Cultura

Música contemporánea, una relación compleja

Según Iury Lech, «la música atonal puede producir mayor placer que la tortuosa banalidad de la llamada música comercial»

El compositor Arnold Schönberg. FLORENCE HOMOLKA

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Podemos tararear una melodía durante días. Relacionamos una canción con una persona, con un beso, con aquel martes maravilloso en la playa en 2011. Evocamos el momento justo en que sonó una melodía y ese sonido en nuestra cabeza puede revivir detalles que creíamos olvidados: el olor del mar, la risa de alguien querido, las gaviotas que volaban a lo lejos. La música que recordamos suele ser un lugar al que queremos volver. O al que incluso a veces volvemos sin querer. Regresamos a Bach, a Pink Floyd o al Buena Vista Social Club. Coreamos «como una ola tu amor llegó a mi vida, como una ola de fuego y de caricias» (y leemos esto cantando) y eso nos hace cómplices de otros individuos que corean lo mismo en un bar de karaoke porque la música es también memoria colectiva. Nos sostuvimos y abrazamos con Resistiré del Dúo Dinámico durante meses a las 8 de la noche, cuando el miedo acechaba en forma de pandemia. Creamos un vínculo emocional indivisible con la música con la que crecimos, más aún si luego emigramos, porque los sonidos de la memoria se convierten en sostén y en consuelo.

A los humanos la música nos prefigura ya desde el nacimiento: los bebés reaccionan a la voz de su madre. La neurociencia parte del principio de que la música ocupa una localización específica en el cerebro y dispone de redes compartidas para su procesamiento. Como consecuencia, la música forma parte de nuestro sistema nervioso, modifica nuestros ritmos fisiológicos, influye en nuestra actitud mental, altera nuestro estado emocional y sabemos de sobra que, así como puede proporcionar sensaciones de bienestar, también puede causarnos angustia o desasosiego.

Algunas investigaciones revelan que a través de la música se pueden alcanzar, incluso, estados extáticos y niveles de emoción que se colocan por encima de la dopamina que generan el deporte, la comida, el sexo o algunas drogas. El oído es, junto con el tacto, el sentido que más nos acerca a un estado emocional.

¿Pero qué ocurre con esa música que no podemos tararear o recordar? ¿Qué hace nuestro cerebro con la música que no ordena los sonidos como tradicionalmente estamos acostumbrados?

Un poco de historia

Desde los inicios del canto gregoriano fueron necesarios unos mil años antes de que la tonalidad evolucionara. Ya hacia 1700, la tonalidad había alcanzado una posición de primacía indiscutible en la música occidental estableciendo el poder de las relaciones tonales. Estas relaciones no son construcciones arbitrarias, sino que están firmemente arraigadas en las leyes de la física acústica con sus relaciones de frecuencia. Los orígenes de la tonalidad no se encuentran en un conjunto de decisiones caprichosas, sino en la naturaleza fundamental del sonido.

Durante más de 300 años, este notable sistema de sonidos y contrastes, dentro de relaciones y patrones claros, ha sido la base incuestionable de la música occidental. Innumerables compositores de todos los estilos imaginables han compartido el marco básico de la tonalidad y han concebido un lenguaje musical en común. A principios del siglo XX el marco básico de la tonalidad todavía estaba vigente, pero para entonces sus límites se habían ampliado significativamente. Esta expansión de los límites de la tonalidad se hizo aún más extensa con Arnold Schoenberg.

Schoenberg, nacido en Viena en 1874, fue al principio un exponente del estilo expansionista del romanticismo de finales del siglo XIX. Pero a finales de la primera década del siglo XX estaba en camino de una dramática renuncia a la tonalidad que incluía un rechazo total de las armonías consonantes y una total aceptación de la disonancia. Si bien sus obras fueron controvertidas desde el principio, no fue sino hasta el estreno de su Serenata Op.24, en 1924, cuando Schoenberg presentó una obra que ponía en práctica una técnica de composición autosuficiente y rupturista, una reorientación cultural y estética que había desarrollado en total secreto. Había nacido el dodecafonismo.

La música en serie de Schoenberg llegó a ser enormemente influyente, sobre todo para otros músicos. A partir de ese momento hay un trabajo de resignificación de los términos y se comienzan a usar conceptos como música contemporánea, atonalidad, pantonalidad o multitonalidad.

Fascinación por la innovación

La música contemporánea española ha sido pionera en la exploración de nuevos sonidos, técnicas y formas de expresión. Compositores pioneros como Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, Tomás Marco, Benet Casablancas o Francisco Guerrero han desarrollado un lenguaje musical propio, de vanguardia, reconocido en el ámbito internacional.

Según el compositor, videoartista y escultor sonoro Iury Lech, (Ucrania, 1958) «la evolución de la música atonal en España y su aceptación varía entre diferentes audiencias y contextos culturales. Si bien hay compositores contemporáneos que continúan trabajando en el ámbito atonal, utilizando técnicas avanzadas y explorando nuevas formas de expresión musical, la música tonal y otras expresiones musicales populares continúan siendo la forma dominante de la expresión musical actual. Lo que desconoce la mayoría del público de música mainstream es que la música atonal puede producir mayor placer que la tortuosa banalidad de la llamada música comercial».

