Cultura

‘Los guapos’, de David Trueba: un retrato plano y simplista de la clase trabajadora

El escritor y cineasta debuta como director y dramaturgo en el Centro Dramático Nacional con una historia sobre el reencuentro de dos amigos de infancia y barrio obrero

Imagen de la representación 'Los guapos', de David Trueba. Fotos cedidas por el CDN.

Es posible que haya cumplido ya los cuarenta o esté a punto de cumplirlos. Se llama Pablo, es abogado y acaba de ganar un juicio en Estrasburgo, el caso de una familia de rumanos que se quedaron en la calle, expulsados de su casa por un fondo buitre. Después de salir en la tele con pinta de triunfador ha vuelto al barrio en el que se crio, un barrio obrero, de aluvión, uno de esos barrios con pisos de suelo de terrazo y paredes de papel y gotelé. Está esperando a Nuria en el bar en el que ambos pasaron media adolescencia jugando al flipper y ella llega tarde y hablan de los veinte años que les han caído encima desde la última vez que se vieron y él le cuenta que a su padre le echaron de Telefónica después de las acampadas en la Castellana y que le indemnizaron y se jubiló con 53 años y se fue al pueblo, y ella le dice que nos tratan como a una mierda pero qué suerte tener un pueblo porque cuando todos se iban en verano, ella se quedaba allí, con su familia, y el barrio parecía un desierto. Y él recordará que a Nuria y a su hermano les llamaban los guapos, mira, por ahí van los guapos, cuidado con ellos que tienen mucho peligro, y que él se enamoró hasta las trancas y que estuvieron unos meses juntos, aunque no pegaran ni con cola, y que nunca jamás ha querido a nadie como a Nuria. Y ella se colocará frente al público y le dirá a alguien que no está que Pablo iba para profesor y que siempre estaba leyendo, que siempre llevaba un libro en el bolsillo y que un día le leyó algunas páginas de una novela de la que aún recuerda la primera frase: “Siempre que tengas la tentación de juzgar a alguien, recuerda que no todas las personas han tenido tus mismas oportunidades”.

Y en esas líneas con las que empieza El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, reside, de alguna manera, toda la tesis sobre la que David Trueba. Con una larga trayectoria como escritor y cineasta, construye su debut como director de escena y dramaturgo con una obra llamada Los guapos, interpretada por Anna Alarcón y Vito Sanz, y estrenada en el Teatro María Guerrero del Centro Dramático Nacional, que coproduce el montaje junto a la productora catalana Bitó.

Los guapos es la historia de un reencuentro, el de Nuria y Pablo, que vuelven a verse porque ella necesita su ayuda como abogado y en ese bar que parece anclado en los 80 en el que sucede y sucedió casi todo se produce, dice Trueba, “esa fricción entre los recuerdos de ella y de él, el camino que han recorrido en la vida, y en qué medida, saliendo del mismo punto de partida, los destinos de ambos han sido muy, muy distintos”. Los guapos es una historia sobre los ideales de juventud, sobre cómo el primer amor pone los cimientos de los amores venideros, sobre cómo construimos los recuerdos y nuestra idea del éxito o el fracaso, y sobre cómo la belleza en un barrio feo y pobre se convierte en un trofeo que caduca enseguida.

Pero, por encima de todo eso, Los guapos es una historia sobre la clase trabajadora y el rencor social, sobre las oportunidades que tienen unos y no otros para progresar en la vida, para cumplir los sueños de adolescencia, y eso, algo a celebrar porque se trata de algo muy infrecuente en los escenarios, se convierte aquí, a pesar de las buenas intenciones, en una historia fallida y simplista, llena de tópicos.

La macarra y el triunfador

“Yo soy como estos personajes, he sido como ellos, vengo del sitio de donde vienen ellos”, dijo Trueba en rueda de prensa, “he estado hace relativamente poco en la edad en la que están ellos ahora y claro que me he reencontrado con gente que me ha gustado mucho, que empezó conmigo y fuimos adolescentes juntos, y me he enfrentado a la idea de por qué unos llegan a un sitio y otros se paran, y qué beneficios has tenido para poderte levantar cuando te has tropezado y te has caído”.

Trueba tira de estereotipos para dibujar a sus personajes: el chaval que se fue del barrio y se convirtió en un triunfador, además de comprometido y solidario, un tipo culto que habla bien, que usa traje sin corbata, tiene pareja y quizá no tarde mucho en comprarse un coche familiar. Ella, una macarra de familia humilde, con madre beata, padre maltratador y hermano yonki enfermo de SIDA, una mujer que se quedó atrapada en ese barrio en el que ya no vive, un barrio en el que ahora “te entran en casa cuando vas al mercado porque está lleno de gente de fuera que solo viene a joder, los putos inmigrantes”. Además de explicarnos por qué la clase obrera vota a Vox, Trueba también nos dirá que, mientras Pablo soñaba con ser Felipe González, Nuria se dedicaba a fumar porros y pondrá en boca de su personaje frases tan viejas y reduccionistas como que “los pobres no pueden ser tan guapos”, “nos usan y nos tiran”, “la lucha es entre los ricos y los pobres” o que “hace falta que la gente que no tenemos nada tengamos algo, por una vez”. El autor no complejiza la voz de sus personajes, no le da vuelo a una premisa de ricos y pobres que parte de un lugar muy básico, con tan poca arista y conflicto que todo resulta previsible.

