuerza popular o idea que parezca mínimamente socialista, para facilitar así la acumulación por total desposesión y la conformación del estado de dominación, servidumbre y apartheid climático que proyectan sobre nuestras sociedades.
Sin respuesta política de corte social, la válvula de escape bien puede pasar por negar la realidad, denigrar a los losers mileuristas y pobres, desechar la clase obrera aunque se forme parte de ella y acabar jugando con las reglas que ciertamente se te imponen, es decir, pisar cabezas en una lucha fraternal de ultracompetividad donde uno solo puede ser el mejor. Es como esa especie de síndrome del narco donde jóvenes de muy corta edad acaban trabajando como sicarios de los cárteles con la esperanza de hacerse ricos rápidamente mientras sueñan con lograr convertirse, algún día y hasta que les acaben matando, en el capo.
La alternativa a dar esa radical lucha que impone el neoliberalismo debería encontrarse en la política, pero, descartada ésta con la evidencia de la precaria cotidianidad y la sonrojante inacción legislativa, pasa entonces por encontrarse en una reclusión y ofuscación del imaginario, en una mera resignación de la degradación de las condiciones de vida mientras la libertad se encuentra en otras coordenadas regladas por el componente de poder que se manifiesta en el acceso a servicios básicos y el consumo permanente. Tal vez la ilusión generada frente a la inútil resignación, aunque irreal, conlleva forzosamente a asirse a lo único que uno tiene y se prueba por competir y, al menos, a intentarlo. Aunque sea a base de ridículos burpees.
En las pasadas elecciones del 23 de julio de 2023, la sociedad española eligió otra forma de hacer política, antagonista a los postulados de la ultraderecha. La conformación de un nuevo Gobierno de corte progresista colocó al país en una posición única en Europa lo cual le habilitaba la posibilidad de marcar una hoja de ruta de transformaciones históricas y cambios que pudieran servir de faro para otras fuerzas políticas de izquierda que ahora mismo se encuentran totalmente perdidas ante el embiste ultra.
Hoy, más allá de los habituales y grandilocuentes discursos de los recientes mítines electorales y la rimbombante retórica acerca de cómo las políticas sociales son la única herramienta útil para revertir el atractivo electoral de la ultraderecha y el ascenso de los lobistas del poder económico al poder, ¿qué plan real de políticas tangibles se ha puesto en marcha para derrotar la ofensiva reaccionaria? ¿Qué políticas se están ejecutando para parar el ascenso de la ultraderecha? Desafortunadamente, parece que la estrategia política de este gobierno se haya fijado en la simple y desganada gestión de la degradación mientras lentamente se apagan las llamas del brasero donde reposan las esperanzas del electorado.
Hace falta empuje, valentía y planes ambiciosos que salgan de la vana retórica y ensanchen nuestras democracias. Solo así se podrá evitar que la gente hastiada de la lenta degradación de sus vidas caiga en brazos de la ultraderecha. Las palabras deben ser acompañadas de hechos porque, en definitiva, los Milei de turno son solo el síntoma, no la causa. La resignación de seguir impertérrito el mismo camino que nos va empujando poco a poco al precipicio de la violencia intrínseca de las políticas ultraderechistas tiene una respuesta electoral que ya hemos visto en otros países. Sin horizonte, sin propuestas y sin medidas radicalmente opuestas a las que propone la ultraderecha, el populismo reaccionario seguirá cosechando victorias.
El problema es que la ultra derecha de Orban propone paz y bienestar social.
La izquierda de Alemania, Francia (Macron llega como ministro de Hollande), Suecia, Finlandia y toda europa promueven empeorar un nivel de vida ya insoportable para aumentar los gastos militares por una guerra surgida de un golpe de estado apoyado por los Socialistas de la UE (incluyendo a Hollande)
Entonces todo lo del artículo queda en letra muerta
Olee Carmen C , la única solución es salir a la calle, en los barrios ,en los tajos y arrebatar el discurso de la sombra fascista.
