La Uni en la Calle

Presentación del orden terapéutico

El autor es Doctor en Ciencias de la Información, licenciado en Periodismo y Sociología.

Ciudadanos que lloran en televisión, niños que juegan a curar muñecos enfermos, políticos que sufren los problemas de la gente: aparece una forma definida de estar en el mundo. Una serie de instituciones que se sustentan sobre este flujo inagotable de expresiones de emotividad hasta convertirlo en un negocio televisivo, farmacológico, político y editorial. Pero se trata también y sobre todo de un negocio social en el sentido amplio del término, esto es, una forma de sociabilidad basada en formas de pensamiento y rituales de interacción específicos, y también, por supuesto, en estructuras de poder.

Orden terapéutico es antes que nada la forma de organización social cuyo vínculo fundamental es la observación y manipulación del yo. Como cualquier orden colectivo, se compone de una cultura y un estado terapéuticos, es decir, de una lógica compartida de pensamiento e interacción que tiene por principio el intercambio de expresiones de emotividad y consejo referidas a un yo percibido como incompleto, vulnerable o enfermo, por un lado; y por otro de una red de instituciones públicas y privadas que se legitiman socialmente como médicos, cuidadores o especialistas en ese sujeto herido.

El estado terapéutico es un estado, es decir una institución de dominación. Su particularidad es que asume como medio de legitimación principal y función primordial de todas sus agencias la curación individualizada de la población que domina. Su nexo histórico con el capitalismo es muy fuerte, así como con el proceso de racionalización de las sociedades modernas. Pero este estado no podría sostenerse si no conectase con un marco de referencia cultural adaptado a él. Desde los años sesenta, la sociología norteamericana viene señalando la emergencia de una red de significaciones colectivas centradas en un sujeto individual necesitado de asistencia y ayuda. En su formulación tal vez más influyente, este yo aparece como un nudo inestable de emociones básicas sobre las que se sustentan pensamientos e impulsos, un foco de tensiones y conflictos que sólo puede hallar equilibrio gracias al consejo de especialistas en saberes más o menos arcanos (psicológicos y pseudopsicológicos). Y es que, atención, el nuevo yo es objetiva y subjetivamente plástico, es decir maleable y manipulable.

La cultura terapéutica es una cultura, es decir un marco simbólico de integración social. Como tal legitima jerarquías y modos de dominación, pero también proporciona suelo y cielo, sentido presente y trascendente, a la vida individual. Una vez asumida, la cultura terapéutica es invasiva. Borra la frontera entre vida pública y vida privada y lo tiñe todo de intimidad. Emerge un sujeto hiperindividualista que sin embargo depende del refuerzo terapéutico para sentirse vivo e integrado, una especie de yonqui del reconocimiento de los expertos en gestión emocional y no tanto ya de la familia o los iguales, percibidos cada vez más como entornos peligrosos para el sistema de la personalidad.

La visión que representa al orden terapéutico como un sistema represivo de control social no es completa, también produce comportamientos (normalizados y desviados). Proporciona una organización social en el más amplio sentido del término y es capaz, potencialmente, de configurar un sistema social. Pero no está exento de conflictos. Requiere una expansión continua de sus agencias burocráticas que choca con el desarrollo capitalista (la crisis de los estados de bienestar lleva consigo una crisis de las agencias terapéuticas) y algunas de sus instituciones centrales funcionan con lógicas que pueden resultar problemáticas: los medios de comunicación de masas, pieza clave en la legitimación del orden terapéutico, ofrecen un discurso contradictorio; por un lado liberador (potencialmente autorreflexivo) y por otro legitimador de instituciones de control cada vez más represivas.

En definitiva, las sociedades modernas estarían configurando un nuevo régimen de gubernamentalidad en el sentido de Foucault, compuesto de un sujeto político (el yo vulnerable), un saber central (la psicología) y un poder específico (el cuidado). Su emergencia marcaría el paso de un estado capitalista clásico al estado de bienestar, pero no el final de ese camino. La actual crisis del welfare puede ser una oportunidad para generar redes de apoyo no mediadas por instituciones terapéuticas públicas o privadas, aunque para ello tendremos que aprender a identificar y resistir el discurso terapéutico en lo que tiene de invasivo, desactivador y generador de dependencia.

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Luis García Tojar es Doctor en CC. Información, licenciado en Periodismo y Sociología. Profesor contratado doctor de la UCM desde el año 2007 y coordinador del Máster oficial Estudios Avanzados en Comunicación Política. Imparte las asignaturas de Sociología y Sociología política, correspondientes al Grado en Periodismo, así como Sistemas mediáticos y orden político, que pertenece al máster mencionado.

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