El personaje de Pablo dirá que “la lucha de clases ya no gana ningún juicio” y que “la justicia no es un infinito”, y Nuria le usará para demandar a la empresa responsable de que su madre muriera por un defecto de fábrica en una silla-bastón que le regaló para que no se cansara dando paseos. Y convertirá aquello en una venganza de clase, en “la última batalla de una guerra que voy perdiendo, en la que he perdido siempre”. Y él se dejará hacer, dirá que sí, se dejará manipular y, al final, pasará de ser un tipo más bien pusilánime y maleable a convertirse en el gran-hombre-que-desenmascara-los-verdaderos-intereses de su antigua amiga, que terminará convirtiéndose en una supuesta asesina movida por la pasta: de la idealización de la clase trabajadora a la criminalización en hora y media de obra.

Demasiada exposición para un debutante

David Trueba usa, en lo dramatúrgico, un código realista y dos planos para contar su historia: el presente, con varias reuniones en ese bar de barrio en el que los dos personajes se ponen al día después de años sin verse y van armando la demanda-venganza; y un segundo plano, en el que Trueba usa el aparte frente al público, apartes en los que Nuria habla con su madre para compartir recuerdos sobre Pablo, y apartes en los que Pablo habla con su pareja para compartir recuerdos sobre Nuria. El director abusa de la fórmula hasta el aburrimiento, los apartes son larguísimos y el espectador tarda bastante en saber con quién habla cada personaje. También resulta un poco extraño que Pablo/Vito Sanz le cuente a su pareja, recordando a Nuria, “cómo follábamos vestidos, tirados en el parque de los pinos, nos tumbábamos uno encima del otro hasta que me hacía correr”.

Anna Alarcón y Vito Sanz son dos intérpretes formidables y con mucho oficio, que defienden como pueden un texto excesivamente literario, narrativo y reiterativo, en una puesta en escena plana y sin ritmo en la que ambos se hablan, muchas veces, a varios metros de distancia, perdiéndose en un escenario que le va grande a una obra que seguramente hubiera funcionado mejor en una sala más pequeña. Tampoco se entiende, volviendo a la tesis de la obra sobre el contexto y las oportunidades, que el Centro Dramático Nacional estrene en la sala grande del Teatro María Guerrero la obra de alguien que nunca ha escrito y dirigido teatro, sin una trayectoria teatral que le avale. ¿Cuánto tarda un creador en España en estrenar en esa sala? Desde luego, muchísimo más que David Trueba. Por otro lado, tampoco es comprensible ni recomendable que se someta a ese nivel de exposición a alguien que debuta en la escena, cuyo trabajo debería estar más protegido, menos expuesto.

Tras su paso por el CDN, donde estará hasta el 9 de junio, Los guapos podrá verse en el Festival Temporal Alta de Girona y, a final de año, en la Sala Beckett de Barcelona. La obra iniciará gira por España a partir de enero de 2025.

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Comentarios
  1. Desde la Solidaridad hasta la Resistencia: «El viejo roble», Ken Loach.
    «El viejo roble» es el resultado de la exploración continua de Loach por las regiones del noreste de Inglaterra, una área definida por su rica historia industrial y las profundas cicatrices dejadas por el cierre de industrias esenciales como la construcción naval y la minería del carbón. La película presenta a una comunidad local enfrentando la llegada de refugiados sirios, una situación que pone a prueba su capacidad de solidaridad en tiempos de adversidad económica y social. Según Loach, la película no solo cuenta la historia de los refugiados y los residentes locales, sino que también resalta la persistencia de un espíritu de solidaridad y resistencia frente a las fuerzas del neoliberalismo.
    Loach critica vehementemente las políticas neoliberales que, a su juicio, han erosionado las estructuras comunitarias y exacerbado la alienación y el resentimiento entre los trabajadores. Para el director, la solución no reside en adaptaciones individuales a un sistema fallido, como sugieren películas como «The Full Monty» o «Billy Elliot», sino en un enfoque colectivo y organizado que reafirme el poder de la clase trabajadora.
    A pesar de anunciar que «El viejo roble» podría ser su último largometraje, su pasión por la justicia social y la reforma política permanece inquebrantable. Con una vida dedicada al cine social, Ken Loach sigue siendo un defensor ferviente de los derechos y el poder de la clase obrera, cuya relevancia y urgencia solo parecen aumentar en el contexto político y social actual.
    Trailer: https://www.youtube.com/watch?v=g_nC7H47zxE

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