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Apartando la mirada del tifón Haiyán

Crónica visual de cómo los damnificados por el tifón Haiyán van rehaciendo sus vidas poco a poco.

Parecía el apocalipsis. Franjas litorales arrasadas, casas sepultadas por el viento y el mar, postes y árboles caídos. El tifón Haiyan, que tocó tierra en Filipinas el 8 de noviembre de 2013, dejó más de 6.000 muertos y un reguero de destrucción. Pero poco a poco la gente fue dejando atrás la catástrofe y rehaciendo sus vidas. Esta es una pequeña crónica visual de las primeras semanas del desastre.

Liberty (Filipinas). La niña de la fotografía que aparece arriba vivía en una choza que fue arrasada por el tifón Haiyan. La encontré en los márgenes de una carretera de la isla de Leyte, una de las más afectadas por la catástrofe. Mientras hablaba con sus padres y sacaba fotografías, la niña dio la espalda a la casa, que había quedado reducida a escombros, y observó el paisaje de desolación. Entonces disparé. Durante días, el pueblo de Liberty parecía un gran amasijo de palmeras quebradas, uralitas, cables eléctricos, vegetación y utensilios domésticos.

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Cebú (Filipinas). Justo después del tifón, muchas viviendas se convirtieron en un refugio insalubre. La gente se hallaba desorientada y sin saber por dónde empezar la reconstrucción de sus casas. Sentí que esa era la angustia que estaba intentando superar esta mujer, que en la imagen observa a sus hijas desde media distancia. La familia sobrevivía entre los restos de la vivienda, situada en el norte de la isla de Cebú.

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Burauen (Filipinas). Una de las cosas que hizo desde el principio Médicos Sin Fronteras (MSF) es visitar los hospitales en las zonas más castigadas por el desastre. Este es el momento en el que la doctora Carolina Nanclares entra en el principal hospital de Burauen, una zona aislada de la isla de Leyte. El área de hospitalización había quedado inservible. Las lluvias que cayeron tras el tifón inundaron la parte trasera del centro, donde yacían camas de hierro sin colchones y se mezclaba el olor de la humedad y los escombros.

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Burauen (Filipinas). Conocí a un padre tan joven como tierno. Parte de un árbol cayó en la cabeza de su hija y la llevó de inmediato a un centro de salud en el pequeño pueblo de Julita. Sus heridas debían ser tratadas, así que la enviaron al principal hospital del distrito de Burauen. Me fijé en el abrazo justo antes de que tumbaran a la pequeña para ponerle puntos en la cabeza. Él la consuela. Parece como si no quisiera separarse de ella.

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Burauen (Filipinas). Rocabo Florencio, de 46 años, recibió un golpe en la cabeza durante el tifón. Fue ingresado en el hospital de Burauen, apoyado por MSF. No podía andar y se quejaba de un intenso dolor en la rabadilla. El doctor Víctor Fernández, muy atento con los pacientes, le tocó varios puntos de las piernas y la espalda. El dolor del paciente es evidente. La preocupación del doctor, también.

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Tacloban (Filipinas). Un logista de MSF me insistía en que los filipinos estaban muy preparados para este tipo de catástrofes. Cuando llegó el tifón, la mayoría se refugió en los llamados centros de evacuación: sobre todo iglesias, ayuntamientos y escuelas. Son edificios sólidos que permiten resguardarse de una tormenta. Y que pueden convertirse en la vivienda provisional de mucha gente. Esta iglesia de Tacloban, una de las ciudades más castigadas por el tifón, acogió a decenas de familias que se quedaron sin casa tras la catástrofe.

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Burauen (Filipinas). El hedor de los cadáveres era el más reconocible durante los primeros días. Pero poco a poco se impuso otro olor: el de escombros, madera y chatarra incinerada. En Burauen, como en otras partes de la isla filipina de Leyte, las fogatas eran las últimas lumbres antes del anochecer, porque la electricidad no había sido restablecida.

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Abuyogon (Filipinas). Acudí a una distribución de artículos de primera necesidad de MSF en las faldas de una montaña. Desde que recogió la manta, perseguí a esta mujer para robarle una instantánea. Había corrido varios metros por delante de ella y me quedé esperándola. Este es el momento en que me redescubre: su rostro se está apartando de la seriedad pero todavía es muy pronto para mostrar toda su timidez.

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Burauen (Filipinas). Una de las imágenes más recurrentes en Filipinas. Están locos por el baloncesto. En cualquier esquina, los niños organizaban un partido improvisado. Estos me invitaron en seguida a lanzar a canasta, pero les pedí que siguieran jugando. De espaldas a la destrucción que había causado el tifón Haiyan, el juego parecía más bonito, porque ejemplificaba las ganas de salir adelante.

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Burauen (Filipinas). En las cunetas de las carreteras había un sinfín de casas derruidas. La gente te invitaba a entrar en lo que había quedado de sus casas. Este niño no lo hizo pero empezó a hacer gestos con las manos en la barbilla. Creo que se burlaba de mi barba. Al bajar el brazo, el gesto aún no había desaparecido, pero la broma debía de hacerle mucha gracia, porque no paraba de reír.

Texto y fotos: Agus Morales de Médicos sin Fronteras

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