Crónicas | Internacional
El tesoro de barro que desafió al terremoto de Marruecos
El violento seísmo sufrido en 2023 en el Alto Atlas ha puesto al descubierto el formidable patrimonio de una arquitectura que aún resiste en la montaña tras miles de años.
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A las 22.11 horas local del pasado 8 de septiembre, Montserrat Villaverde se encontraba en un alojamiento de una pequeña población marroquí situada a 2.527 metros de altitud en el Gran Atlas. Tabant es un pueblo de adobe y tapial del valle de Aït Bougemez. En ese preciso instante, enviaba mensajes por telefonía móvil bajo la sobrecogedora bóveda celeste que abraza uno de los parajes con menos contaminación lumínica del Mediterráneo. Un rugido bronco removió de pronto los cimientos del edificio de cinco plantas donde se hospedaba y la tierra comenzó a temblar con una fuerza desconocida. «El movimiento fue alucinante», relata al otro lado del teléfono desde Barcelona. «Me quedé paralizada. La casa se movía de un lado para otro. Fue como si la montaña comenzara a aullar».
Acababa de producirse el terremoto más devastador de la historia contemporánea de Marruecos, con una magnitud de 6,8 grados. Montserrat Villaverde es responsable de patrimonio de la Asociación RehabiMed, profesora de la Universidad Ramón Llull de Barcelona y una avezada especialista en arquitectura tradicional del mundo árabe. Conoce el Alto Atlas como la palma de su mano y justo ese día acababa de concluir uno de sus múltiples trabajos de campo para documentar la espléndida arquitectura popular de adobe, tapial y piedra que puebla la agreste montaña magrebí.
Tras el violento movimiento sísmico regresó el silencio absoluto en un valle donde apenas hay móviles ni tráfico rodado. Lo primero que comprobó es que el edificio de tapial de cinco plantas donde se alojaba seguía en pie. Se había tambaleado como un castillo de naipes pero había logrado absorber las impetuosas ondas sísmicas con sorprendente solidez. En Tabant no hay iluminación urbana. Desde su ventana se escuchó el murmullo de la gente aterrorizada salir a la calle para ponerse a salvo de otra eventual sacudida.
Tabant no sufrió graves desperfectos. La inmensa mayoría de sus viviendas han sido construidas con técnicas milenarias de tapial y adobe. La capital del valle de Aït Bougemez no fue la única localidad que resistió razonablemente bien al movimiento sísmico. Decenas de otras poblaciones de la zona, esculpidas en arquitectura milenaria de tierra, también aguantaron incólumes las envestidas de uno de los terremotos más mortíferos de la historia reciente de África. «Solo vi un pueblo arrasado a media hora de donde estaba. Pero el resto de toda aquella zona de montaña la encontré intacta».
Poblaciones dispersas
Las primeras estimaciones cifran en casi 3.000 los fallecidos como consecuencia del terremoto y 50.000 casas parcial o totalmente destruidas. Faissal Cherradi, arquitecto y funcionario del Ministerio de Cultura marroquí, calcula que 10.000 familias pudieron quedarse sin vivienda en las zonas afectadas por el terremoto, fundamentalmente el Gran Atlas. «Estamos hablando de 40.000 personas aproximadamente», asegura en conversación con La Marea desde Marruecos. «El asentamiento humano que hay en el Alto Atlas está muy desparramado. Son pequeños pueblecitos o pedanías, a veces con núcleos diminutos de ocho o diez familias». La reconstrucción de todas estas viviendas es una labor ardua para el Gobierno, precisamente por su enorme dispersión. Sobre todo para poblaciones muy arraigadas al terruño, pese a la dureza del entorno, y que se niegan a reagruparse para facilitar las redes de saneamiento o electricidad.
Cherradi ha viajado ya cuatro veces a la zona del epicentro. «Es muy duro», admite, en relación al grado de devastación sísmica. «Lo primero ha sido ver si en las casas puede seguir viviendo gente o no. Ahora lo que importa son las personas. Pronto vendrá el frío y la nieve, y las familias necesitan mejor techo que una tienda de campaña», aseguró justo al inicio del otoño. El arquitecto y técnico ministerial está convencido de que el adobe y el tapial han resistido con más entereza las convulsiones sísmicas que otras edificaciones más modernas. «Yo le puedo asegurar que la arquitectura de tierra absorbe muchísimo mejor los seísmos que una arquitectura de hormigón armado». Entre otras cosas, porque el hormigón que se fabrica en aquella zona es de baja calidad, suele estar mal elaborado y cuenta con cimentaciones pésimas.
