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Francotiradores pacíficos saharauis

La nueva generación de saharauis busca otras formas de continuar la lucha contra la ocupación marroquí, sea con flores de papel, triunfos en atletismo o protestas en el extranjero.

TINDUF (ARGELIA) Y SÁHARA OCCIDENTAL // Cuando la lucha de un pueblo se alarga durante 40 años, y la organización político-armada que la lideraba lleva veinte años de tregua después de que le fuera prometida una salida pacífica del conflicto que resultó ser mentira, los ciudadanos adoptan formas de lucha de todo tipo. Es lo que ha sucedido con el pueblo saharaui. Su reivindicación de independencia se remonta a finales de los años 60 y la tregua entre el Frente Polisario y el ejército de Marruecos, a 1991.

Uno de ellos es el pintor Moulud Yeslem. Tiene 36 años, estudió en Cuba y a su vuelta creó con su hermano un centro de arte. Fue a los territorios ocupados, vio el muro y le impresionó mucho. Desde entonces no dejó de pensar en qué podía hacer él como artista. Primero organizó una exposición de pintura itinerante por España, pero le pareció insuficiente. También hizo un documental titulado Aquel día, sobre cómo le cambia la vida a una persona el día que pisa una mina antipersona. Ahora ha puesto en marcha un proyecto que consiste en poner una flor de papel por cada mina. Lo explica así: “La idea es pedirle a la gente que fabrique una flor para llevarla al muro que separa el Sáhara y sembrarla para sustituir una mina. El objetivo es conseguir diez millones de estas flores para crear una línea de 2.700 kilómetros, donde hay unos diez millones de minas. Empezamos el pasado 23 de abril y lo hemos llevado a cuatro ciudades españolas y ya hemos logrado 5.500 flores. En Gavà, cerca de Barcelona, conseguimos 3.500 flores con la implicación del Ayuntamiento”. Con motivo del Festival de Cine del Sáhara (FiSáhara), llevó 500 flores a la zona sembrada de minas, que plantó junto con la teniente de alcalde de Gavà, Emma Blanco.

Marruecos controla la zona al oeste de este muro que construyó, mientras el territorio al otro lado –que es un 35% del total– está en manos del Frente Polisario. El muro está vigilado por el ejército marroquí. Tiene trincheras, alambradas de espinos y una extensa franja sembrada de minas antipersona y anticarro. Se calcula que existen entre 7 y 10 millones de artefactos, muchos de ellos de fabricación española. Marruecos no ha firmado el tratado internacional contra esas minas.
“El muro debe desaparecer y las minas también. El Polisario hizo un acuerdo con Suráfrica para desactivarlas, pero el lugar donde están las minas es una zona neutral, donde no tienen competencia ni Marruecos ni el Polisario, sólo la tiene la ONU, y ésta no se implica. Otro problema es que las minas están colocadas muy cerca de la superficie y, a diferencia de otros terrenos, la lluvia caída en la arena del desierto provoca que la mina se desplace y vaya a otros lugares, incluso a partes donde se ha desminado”, explica Yeslem.

La idea del activista es implicar a la sociedad catalana en el día de San Jordi para conseguir un millón de flores de papel y tela. Para ello, una de las ideas ya enseñadas por Moulud Yeslem es dejar en el suelo unos papeles con la fotografía de un mina para que la gente las pise. El saharaui explica que mucha gente tiene demasiada prisa y no quiere escuchar las explicaciones de los activistas. Cree que, sin embargo, si los transeúntes se marchan con uno de esos papeles pegados a la suela del zapato, al quitarlo descubrirán un mensaje que dice: “Si ésta fuera una mina real, usted estaría mutilado”.

Yeslem también quiere implicar a activistas marroquíes, no sólo saharauis. Se trata de “romper también el otro muro, el muro de la información”. Por su parte, Blanco, la edil de Gavà, señala que su idea es “contactar con mujeres y gente mayor que hacen manualidades, como las mantelerías. Les proponemos que monten un taller para enseñar a la gente a hacer las flores y al final terminan explicando el proyecto a sus vecinos”.

El campeón saca la bandera
Salah Amaidan Hmatou nació en 1982 en El Aaiún ocupado. Un día una comisión marroquí que tenía la misión de elegir al mejor corredor del Sáhara fue a su casa para presionarle a él y a su padre para que formara parte de la selección oficial marroquí de atletismo. “Todo lo que dice el gobierno marroquí es obligatorio; por eso mi padre tuvo que aceptar. La política marroquí quiso hacer propaganda con ello; quiso aprovechar el deporte para vender que la inserción es aceptada por los saharauis”, recuerda Hmatou. Durante el tiempo que estuvo en Marruecos –fue allí con 13 años– años, sintió el odio y la marginación por ser saharaui, relata. A la vuelta en los territorios ocupados del Sáhara, fue detenido durante la intifada de 1999 y sometido a tres días de interrogatorios. Al haber sido integrante del equipo nacional de atletismo, hubo presiones desde algunas instituciones para liberarlo a cambio de que volviera a Marruecos y a los entrenamientos.

En 2003 mejoró su propio récord en 10.000 metros y fue seleccionado para competiciones internacionales en representación de Marruecos. “Entonces pensé en aprovechar esta oportunidad para expresar la situación que viven los saharauis. Se trata de una idea exclusivamente personal fruto de la indignación”, aclara.

En una competición internacional en la localidad francesa de Agde, el 4 de abril de 2004, cuando quedaban 200 metros para llegar como primer clasificado a la meta, sacó una bandera saharaui y recorrió la distancia ondeando la insignia. Repitió el gesto en otra competiciación, en la que llegó segundo, esta vez con una camiseta saharaui. Comenzaron las represalias y amenazas por teléfono desde la embajada marroquí en Francia y también contra su familia en los territorios ocupados. Todos sus parientes fueron despedidos de sus trabajos. Hmatou nunca pudo volver a Marruecos. Desde 2004 vive en Francia como asilado político.

