Los socios/as escriben
¿Crisis? Del paro al ocio
"Nuestro sistema económico es fiel reflejo de una filosofía de vida y no la única manera de cubrir nuestras necesidades básicas, como hemos querido creer. Este engaño nos lleva a pensar que no hay otra manera de hacer las cosas".
Comentaba en el artículo anterior, que fue en los años 80, concretamente en el año 1983 cuando Luis Racionero editó un libro titulado Del paro al ocio. En aquella época fue un libro muy leído y valorado, incluso podríamos decir que las políticas de reducción de la jornada laboral, que tímidamente asomaron por la Europa de finales del siglo XX y principios del XXI, tienen mucho que ver con el movimiento social e intelectual del momento.
Nos cuenta Luis Racionero que desde la Antigua Grecia el objetivo fundamental del hombre ha sido el ocio. Dice Racionero: “… que en los diálogos de Platón se habla de una sociedad de ciudadanos ociosos que discutía de todo lo divino y humano, mientras los esclavos trabajaban”. “Los romanos gozaban de 130 días de fiesta al año”. Es decir, que se lo pasaban como niños (entre guerra y guerra, se entiende). Y pienso yo: ¿Los esclavos de Plantón no podrían ser las máquinas de hoy?
Añade a continuación que “…el puritanismo calvinista y cuáquero establece el trabajo y el negocio como medida terrenal de los méritos ganados para acumular un tesoro en el cielo. La Revolución Industrial eleva la sociedad del trabajo y el negocio a límites inconcebibles en la vieja Roma”. O sea, que son los anglosajones los que nos “contagian” su cultura de la producción y el desarrollo sin límites como referentes para una felicidad, que ya hemos visto que no termina de llegar.
Aquí tenemos entonces una interesante conclusión, y es que nuestro sistema económico es fiel reflejo de una filosofía de vida y no la única manera de cubrir nuestras necesidades básicas, como hemos querido creer (especialmente después del derrumbe del Telón de Acero). Este engaño nos lleva a pensar que no hay otra manera de hacer las cosas.
No obstante, Racionero reconoce la validez de este sistema económico mientras que el problema era producir lo suficiente para cubrir las necesidades fundamentales de la población. Después, insiste, el sistema debería haber evolucionado hacia otro, donde las personas y su desarrollo fuesen los protagonistas.
De la misma manera, Racionero es bastante duro con la cultura mediterránea cuando dice: “Los mediterráneos somos doblemente culpables de la actual crisis europea (estaba hablando de la crisis de los años 80) y del marasmo mundial, porque hemos abandonado la herencia secular del otium cum dignitate (inactividad con dignidad), que dijo Cicerón y la noción aristotélica de que el objeto de la acción es la contemplación, el de la cantidad su transmutación en calidad, traicionando los ideales que debíamos mantener”.
¡Menudo repaso! Y esto lo decía hace 30 años.
Resumiendo, el ocio siempre ha sido el referente principal en nuestras vidas, una vez cubiertas las necesidades básicas. Es más, la mayor parte del tiempo en la historia de la humanidad ha sido uno de los objetivos más claros de nuestra existencia. Sólo a partir de la Revolución Industrial hemos “aparcado” esta necesidad vital en pos de una mayor “cantidad” de vida. Ahora, ya cubierta esta necesidad hace unas cuantas décadas, estamos en condiciones de volver a disfrutar con nuestros amigos y con nuestra familia del ocio y de la vida, porque eso es lo que siempre hemos querido.
Afrontar por lo tanto, de una vez por todas, el exceso de producción con reducciones continuas de la jornada laboral no es una quimera, es una necesidad. Pero desgraciadamente, es más fácil decirlo que hacerlo. Hemos impuesto tal ritmo a nuestra vida laboral y social, nos hemos complicado tanto la existencia con tal de “tener”, que ahora no podemos parar. Hemos perdido las referencias más humanas y más existenciales. Hemos perdido el sentido de la vida.
Es curioso, pero recuerdo que durante la crisis de los años 90, una consigna que se coreaba era “trabajar menos para trabajar todos”. Ahora es un buen momento para recuperarla. ¿Por qué nadie habla de ello? ¿En qué telaraña estamos enredados? ¿Podemos salir de ella? ¿Queremos salir de ella?
Las culturas de tradición católica veríamos el trabajo como un castigo de dios frente a las culturas de tradición protestante, que verían la creación de riqueza como una premonición de cómo nos iría en el más allá.
Quizá algunos que van de católicos y patriotas españoles deberían recordar alguna de nuestras raíces, como propone el autor, trabajando menos para trabajaar tod@s.