Cultura
‘Civil War’, un apolítico baño de sangre
La poderosa película de Alex Garland imagina una segunda guerra civil en Estados Unidos y se centra en el horror bélico mientras desdibuja los contornos sociales y políticos que han dividido al país en la realidad.
Si te interesa el fotoperiodismo y el trabajo de los corresponsales de guerra, Civil War es tu película. Si buscas un discurso refinado sobre cómo el trumpismo ha terminado por dividir y enfrentar a los estadounidenses, hasta el punto (afortunadamente sólo en la ficción) de tomar las armas, Civil War te decepcionará. Resulta muy triste ver cómo Alex Garland tenía todos los elementos en su mano para rodar una obra maestra (hay quien ha comparado su película con Apocalypse Now) y esa posibilidad se diluye por su incoherencia narrativa.
Presentada en pocas palabras, Civil War cuenta la secesión de varios estados contra un presidente tiránico al que su propio pueblo (o una parte de él, para ser más exactos) trata de deponer a través de la lucha armada. Cuatro periodistas se suben a un coche y emprenden un viaje de pesadilla hasta Washington para asistir a su caída. Todo lo que tiene que ver con estos cuatro informadores, sus ambiciones, su reacción a la violencia que los rodea, las cuestiones éticas que afectan a su oficio, todo eso está representado de forma magistral.
Garland tiene una facilidad innata para crear imágenes perturbadoras, quizás no con la sofisticación intelectual de un David Cronenberg, pero lo intenta. Ex_Machina (2014), Aniquilación (2018) y, sobre todo, Men (2022) abundaban en estas visiones inquietantes. Eso es lo mejor de Civil War, su capacidad para transmitir el horror y la locura de la guerra. Eso y el extraordinario trabajo de sus actores principales, Kirsten Dunst, Wagner Moura, Stephen McKinley Henderson y Cailee Spaeny, quien ya dio muestras de la excepcional actriz que es en Priscilla. Pero si el despliegue visual y emocional de Garland es abrumador, si logra sumergir al público en el sangriento delirio de una contienda fratricida, ¿entonces cuál es el problema con su película? Pues es un problema de códigos narrativos.
Si la película transcurriera en un país indeterminado podríamos aceptar de buen grado una cierta ambigüedad entre los bandos enfrentados. Pero si tu fábula parte de la realidad actual en un país concreto (en este caso, Estados Unidos) no puedes apostar por una fábula críptica sin aclarar las motivaciones de los contendientes. Esa incoherencia, nacida de la comparación inevitable con la realidad, desconcierta al espectador, que empieza a hacerse preguntas, se pierde y acaba por desconectar de la historia. Y eso da mucha rabia porque estamos ante el germen de un peliculón apabullante que se queda en eso, en germen.
En Civil War dos estados tan antagónicos políticamente como California y Texas proclaman su independencia y se alían en contra de la autocracia que se ha instalado en la Casa Blanca. Si se tratara del condado de Yoknapatawpha, pues no habría ningún problema, pero si se usan mimbres auténticos para hacer el cesto, la historia debería tener algún soporte congruente. El afán de su director es hacer el retrato de una locura colectiva que deviene en guerra civil, pero al emborronar a los antagonistas distorsiona el relato hasta el punto de convertirlo en algo enigmático y conceptual.
Lo que ha hecho Garland, básicamente, es una película de zombis, pero desde el género equivocado. George A. Romero ofreció en La noche de los muertos vivientes (1968) una metáfora política sobre la guerra de Vietnam, el racismo y las tensiones de una sociedad (la norteamericana) que (literalmente) se devora a sí misma. El marco en el que colocar todos esos conceptos (una película de terror) era el adecuado para trabajar con ellos desde la abstracción. Con mayor o menor fortuna, las series The Walking Dead y The Last of Us trabajan en los mismos parámetros. Pero en el momento en el que unos americanos agarran las armas para matarse unos a otros en una ficción con vocación realista, no caben las abstracciones ni las indefiniciones. Hay que mojarse en el sentido narrativo. Para que la cosa se entienda mínimamente, vaya.
