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La escuela no es eso

"La escuela debe ser un paréntesis que fomente individuos autónomos y críticos, incómodos para el sistema y para la inercia establecida", defiende el autor.

La escuela es lo contrario del trabajo. Tal cual. Existe la peligrosa idea de que los niños en la escuela tienen que aprender a prepararse para la vida laboral: la rutina, los horarios, el sometimiento a una disciplina y a unos plazos. La escuela se convierte así en un mecanismo de control social y en una herramienta para prolongar el statu quo. Esta concepción de la escuela se extiende hasta la educación universitaria, cuando se aboga por una Universidad que responda a lo que demandan las empresas. Este mantra les encanta a muchos responsables de las políticas educativas. Las empresas, claro, demandan trabajadores cualificados; pero también dóciles, disciplinados, que no cuestionen el statu quo, y eso es lo que deben producir las universidades.

En Vigilar y castigar, Foucault incluye la escuela como una de las instituciones, junto a los hospitales, los cuarteles y las prisiones, que son utilizadas para construir un determinado orden social y un determinado tipo de sujeto. Un sujeto que siga la corriente y que interiorice los grilletes.

Por supuesto en la escuela, como en cualquier espacio donde se vive en sociedad, los alumnos deben descubrir que existen limitaciones y decepciones. También deben aprender a gestionar la frustración. Nadie está defendiendo aquí una escuela sin referencias y sin contenidos académicos.

Pero la escuela originariamente, incluso etimológicamente, es lo contrario del sometimiento a una disciplina laboral. La palabra «escuela» proviene del griego clásico, del término «sjolí» y significaba descanso, ocio. Todavía hoy, en griego moderno, el verbo que se emplea para decir que uno «sale del trabajo» o que «libra» es léase «sjoló». Si pudiéramos forzar el castellano el verbo vendría a ser «escuelear» y significaría lo contrario de trabajar, porque es precisamente en los momentos de descanso, de ocio, cuando uno puede pensar, leer, conversar, aprender y cuestionarse la realidad.

El sentido profundo de lo que significa ir a la escuela se percibe claramente cuando hablamos de explotación infantil. La Organización Internacional del Trabajo calcula que unos 153 millones de niños se ven obligados a trabajar, una realidad que se ceba especialmente en las niñas.

Los niños explotados sí ven la escuela como lo que es: lo contrario del trabajo. La escuela para ellos es el lugar que les permite salir de la mina, de la obra, del vertedero, de la violencia sexual, en definitiva, romper las inercias y escapar a un destino que otros habían escrito para ellos.

Y en los países donde los niños ya no se ven obligados a trabajar, la escuela debe ser un paréntesis que fomente individuos autónomos y críticos, incómodos para el sistema y para la inercia establecida. Pero al sistema no le interesa que los individuos tengan tiempo para pensar y para intercambiar ideas y experiencias. De ahí la pretensión constante de alargar las jornadas laborales y de fomentar un entretenimiento entendido como «diversión», o sea, como algo que distrae, que despista. De hecho, en términos militares, «divertir» significa «dirigir la atención del enemigo a otra o a otras partes, para dividir y debilitar sus fuerzas». La escuela es lo contrario del trabajo, pero tampoco debe ser «divertida».

Olvidémonos de lo que necesitan las empresas y pensemos en lo que, de verdad, necesita la sociedad. En la escuela está la respuesta.

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Comentarios
  1. Hola Antonio,

    Siempre que debato sobre organización social y económica siempre llego a la conclusión que al final todo el sistema es resultado de la educación. Totalmente de acuerdo con que en la escuela está la respuesta.

    Un saludo!

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