El experto marroquí argumenta que el problema más serio en esta zona ha sido el deslizamiento de las laderas, formadas por láminas de pizarra, que, en muchos casos, han arrastrado las viviendas de barro. «Hay pueblos que se han movido 75 o 100 metros. Y, claro, eso cizalla cualquier tipo de cimentación», asegura Cherradi. «Estamos en un sitio donde ha habido un seísmo de grado siete. Y eso no lo aguanta nada. Solo ocurre en Japón o en México, donde tienen una legislación antisísmica muy fuerte».
El Alto Atlas es un territorio secularmente aislado, donde es frecuente la autoconstrucción. La artesanía tradicional se ha ido abandonando lentamente y cada vez escasean más los albañiles especializados. Así, en muchas viviendas se mezclan técnicas antiguas y contemporáneas con poca pericia y dramáticas consecuencias.
Una cultura milenaria
Días después del seísmo, el Comité Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos) hizo público un comunicado en defensa de la arquitectura vernácula marroquí y su cultura milenaria. La organización asesora de la Unesco lamentaba la falsa imagen de fragilidad que los medios de comunicación estaban proyectando sobre las viviendas de barro. «La arquitectura del pasado no colapsa simplemente por ser antigua, ni por estar construida con materiales tradicionales», advirtió el comité español de Icomos.
Esa también es la opinión de Fernando Vegas, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia y experto en arquitectura de tierra. «Hay una desinformación brutal en los medios», asegura en relación a la capacidad de resistencia de este tipo de construcciones populares frente a los terremotos. «La arquitectura de tierra lleva construyéndose en el Atlas miles de años y dispone de sus propios mecanismos para aguantar los movimientos sísmicos», sostiene. «Tiene sus contrafuertes, sus durmientes de madera y sus sistemas para absorber las oscilaciones». El problema es la degradación constructiva de las técnicas tradicionales y la falta de mantenimiento en todos estos edificios de adobe y tapial, remarca Vegas.
Muchos de ellos han sido rehabilitados con cemento y las consecuencias no han sido precisamente las deseadas. «El cemento es muy rígido. Y cuando uno piensa que está reforzando la arquitectura de tierra lo que está haciendo es impedir que se mueva de forma natural», aclara. «Si yo meto cemento en un forjado de madera antiguo o en un enlucido, lo que estoy haciendo es poniendo una bomba de relojería para que en el próximo movimiento se me caiga el muro entero».
Toda esta constelación de viviendas de adobe y tapial representa un patrimonio cultural de enorme valor. «Tenemos la suerte de tener una arquitectura muy viva», proclama Faissal Cherradi. Un tesoro tradicional que no es ajeno a la irrupción de las técnicas constructivas modernas. «El mayor enemigo de la arquitectura de tierra es la consideración que se le tiene. Es signo de pobreza, mientras que el hormigón representa la prosperidad», lamenta. Es un fenómeno que ya se vivió en Europa a lo largo del siglo XX, particularmente en los países ribereños del Mediterráneo, cuyo crecimiento económico vino aparejado del abandono de la arquitectura tradicional y la invasión del cemento. «Menos mal que el rey en su discurso tras el terremoto defendió la preservación del patrimonio popular arquitectónico», indica.
Muchos pueblos del Alto Atlas no disponen de carreteras. Sus habitantes sobreviven gracias a la ganadería y la agricultura. Siembran almendra, nueces, verdura, legumbres, lentejas, zanahorias o tomates en un sistema rudimentario de suministro familiar. Una vez a la semana, se desplazan a los zocos comarcales para vender sus productos y comprar otros. A medida que ganamos altura, las casas son de tapial. El adobe está más generalizado en las partes bajas. Los tejados son planos con viguetas de madera, cañizo, tierra y cal. En los bordes suelen plantar manzanilla silvestre para proteger el murete de la terraza. Para la tabiquería interior sí se usa el adobe combinado con la madera.
«Las casas por dentro son muy simples», explica Cherradi. Hay un patio central y en una esquina suele haber una cuadra para los animales, generalmente un mulo, algunas ovejas y cabras, a veces incluso vacas. Hay viviendas de dos, tres y cuatro plantas. Todo de tierra. Y cada familia dispone de dos o tres habitaciones. En una se aloja la cocina y el almacén, donde guardan el trigo, la cebada y los alimentos. Y dos cuartos para vivir. «La cocina es muy rudimentaria, normalmente de leña», añade. Es frecuente disponer de un horno adosado al edificio para hacer pan. «Y la cocina es un murete redondito con la mujer sentada en una sillita casi en cuclillas con sus ollas de barro. La típica cocina que había en Andalucía antes de que llegaran los fogones». Conforme vas perdiendo altura, la arquitectura popular se va enriqueciendo.