Incluso en una película malograda como Men, su aire onírico no desentonaba con la esencia de su mensaje: la violencia inherente al patriarcado y su perpetuación a lo largo del tiempo. Era una cinta de terror, con todos los tics del género, y su moraleja era obvia. Quizás demasiado obvia, pero ese es otro tema. Esa claridad (y no estamos hablando de que delimite perfectamente a los buenos y los malos, es algo más complejo que eso) no está presente en Civil War, y eso actúa en su contra. ¿Porque qué cuenta Civil War más allá de que «los americanos se han vuelto locos»? Se supone que los patriotas unionistas son blancos de ultraderecha y que los secesionistas conforman un grupo libertador y multirracial. O varios grupos. ¿Y uno de ellos es Texas? ¿Y también Florida? Todo esto son suposiciones que el público debe construir con esfuerzo rellenando huecos cuyos contornos desconoce y que no encuentran un paralelismo con la sociedad real, en descomposición, que la película quiere retratar.
Lo que sí retrata de forma plausible, ya lo hemos dicho, son las motivaciones y las cuestiones éticas que rodean al corresponsal de guerra y al fotoperiodista. Kristen Dunst (grandiosa, como siempre) interpreta a una fotógrafa especializada en conflictos bélicos. Ha recorrido el mundo entero registrando el horror. «Pensé que estaba enviando un mensaje a casa: no hagáis esto», dice con desánimo en un momento de la película –Garland también puede ser obvio, innecesariamente obvio, cuando quiere–. Al principio de la película se la presenta como una leyenda del fotoperiodismo: es la autora de la célebre foto del atropello de Charlottesville (el autor en la vida real fue Ryan Kelly y ganó el premio Pulitzer). A lo largo de la película la percepción sobre su trabajo va cambiando, hasta el punto de que se le hace imposible llevarse la cámara a la cara y seguir fotografiando la muerte. ¿Sirve de algo que siga haciendo este trabajo? ¿Va a cambiar algo? Es una pregunta legítima que todos los periodistas en su situación se han hecho alguna vez. Y ha dado pie a películas magníficas como The Bang Bang Club (2010), basada en la historia de Kevin Carter, o la injustamente olvidada Círculo de engaños (1981), rodada por Volker Schlöndorff en escenarios reales, en medio de la guerra civil que asoló el Líbano.
Todo lo que tiene que ver con el periodismo en Civil War es bueno. Todo lo que tiene que ver con el acto de la guerra es impresionante. Todo lo que tiene que ver con la política es ininteligible. Y es una pena porque al ver Civil War, una película, por lo demás, muy poderosa, es inevitable que resuenen, amenazantes, las palabras de Trump: «Si no gano las elecciones habrá un baño de sangre». Pero eso no está.
‘Civil War’ se estrena en cines el viernes 19 de abril.
No explicar quiénes son los buenos y quiénes son los malos y dejarlo en manos del espectador es un hecho claramente deliberado por parte del director, ya que su potencial público no pertenece solo a Estados Unidos. A mí como español me ha recordado dos cosas: Una guerra civil es la peor de las guerras por enfrentar a «hermanos contra hermanos», más allá de las ideologías. Y, sobre todo, me ha recordado a nuestra guerra civil. Por cierto, en nuestro país no se ha traducido el título. Creo que intencionadamente. También recordar que guerras civiles no sólo se han producido en Estados Unidos. Y ahí van algunas de las antidemocráticas frases del que fue presidente de la República Largo Caballero: “La case obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”. Largo Caballero en un mitin en Linares, el 20 de enero de 1936.
“La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas. Estamos hartos de ensayos de democracia, que se implante en el país la nuestra”. En el Cinema Europa, el 10 de febrero de 1936.
“Si no nos permiten conquistar el poder con arreglo a la Constitución, tendremos que conquistarlo de otra manera”. Febrero de 1933.
“Quiero decirles a las derechas que, si triunfamos, colaboraremos con nuestros aliados. Pero, si triunfan las derechas, nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos”. Escribió en “El Liberal”, el 20 de enero de 1936.
“No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad”. En 1934, Ginebra.
“Hay que apoderarse del poder político, pero la revolución se hace violentamente: luchando y no con discursos». Congreso de las Juventudes Socialistas.
Lo dicho. La película me ha provocado una sensación inquietante por los paralelismos con el pasado y las incertidumbres sobre nuestro futuro.