Pero como bien sabemos solo hay represión policial para lxs antifas ,porque este gobierno de supuesta izquierda como los anteriores son los siervos del capitalismo ,y como tales sólo traen más precariedad, pobreza, miseria…. Dejando así el terreno sembrado al fachorio .
Este gobierno blanquea el fascismo y encarcela a lxs antifascistas y obrerxs luchadorxs como en Zaragoza, Barcelona,Cadiz,….
Más barricadas y menos discursos !!!
Salud y anarquia
Hace muchos años que la política europea dejó atrás los derechos sociales, que empobreció a la gente con las medidas tomadas en la crisis de 2008, donde vimos , que se nos obligó a los ciudadanos a pagar la fiesta de la banca e inversores, porque , mucho Europa, pero no deja de ser perrito faldero de EEUU y de aplicar las mismas políticas neoliberales.
Donde en el Parlamento Europeo votan la misma politica los partidos de derechas que los socialistas.
Donde se nos impone cada vez pagar más impuestos por servicios públicos, para que los gestionen empresas privadas para llenar sus bolsillos y enviar el dinero a paraísos fiscales.
Donde se admiten lobbys para que las leyes salgan a favor de las multinacionales, fondos de inversión y grandes empresas, se les permite que nos dejen sin acceso a la vivienda, a la sanidad , a la educación, salvo que paguemos a mayores de los impuestos.
Se permite que las empresas se hagan con los recursos que nos pertenecen a todos, donde las necesidades básicas, no las atienden los estados, que para,eso pagamos mucha pasta de nuestros cada vez más empobrecidos sueldos. Donde cada vez más se limita la protesta, se recortan derechos y nos cuentan que no hay dinero para pagar pensiones,pero para pagar la guerra de Ucrania , o gastar miles de millones en armas, no hay problema.
Y quieren que la gente les siga creyendo, cuando vemos que cada vez ganamos menos dinero , trabajamos más, los servicios públicos solo existen en el papel y las élites cada vez son más ricas.
Esa desigualdad es la que hace , que la gente crea en cantos de sirena, porque ya no se piensa, porque no se educa a la gente, para hacerse valer. Todo es economía, pero decencia, libertad, honradez , y donde lo que ahora es verdad en cinco minutos es mentira, la falta de ética y moralidad, y la corrupción existente, y las resoluciones de algunos jueces , ante estos delitos ,eso es lo que hace posible que triunfen estos energúmenos psicópatas.
No considero a Biden mejor que a Trump. Sólo algo más educado que es de agradecer.
El reino francofascista español ha ido escorandose hacia la derecha hasta quedar escorado casi en la ultraderecha.
Cada generación es menos crítica y más dócil, ya los han formado en colegios, IES y universidades en los «valores» del capital.
No conocen otra cosa.
La ultraderecha y la derecha del reino francofascista español no tendrían ni la mitad de agallas si se hubiera llevado a cabo con ellos Verdad, Justicia y Reparación de lo sucedido desde el golpe de estado del 36 hasta después de la transición en la que se amnistiaron a si mismos, siguieron al mando del timón en todos los poderes del estado y se sigue dando por buena la historia que ellos se inventaron de los hechos. Mayormente es por todo ello que el reino francofascista de España sigue siendo socialmente franquista.
Es tal el retroceso de este país que incluso les han hecho creer que los «socialistas», que también sirven al capital, son radicales de izquierdas.
Que puede hacer la izquierda ni siquiera la socialdemocracia si un país es sociológicamente facha y los medios de comunicación vendidos al capital mantienen al rebaño en el engaño?.
La izquierda debemos tener claro que hay que salir a la calle y luchar por nuestros derechos y libertades, por un mundo más justo, haremos muy mal si lo dejamos en manos de los políticos, además es el deber de cada uno.