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Cuando Olga se convirtió en Vera

Olga, que nació en Rusia hace 52 años, vivía con su pareja en Galicia y una noche fue violada y golpeada. Su situación irregular la llevó a estar retenida 48 días en el CIE de Madrid “por inventarse una agresión sexual para conseguir los papeles”

La conocíamos como Olga hasta el miércoles. Sabíamos que había nacido en Rusia, que tiene 52 años, que vivía con su pareja en Galicia y que una noche de marzo, cuando regresaba a casa, dos hombres la habían agredido a punta de pistola. Tras violarla y golpearla, la habían dejado en un monte desnuda. Cuando la encontraron aún estaba aturdida y llegó al hospital en ambulancia. Olga denunció la violación pero en cuanto la Guardia Civil la conoció sus problemas se agravaron. Estaba en situación irregular y esa situación la convirtió inmediatamente en sospechosa. Paso de víctima a culpable en cuanto no pudo presentar unos “papeles”. La violación dejó de tener importancia para las autoridades españolas. Lo único que le preocupaba a la administración es que esta mujer no estaba en situación regular.

Denunciar la violación le supuso a Olga una detención “por inventarse una agresión sexual para conseguir los papeles” y 48 días retenida en el CIE de Madrid. Se presentó ante el juez con las marcas de la paliza aun en la cara, pero el juez no las vio. No levantó los ojos de los papeles, Olga solo era unos “papeles” para el juez, solo fue unos “papeles” para la fiscal.

Sabíamos todo eso porque Olga a pesar de todo, continuó siendo valiente y su testimonio fue recogido en el informe “Violadas y expulsadas” con el que la Fundación Aspacia ha sacado a la luz la situación de las mujeres víctimas de violación en situación irregular. Un informe en el que se relata sin edulcorar cómo el Estado no protege a estas mujeres, cómo se extiende la impunidad de los violadores ante la falta de diligencia de la justicia que convierte en culpables a las víctimas.

Diez días después de presentarse públicamente el informe, el miércoles día 4, en la Fundación Aspacia recibían la llamada de la pareja de Olga, un ciudadano español que les relataba que estaba siendo llevada hacia un avión que la expulsaría, esa misma mañana, a su Rusia natal. Ese día, el nombre de seguridad, Olga, se esfumó. Vera, que así se llama realmente, iba a pagar las consecuencias de su valentía. Ante tanta denuncia, las autoridades decidían que era mejor echarla, no oírla más, que enmendar todas las violaciones, las físicas, las legales, las que se habían cometido contra sus derechos… que Vera había sufrido.

La expulsión se paró 24 horas después gracias a la intervención de la Defensora del pueblo, que remitió de madrugada una petición a la Comisaría General de Extranjería y Fronteras para que se estudiase con detalle todo el caso y se aplazase mientras tanto la expulsión. Pero la orden de expulsión sigue vigente. De hecho, Vera tendrá que presentarse semanalmente en la comisaría como medida cautelar para asegurar su expulsión. Esto significa que tiene el riesgo de ser expulsada durante cualquiera de esas comparecencias. Esto significa que hay una mujer a la que se le han robado todos los derechos mientras hay unos violadores reforzados en la impunidad. Vera, una mujer pero también un nombre tras el que se encuentran todas aquellas que no conocemos.

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