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¡Es Schumpeter, estúpidos!
El absurdo debate entre keynesinos/estímulo neoliberales/austeridad nos ha dejado en el mismo punto de la inopia del que partimos allá por el 2007
Me encontraba yo haciendo de periodista de hoy en día o lo que es lo mismo: aburrido, diletante y tirado por la cama con el portátil entre las piernas, cuando me dio por leer el fallo del jurado del premio Nobel de Economía que este año ha escogido el modo pedrea repartiéndolo en tres tipos: Eugene F. Fama, Lars Peter Hansen y Robert J. Shiller, cada uno de su padre y su madre ideológico pero los tres analistas de la gran cuestión del siglo XXI en economía: “Y eso ¿cuánto vale?”.
Pisos, bonos, subsuelos, partidos de fútbol, softwares, canciones, hedge funds… el valor y el precio se han descoyuntado y ahí están estos tres padres de familia intentándolo explicar. Total, que el jurado en su fallo, ha resumido con claridad sueca, la madre del problema: “No hay manera de predecir los precios de acciones y bonos para los próximos días y semanas, pero sí es posible prever la evolución amplia de esos precios en periodos más largos, como los próximos tres a cinco años”. No existe el precio, existe el ciclo. No podemos saber dónde estamos ahora pero tenemos la certeza de que nos movemos, por explicarlo más poéticamente.
En cierto modo es otro aval a quien piensa que debemos dar por perdidos para la teoría económica estos años de crisis. El absurdo debate entre keynesinos/estímulo neoliberales/austeridad nos ha dejado en el mismo punto de la inopia del que partimos allá por el 2007. Ni Keynes ni Friedman. ¡Es Schumpeter, estúpidos! (no va por ustedes, es una frase hecha).
Schumpeter fue un desbordante y excéntrico personaje de esos que todos añoramos de la entreguerra europea. Austriaco putero y juerguista, azotado por la pérdida de su gran amor, el joven Schumpeter fue designado ministro de Economía en la Austria convulsa y derrotada de 1918. “Ocupé el cargo de ministro en tiempo de revolución y le puedo asegurar que no fue divertido” confesaría después. De él son algunas de las ideas centrales sobre el espíritu del capitalismo que, hoy en día vemos de manera más descarnada y evidente. Él sostuvo que el capitalismo era, sobre todo, algo dinámico y como tal, susceptible de los cambios de rumbo. Algo así como esas aspiradoras circulares que vagan por el piso. Sabemos cómo funcionan, para qué sirve pero no dónde acabarán.
Para Schumpeter el capitalismo no era un sistema de producción, se trata de una civilización. Guiada por la necesidad de aventura y riesgo. Por un espíritu depredador propio de jóvenes y aventureros, lo que el bautizó como Unternehmergeist y que ahora tenemos hasta en la sopa traducido como “Espíritu emprendedor”. En los años de su madurez, el capitalismo se había aburguesado (si se me permite la ironía) y Schumpeter insistía
en que sin “ansias de conquista” éste moriría como expresa en la celebérrima frase con la que abre la segunda parte de su Capitalismo, socialismo y democracia: “¿Puede sobrevivir el capitalismo? No, no creo que pueda.”
Por eso, para devolver al capitalismo su inercia basada en la aventura y la conquista vemos como todas las instancias (políticas y simbólicas) se vuelcan en resucitar ese “espíritu emprendedor” basado en la gloria personal, en la destrucción de lo viejo, en la pura conquista. “La novedad es el centro verídico”, dijo Schumpeter. Se rinde culto al depredador, al genio monopolista, a ese engendro de Belcebú que fue Steve Jobs.
Y del largo brazo del héroe capitalista e innovador llega otra de las grandes ideas de Schumpeter: la destrucción creativa. La idea, de hecho, es del gran sociólogo Sombart pero él la populariza. Se trata de que el capitalismo, para seguir avanzando, que es lo mismo que existiendo, debe estar destruyendo constantemente sus viejas obras y sustituyéndolas por productos, mercados o tecnologías nuevas.
Bien. ¿Qué pasa ahora, exactamente? Que lo viejo no se destruye. O no destruimos a velocidad suficiente. Sobran montañas de dinero, nuevas tecnologías se acumulan en forma de trastos móviles sin generar grandes saltos productivos (como decía Solow: “Veo ordenadores en todos lados excepto en las estadísticas de productividad”) y lo que no acaba de nacer no mata lo que no termina de morirse.
Antes la cosa era fácil: guerra y colonialismo o invención monopolística. Pero hoy, el problema no es si somos austeros o estimulantes. Es que el sistema necesita eliminar riqueza para poder crear nueva. Necesita empobrecernos, matarnos, despojarnos de todo para poder ofrecernos nuevos bienes. El capitalismo, los “emprendedores”, bien dijo Schumpeter, no dominan, arrastran.
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¿Arrastran o arrasan?
Metafóricamente hablando, por supuesto, ¿no deberíamos eliminar a los viejos ricos junto con la vieja riqueza? Los empresarios tipo Díaz Ferrán, los mafia del pelotazo, las empresas codiciosas hasta pervertir su función económica (pongamos que hablo de las eléctricas, o de la banca)…
Quizás entonces los emprendedores aventureros tendrían su oportunidad.
Mola, mola bastante. 😉