“Mi fama –afirma– es una oportunidad para expresar las dificultades por las que atraviesan los saharauis y también para denunciar la ocupación ilegal del Sáhara por parte de Marruecos. Quiero llevar ese mensaje a la opinión pública francesa y al gobierno francés que apoya esa ocupación. Los medios de comunicación franceses nunca hablan de las zonas ocupadas. Mi objetivo es competir donde haya mucho público para poder llevar el mensaje del pueblo saharaui”.
El documental The runner (Corredor de fondo), protagonizado por el propio Hmatou, cuenta su particular historia. “La película simboliza la continuidad de una lucha”, afirma, “porque allí donde he estado compitiendo he defendido una causa y, mediante la película, se puede seguir viendo y escuchando nuestro testimonio”.

Gritos y cámaras contra el muro
En los campamentos de refugiados en Tinduf, en territorio argelino, nació y se crió Omar Hassena Ahreyem, que luego se licenció en Cuba. Después, volvió a los campamentos donde ahora dirige el único centro de menores. Es miembro de la plataforma Gritos contra el Muro Marroquí, un grupo juvenil voluntario que, según afirma, “mediante acciones pacíficas, intenta derribar el muro más largo del mundo, a la vez que se esfuerza en hacer este muro visible para el resto de la comunidad internacional”. La plataforma fue fundada el 1 de enero de 2003 con tan solo 37 personas. Ahora ya son cientos. Lo dirigen ocho jóvenes, cuatro de los campamentos y cuatro de la diáspora, que van rotando cada cuatro meses.

El colectivo convoca manifestaciones todos los meses en la parte liberada del muro, a apesar del riesgo que suponen los miles de minas antipersona y antitanque colocadas por Marruecos. “De ese modo, recordamos a los marroquíes que están custodiando un terreno que no es suyo”, cuenta Ahreyem. “A través de altavoces, globos o cartas le decimos al ejército marroquí que somos pacíficos y que queremos un diálogo para la paz. Sabemos que ellos no tienen un mandato político pero queremos sensibilizarles desde el punto de vista humano. Al mismo tiempo, los cascos azules comprueban que somos pacíficos”.

Los cuatro líderes de la plataforma en la diáspora saharaui hacen visible el muro en el exterior a través de manifestaciones y movilizaciones frente a embajadas y consulados marroquíes en el extranjero. Tienen previsto organizarse también en las zonas ocupadas del Sáhara, a pesar de la represión del gobierno marroquí.

En 2009 un grupo de jóvenes periodistas saharauis creó la televisión RADS TV. Hoy son once profesionales, cuatro mujeres y siete hombres, que trabajan en las zonas ocupadas de forma clandestina. Con frecuencia son apresados y encarcelados durante días, o bien les confiscan sus cámaras. Uno de ellos es Tahar Sidi Hamdi. Cuando era estudiante universitario, en 2003, le encarcelaron y sufrió torturas. Lo colgaron boca abajo y lo tuvieron tres días sin dormir mientras diferentes equipos se relevaban en el interrogatorio. Desde la televisión emiten seis horas al día a pesar de que les han expulsado de muchos satélites, tanto europeos como árabes. “A los corresponsales internacionales que están en Rabat no les dan autorización para ir a los territorios ocupados y ver lo que sucede”, denuncia Hamdi. “De ahí la importancia de nuestro trabajo a la hora de sacar a la luz la represión marroquí en las zonas ocupadas. Queremos que la comunidad internacional, en especial Francia, presione a Marruecos para que permita a los periodistas que entren y vean lo que sucede en los territorios ocupados”.

Trabas en la universidad marroquí
Mohamed Elbachir Lansar tiene 25 años. Es un activista saharaui en la Universidad Ibn Zohr, en la ciudad marroquí de Agadir. Junto con otros compatriotas intenta realizar actividades culturales y sociales relacionadas con el Sáhara en la universidad. “Cuando los saharauis intentamos festejar nuestros aniversarios, los marroquíes toman militarmente las universidades para impedirlo. Prohíben cualquier actividad prosaharaui en la universidad. Si hacemos una exposición de fotos, nos la prohíben”, denuncia. A Elbachir le han detenido varias veces, le han torturado y abandonado en un descampado a varios kilómetros fuera de la ciudad.

Según afirma, a los saharauis no les permiten “apuntarse a algunas especialidades universitarias como magisterio, salud o aviación”. Lansar denuncia que en los territorios ocupados está prohibido abrir universidades. “El objetivo es que no aumente el nivel de formación de la población”, afirma.
Los protagonistas de este reportaje son jóvenes saharauis que han nacido y crecido bajo la ocupación marroquí. Sobreviven, igual que su nación, dispersos en el Sáhara ocupado por Marruecos, en los campos de refugiados en territorio argelino, en las zonas liberadas o exiliados en otros países. Pero, como señala Omar Hassena, “con la sensación de que nuestra vida no vale nada. Se malgasta sin futuro ni perspectiva”. Su indignación ante los sucesivos gobiernos españoles que los han abandonado, los franceses que apoyan a Marruecos y Naciones Unidas que los desprecia e ignora, no para de aumentar. Son francotiradores pacíficos… por ahora. El Polisario firmó hace más de 20 años una tregua a cambio de la promesa de un referéndum que nunca llega. Los líderes saharauis cada vez tienen más difícil convencer a estas nuevas generaciones de que la salida debe ser pacífica y la paciencia infinita.

[Artículo publicado en la edición en papel número 11 de La Marea, a la venta aquí]

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