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El Lorca que ofendía a España resucita en el teatro Valle-Inclán de Madrid

Ambientada en 1941, la compañía que dirige Jorge Eines ofrece una versión de Bodas de Sangre que recupera la esencia simbólica y reivindicativa del teatro lorquiano. Permancerá en cartel hasta el próximo 12 de enero.

MADRID// Han pasado dos años desde que las tropas de Franco ganaron la Guerra Civil y los españoles viven sometidos por su dictadura. En este contexto, una compañía de teatro ensaya Bodas de Sangre, de Federico García Lorca, fusilado cinco años atrás porque su homosexualidad, su conciencia social y su obra ofendían a España. Este es el marco que Jorge Eines, director de 1941. Bodas de Sangre, ha elegido para  llevar al teatro Valle-Inclán de Madrid una de las obras más representativas del teatro lorquiano, donde permanecerá hasta el 12 de enero.

Es bastante habitual que un director utilice la técnica del teatro dentro del teatro para ofrecer un montaje alternativo al que el autor de la obra propuso cuando la creó. A veces sirve para acercarla al presente y hacerla actual, en otras ocasiones se utiliza para explicar quiénes son o qué persiguen los personajes; incluso puede emplearse como un recurso más para pasar de un acto a otro o cambiar la escenografía.

El montaje que propone Eines es un guiño al espectador, una forma de hacerle partícipe de la España que mató a Lorca para ayudarlo a entender cómo pervivió su legado artístico, que no fue gracias a otra cosa que a la voluntad de los propios artistas que se rebelaron contra la mezquindad fascista. Con una escenografía austera y una iluminación usada con inteligencia, 1941. Bodas de Sangre oscila entre la Andalucía lorquiana y la represión franquista, entre el día asfixiante dominado por el sol y la traición de la noche amparada por la luna.

Un montaje cuidado, estudiado, que cuenta, además, con una gran ventaja: sus actores. Es poco habitual encontrarse con un elenco en el que ninguno de sus intérpretes desentone. Lo más común es que se perciban diferencias entre la calidad artística de los que cuentan con más experiencia sobre el escenario y la de aquellos a los que aún les falta algo de recorrido. No es el caso de esta obra.

El trabajo de equipo, la coordinación y la generosidad de todos los actores con sus compañeros se ponen al servicio de Lorca y de Eines para que sean la poesía, la simbología e, incluso, la música sobre quienes recaiga la atención del espectador. La ausencia de egos, de exhibiciones recargadas de un dramatismo que, mal entendido, podría degenerar en parodia, permiten que sea la propia obra quien adquiera el protagonismo que merece.

La capacidad de Carmen Vals para reprimir y contener a su personaje, el desparpajo espontáneo de Mariano Venancio o la amargura orgullosa de Jesús Noguero conviven con la energía alegre y desenfadada de Danai Querol, Inma González y Beatriz Melgares. Luis Miguel Lucas y Carlos Enri, sin cuyo trabajo no podría entenderse la enorme trascendencia que la simbología tiene en el teatro lorquiano, completan un reparto armonioso que atrapa al espectador sin que ofrezca demasiada resistencia.

El montaje, la iluminación, el contexto y el reparto son las herramientas que utiliza Jorge Eines para extraer la esencia de las Bodas de Sangre de Lorca y mostrarla sin complejos. Fue el propio García Lorca quien afirmó que “un pueblo que no fomenta su teatro está muerto; el teatro que no recoge el latido social, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego». Y la sociedad en la que vivió, la que quiso denunciar, era una sociedad clasista, machista y represiva en la que no aceptar las normas impuestas podía suponer la muerte.

Al igual que en Yerma o en La Casa de Bernarda Alba, Bodas de Sangre muestra la fatalidad del destino de la mujer, pero de una mujer que se rebela y que asume las consecuencias que su inconformismo va a generarle. El agua y los caballos, que sirven para simbolizar un erotismo reprimido en ellas y manifiesto en ellos. La luna, como un personaje más dentro de la obra; un personaje maléfico, que todo lo sabe y cuya presencia anuncia la muerte. Y, por supuesto, la tragedia, que se plasma en esa muerte a la que precede la luna, y que en Bodas de Sangre viene acompañada por la imagen recurrente de la navaja y la sangre derramada en la tierra.

El próximo jueves 19 de diciembre, al finalizar la función, habrá un encuentro con el público donde el reparto y el director dialogarán con los espectadores sobre censura, teatro, arte y poesía. O para hablar de sangre. De esa sangre con la que el propio Jorge Eines presenta su montaje: “La sangre como un rastro de lo social. Como una cárcel del cuerpo y la palabra que nos condena al pasado y, a veces, nos precipita en el futuro. La sangre como el precio que se paga para vivir con los demás (…) La sangre. Vida y muerte a un mismo tiempo“.

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