No hay agua corriente ni alcantarillado. Cada casa suele disponer de un pozo y cada huerta de una acequia para regar. Abundan los pozos negros y las fosas sépticas. «Lo que hace mover a esta gente es el colegio para los niños y el médico», asegura el funcionario marroquí. También el rezo de los viernes. No hay mezquita en todas las aldeas. «Y cuando salen de rezar ves allí a los mercaderes con sus mulos y sus telas para vender a las mujeres».
Limitaciones al hormigón
Cherradi es funcionario del Ministerio de Cultura marroquí desde hace 30 años. En todo este tiempo ha trabajado tenazmente en la protección de todo este inmenso legado arquitectónico. «Hemos firmado con la Unesco todas las cartas habidas y por haber. Y una de ellas, la de 1997, fue en defensa de la arquitectura vernácula». Sobre el terreno, el Estado marroquí se esfuerza en limitar el uso del hormigón «a lo loco» y en promover la construcción tradicional como herramienta de eficiencia energética. «La arquitectura de tierra tiene mejores condiciones bioclimáticas y eso es uno de los alicientes», argumenta.
Más allá del valor patrimonial de este tipo de construcciones y de sus cualidades resilientes frente a los terremotos, la arquitectura de tierra vuelve a cobrar interés en el contexto del calentamiento global. «La arcilla sirve de regulador termohigrométrico», asegura Fernando Vegas. «Las casas de barro son muy frescas en verano y calurosas en invierno. Y hay estudios que dicen que la arcilla absorbe en gran parte las toxinas del medio ambiente». Además, es un material perfectamente sostenible. Se encuentra en las inmediaciones de las viviendas, no genera residuos y consume muy poca energía. «Tiene muchísimas ventajas», indica el profesor valenciano. «No estaría de más plantearse hacer nuevamente este tipo de construcciones porque realmente tienen todas las de ganar en un contexto de cambio climático».
Pese a sus significativas ventajas, la arquitectura de tierra está en retroceso en todo el Mediterráneo. También en Marruecos. El barro está asociado a la precariedad. El hormigón al desarrollo. Y esa percepción social es muy difícil de revertir. Al menos, hoy día. «Cuando ya no nos quede ningún maestro artesano que sepa hacer tapial, nos daremos cuenta de que nos hemos equivocado», presagia Faissal Cherradi. «Nosotros tenemos que cometer los mismo errores que habéis cometido vosotros en Europa».
Que interesante reportaje.
La vida de estas aldeas, las casa y la forma de vida, la viví yo en mi niñez.
Yo nací en una aldea. Las casas de los dos o tres ricos eran de piedra y las de los pobres, como la mía, de adobe. La base sí era de piedra.
El adobe creo recordar que lo hacía mi padre y el albañil cociendolo en una especie de horno al aire libre.
Llegaron tiempos económicos mejores para los agricultores de subsistencia con la industrialización en las grandes ciudades.
En mi aldea nos fuimos mucha gente en la década de los 70 que entonces, no como ahora, trabajar en la agricultura suponía trabajar más que los esclavos pues todo se hacía a mano y no había una peseta, ni S.S. (y mucho menos PAC) así que si se enfermaba alguien no había dinero para pagar los medicamentos y te tenías que empeñar unos años.
A los pocos años de trabajar en la industria, mis padres pudieron rebozar la casa con cemento y pintarla; pero por lo que leo en este reportaje hacer eso es un gran error.
Puede ser pues ahora se hacen grietas en el suelo. Ellos la rebozaron pensando que la reforzaban.
Aún se pueden ver pajares de adobe, que como hace muchos años que se abandonaron, los tejados están hundidos; pero las paredes es verdad que siguen perfectamente en pié.
«La arquitectura de tierra tiene mejores condiciones bioclimáticas».
Puede ser, pues las bodegas de mi aldea, no sé si por subterráneas o porque son de tierra o por ambas cosas, son calientes en invierno y frías en verano.
Si es que como lo natural no hay nada y la gente que vivía del campo, además de autosuficiencia, adquiría gran sabiduría en el arte de saber vivir con sencillez.