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La no violencia como arma para combatir la dictadura de Zimbabue

La organización Women and Man of Zimbabwe Arise (WOZA) trabaja para empoderar a las mujeres en un país en el que el jefe del clan tiene todo el poder y a las reuniones sólo pueden asistir los hombres

SEGOVIA//  “En Zimbabue, el jefe del clan o de la tribu es quien tiene todo el poder. En las reuniones solamente hablan los hombres y las mujeres ni siquiera pueden asistir”, explica Jenni Williams, fundadora de Women and Man of Zimbabwe Arise (WOZA), una organización de mujeres basada en la no violencia y cuyo objetivo es luchar contra la opresión existente en su país y defender los derechos fundamentales de sus ciudadanos. “Nuestra labor principal es empoderar a las mujeres, convencerlas de que también son personas, de que tienen voz y, por tanto, de que deben usarla para expresarse porque tienen los mismos derechos que los hombres”, explica una de las líderes del movimiento, Madogonga Mahalango.

Williams prosigue y explica que en Zimbabue más del 50% de la población es femenina, “por lo que es inconcebible que la mayoría de un país esté condenado al silencio”. Uno de los logros de los que ambas mujeres se sienten más orgullosas es de que en 2006 un grupo de hombres les pidió formar parte de su organización porque apoyaban su trabajo. Actualmente, de las 70.000 personas que forman parte de WOZA,  el 10%  son hombres. “Nos hace sentir muy bien que nos digan que nos admiran por haber demostrado más coraje y valentía que la mayoría de los hombres de nuestro país”, cuenta orgullosa Williams.

Tanto Jenni Williams como Madogonga Mahalango participaron el sábado pasado en el IV Encuentro de Mujeres que Transforman el Mundo organizado en Segovia, donde la periodista Mara Torres charló con ellas para que pudieran explicar los problemas por los que sus conciudadanos, especialmente las mujeres, están atravesando en la actualidad. Tal y como explicaron ambas activistas a La Marea, Zimbabue consiguió la independencia de Gran Bretaña en 1980, tras ganar una guerra de liberación que duró casi 20 años y con cuya victoria aspiraban a una educación pública y de calidad, un sistema democrático e independiente y mejorar la situación de las personas de raza negra.

Según explican, el racismo en Zimbabue ha pasado por varias etapas. Cuando aún eran una colonia británica, “aunque no fue tan violento como en Sudáfrica”, también hubo apartheid pero, tras obtener la independencia, el racismo pasó a ser tribal. “Actualmente –cuenta Mahalango- hay una élite que ejerce un racismo clasista contra el resto de la población, que es pobre”. El caso de Jenni Williams en este sentido es muy curioso. “Mi piel es blanca porque mis padres son irlandeses, pero mi abuela era negra. Mi sangre hizo que me rechazaran durante la etapa colonial”, recuerda. “Después de la independencia el problema era que mi piel no era lo suficientemente oscura, así que los que no sabían que mi familia había liderado la guerra contra los colonos, también la excluyeron por este motivo”, continúa. “Hoy en día, por suerte, la gente corriente no es racista, ha dejado de ser un problema de la gente de la calle. Son únicamente las élites quienes excluyen o marginan por cuestiones económicas”.

Tras dos años viviendo como un país autónomo, el dictador Robert Mugabe lideró una masacre étnica que dejó más de 20.000 muertos. Una estrategia gracias a la que se aferró al poder y que desde entonces, según denuncian Williams y Mahalango, continúa utilizando cada vez que le población sale a la calle a manifestarse para exigir que se respeten sus derechos o para exigir trabajo. A pesar de que a principios de los años 90 el nivel de alfabetización de la población llegó al 90% y de que Zimbabue se posicionó como el segundo país con el mejor sistema educativo de África, el nivel fue cayendo progresivamente “porque no han seguido trabajando sobre ello ni se han desarrollado proyectos o leyes para preservarlo”, explica Mahalango.

Lucha y resistencia pacíficas

Pero fue en la década siguiente cuando la situación en Zimbabue comenzó a empeorar considerablemente. Williams cuenta que en el año 2000 “entraron en vigor nuevas leyes para limitar las libertades en general, pero sobre todo las de expresión. Los medios de comunicación tienen muchos problemas, nadie puede abrir un periódico nuevo sin más. De hecho, en WOZA consideramos a los periodistas como hermanos en la lucha porque sufren las mismas represiones que nosotras”.  Tres años después nació WOZA, cuya mayor arma consiste en las protestas pacíficas y en reivindicar el respeto por los derechos fundamentales mediante la no violencia.

A pesar de que a lo largo de la Historia la única forma que han tenido los pueblos de conquistar sus derechos ha sido, en su mayoría, mediante las guerras, batallas o revueltas populares más bien violentas, Mahalango y Williams insisten en que no es la estrategia que quieren seguir. “Las guerras dan poder a un número reducido de personas pero no es gracias a ellas por lo que se consigue la democracia”, explica Williams. “Además, Mugabe es un hombre militarmente muy poderoso. Si nos enfrentáramos a él con armas, solamente conseguiríamos que nos mataran –afirma-. Sin embargo, nosotras tenemos un poder que él jamás tendrá, que es la hermandad, la solidaridad, el amor”.

La fundadora de WOZA también confía en el poder que se obtiene a través del conocimiento ya que, cuando lo consigues, “nadie te lo puede quitar. Una vez que un ciudadano sabe que en la Constitución pone que tiene derecho al agua o que un niño sabe que tiene derecho a la educación, nunca van a dejar de exigirlo. Y todas estas voces, colectivamente, son muy poderosas”. Y es en esto en lo que están trabajando desde su organización, en ofrecer a sus ciudadanos una plataforma desde la que expresarse para exigir aquello a lo que tienen derecho que, según aseveran las activistas, será lo que permita que la situación en Zimbabue cambie.

Respecto al futuro en su país, las activistas explican que lo más probable es que el dictador Mugabe se retire y deje paso a una transición gradual que termine con un presidente nuevo que respete la democracia. “Es necesario que ese nuevo presidente instaure un sistema basado en la memoria de la gente y en su ferviente deseo de que nunca más vuelvan a pasar por otra dictadura”, explica Williams. Esta situación, sin embargo, no podría ocurrir con totales garantías hasta que la situación económica en Zimbabue se estabilizara. “La economía en nuestro país es muy frágil; los ciudadanos, de media, toman una comida y media al día. No hay trabajo, no hay educación y si alguien necesita medicinas tiene que pagar por ellas –relata Williams-. Hasta que no tengamos garantizadas las necesidades básicas, esa transición será muy complicada de conseguir porque cualquier mínimo contratiempo podría desestabilizar el proceso”, concluye la activista.

 

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