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Seamos como perros
"El perro vive en tiempo presente y siempre está dispuesto a hacer compañía a alguien. (...) se conforma con lo esencial, juega y ama como nadie, porque su amor es incondicional. Apenas se molesta en juzgar"
Es un hombre común, si es que eso existe, y tiene un perro. Un día decide cambiar de vida, abandonarlo todo: casa, trabajo, ropa… Se desnuda, sale a la calle y echa a andar. Su perro le sigue. El perro no dice: “Ahora me viene mal que cambies de vida”, ni “¿qué demonios haces desnudo por la calle?”. El perro no pide explicaciones, no objeta ni prejuzga. ¿Hay que echarse a andar? Andemos. ¿Ahora toca dormir? Durmamos. ¿Ahora, comer? Comamos. Dos son los rasgos principales de un perro: la disponibilidad inmediata para la compañía y el amor incondicional hacia sus dueños. Hubo un hombre que admiraba tanto a los perros que vivía como ellos.
La leyenda cuenta que el filósofo Diógenes de Sínope (siglo V antes de nuestra Era) vivía desnudo en la calle. Pregonaba la necesidad de una existencia sencilla, sin ansiedad por el futuro. Una existencia como la de los perros.
A menudo se representa a Diógenes metido en un tonel y junto a un farol, la luz con la que buscaría incansablemente al ser humano. Cuando el emperador Alejandro Magno visitó la ciudad de Corinto, ansioso por conocer a Diógenes, lo halló tumbado en la calle, tomando el sol. El emperador, cuyos dominios llegaban desde Grecia y Egipto hasta la India, le preguntó magnánimamente si podía hacer algo por él. Diógenes contestó: “Sí, apártate. Me estás tapando el sol”.
Otra fuente cuenta que, cuando llegó el emperador, Diógenes miraba a un montón de huesos humanos apilados. Alejandro Magno le preguntó qué hacía. El filósofo contestó: “Busco los huesos de tu padre, pero no puedo distinguirlos de los de los esclavos”.
Ferrater Mora resume así la doctrina filosófica de Diógenes y sus seguidores: “Favorecer la ‘educación’ y servir de modelos, predicar la igualdad social o el retorno a la Naturaleza, destacar la autarquía y la filantropía, desarrollar la forma literaria de la diatriba [conversación] o la vida mendicante y, sobre todo (…), despreciar las convenciones”.
Esta doctrina es la del cinismo, pero no tal y como lo entendemos hoy en día. “El sentido peyorativo que adquirió la palabra muy posteriormente se debe, en gran parte, al desprecio que tenían los cínicos por las convenciones sociales”, añade Ferrater. Fueron los opositores al cinismo, los puritanos defensores del orden establecido (el orden de los amos y los esclavos), los que llenaron el término ‘cínico’ de las connotaciones negativas con las que hoy se usa comúnmente.
El perro vive en tiempo presente y siempre está dispuesto a hacer compañía a alguien. Nunca tiene un compromiso anterior, ni mucho trabajo u otras obligaciones. El perro celebra su cuerpo, lo exhibe sin pudor. Su sentido del ridículo y la vergüenza, que lo tiene, es muy infrecuente. El perro se conforma con lo esencial, juega y ama como nadie, porque su amor es incondicional. Apenas se molesta en juzgar. Sólo lo hará cuando se le inflija un daño directo a él o a su dueño. Por lo demás, seguirá amando eterna e incondicionalmente, no importa qué decisiones personales, opiniones o comportamientos, adopten sus dueños.
Tienen algo de sabios los perros. La palabra ‘cínico’, por cierto, proviene del vocablo griego ‘kíon’, que no significa otra cosa que ‘perro’.
Exactamente esto es lo que significa tener perro. Enhorabuena, Antonio Fraguas, aciertas invitándonos a ser como ellos. Si al menos todos fuéramos un poco más perrunos… Por cierto, el DRAE dice: «Del lat. cyn?cus, y este del gr. ??????? kynikós; propiamente ‘perruno'».