Karlheinz Stockhausen en 1980. Stockhausen fue uno de los principales compositores de la vanguardia de posguerra junto a John Cage, Pierre Boulez o Luigi Nono. ROB CROES / AMEFO

Según la investigadora musical y compositora Beatriz López-Nogales (Burgos, 1998), «hay todo un mundo más allá de la nota». Para su proceso de creación López-Nogales se fundamenta en la búsqueda de sonidos inéditos, de lenguajes musicales alternos. «Me interesan los sonidos que no pueda identificar previamente y ni siquiera pueda imaginar ni anticipar antes de crearlos», agrega. «Es como reestructurar el lenguaje musical y poner la lupa encima de los armónicos que desatan o disparan los sonidos».

Componer música que parte de la sorpresa propia, del enigma, es el fundamento de la música contemporánea. En consecuencia, un desafío específico de esta experimentación es que el público, los oyentes, deben generar una variedad de nuevos modelos predictivos en un entorno auditivo altamente incierto.

¿Qué ocurre con la música que por sus características no podemos recordar?

Según el compositor e investigador musical Bruno Dozza, (Milán, 1965) «es verdad que se ha atribuido la dificultad de comprensión de la música contemporánea a que sus códigos de construcción son tan complejos, tan elaborados y tan sofisticados que a veces el oyente medio no es capaz de escucharlo, pero yo no creo que un oyente, a pesar de su sofisticación, no pueda percibir algunas capas de esa complejidad musical. Complejísima es la música de Bach o de la polifonía franco-flamenca del Renacimiento. Son tan extremadamente complejas como una pieza de Boulez o de Stockhausen». Y continúa: «Lo que pide la música contemporánea es una escucha libre de prejuicios. Hay prejuicios culturales que consideran que lo musicalmente aceptable está dentro de un orden tonal, del sonido más tradicional que hemos conocido. Con esta rigidez no se podrá acceder a una nueva manera de escuchar».

Es importante destacar que la música contemporánea no es un bloque homogéneo. Abarca una gran diversidad de estilos, técnicas y enfoques creativos, desde el minimalismo hasta la electroacústica, pasando por la música aleatoria, el serialismo o el neorromanticismo. A pesar de su ruptura con las formas más tradicionales, la música contemporánea española mantiene un diálogo constante con la rica tradición musical del país.


Algunos compositores imprescindibles (además de los citados)

José Manuel López López (Madrid, 1956)
Premio Nacional de Música en 2000, es profesor de la universidad de París, especialista en música contemporánea y en composición asistida por computadora.

Alicia Díaz de la Fuente (Madrid, 1967)
Organista, compositora, doctora en Filosofía, catedrática de composición y análisis de la música contemporánea en el Conservatorio de Madrid. Premio Nacional de Música en 2022 y experta en informática musical.

Gabriel Erkoreka (Bilbao, 1967)
Sus obras tienen como trasfondo la mente humana y la naturaleza, interconectando el folklore vasco con elementos electrónicos, cintas magnetofónicas y medios audiovisuales.

Ramón Lazkano (San Sebastián, 1968)
Como compositor ha sido galardonado con el primer premio del Conservatorio de París y con el premio Leonard Bernstein. Su obra profundiza en la intertextualidad, la saturación, el silencio y la experiencia del sonido y del tiempo.

José María Sánchez-Verdú (Algeciras, 1968)
Formado entre Granada y Frankfurt, sus obras se abren al uso del espacio arquitectónico, la luz y la electrónica. Es catedrático de Composición del Conservatorio de Madrid.

Elena Mendoza (Sevilla, 1973)
Fue la primera mujer en recibir el premio Nacional de Música (en 2010). Hoy es catedrática de composición y música experimental en la Universidad de las Artes de Berlín.

Fernando Villanueva (Ciudad Real, 1976)
Pianista y compositor. Le interesa particularmente la composición asistida por ordenador y el uso de nuevas tecnologías. Es asistente e intérprete de música electrónica.

Helga Arias (Bilbao, 1984)
Se centra en la exploración de las variaciones microscópicas del fenómeno sonoro y las relaciones entre acústica y electrónica. Ha ganado premios de composición en España, Italia, Austria, Alemania y Corea del Sur.

Miguel Álvarez Fernández (Madrid, 1979)
Compositor, musicólogo, comisario de proyectos de arte sonoro, productor y cineasta. Presenta el programa Ars Sonora en RNE. Su trabajo analiza las conexiones entre estética musical, filosofía del lenguaje y voz.

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Comentarios
  1. Y a mí que parte de la música clásica me suele enervar más que relajarme? Es normal?
    Para mí la mejor música internacional es la de las décadas 70/80 tanto por su diversidad como por su calidad; temas, letras que hablaban de respeto a la libertad del otro, (no como ahora que no hace mucho escuché un género reguetón que la letra de la canción se componía únicamente en «eres mía, mía y solo mía». Luego que las matan).
    Música de calidad, relajante, cantidad de voces peculiares que entusiasmaban. He observado que a la gente le suele gustar la de su época; pero creo que en mi caso está justificado por su reconocida calidad. Incluso está de acuerdo en ello parte de la juventud de hoy.

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