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La luz de la habitación oscura

Desde hace demasiados años se viene hablando de “la primera generación que vivirá peor que la de sus padres”. Son tantos años que uno no sabe ya a qué generación se refería, si no es de una generación de los que ya empiezan a ser padres y madres de otra generación que no sabemos cómo vivirá. La Habitación Oscura de Isaac Rosa puede pasar por hacer un retrato de una generación, la del propio Isaac Rosa que viene a ser la mía. El drama de esta generación no es, según la ya vieja frase, que viva peor que sus padres: el drama es que es una generación que vive peor que sí misma, peor que el dibujo de un futuro que veíamos con tal evidencia que no era cuestionable e incluso peor que cuando empezó a caminar. Y ese no es el drama de una generación sino sobre todo el drama de un país. La Habitación Oscura no retrata una generación sino un país, al menos una generación central de un país, una generación que vertebró la demolición. Quien sabe si no es una historia de cualquier generación, quién no se sintió inmortal a los 20 y con los años empezó a ver delante una cuenta atrás. La cuenta atrás de este grupo va asociada a los sueños que tuvimos esta generación en este país y a su estallido.

La habitación oscura es un lugar físico en torno al cual orbita la novela de Isaac Rosa, un refugio del mundo construido a conciencia para que no entre ni un resquicio de luz. Y a su alrededor pasa un grupo de amigos de nacer al mundo, de caminar con pasos radicalmente seguros y festivos (¡lujuriosos!), a encontrarse en un mundo que es un lodazal, sobre el que es imposible caminar sin hundirse. A la habitación oscura acudían cuando caminaban firmes para disfrutar, para encontrarse y follar, qué otra cosa había que hacer mientras se camina hacia un futuro que está escrito para nosotros, un futuro de éxitos, los éxitos que se trazara cada cual, como actriz o como hombre de negocios o como revolucionaria. Andando el tiempo, al tomar conciencia de que caminan sobre el lodazal y de que no saben cómo salir de él, de que no tienen estrategias de respuesta más que asentir ante quien dice tenerlas vuelven a acudir a la habitación oscura pero ya con una conciencia de avestruz que busca la oscuridad de un agujero para no ver las fieras que se ciernen sobre ella, dejando que avance la amenaza pero huyendo siquiera un rato de su percepción.

Más bien parece que en realidad ahora sólo toman una conciencia tardía de lo que hacían antes. No es cuando caminan sobre el lodazal cuando van a la habitación oscura a esconderse del mundo sino antes, cuando tenían un futuro escrito y fiable y sólo tenían que follar y esperar cuando escondían la cabeza para huir de pensar un mundo que no podía ser real: para creer en la firmeza de aquello el país entero tuvo que jugar a una ficción, cada cual en el formato de habitación oscura que pareciera un hallazgo más adecuado para un éxito insólito de cada uno que era universal. Por eso vimos llegar la crisis y teníamos la seguridad de que a nosotros nos iba a pasar de largo. ¡Aquel hundimiento  mundial de Lehman Brothers y local de Martinsa que apenas dejaba cicatrices! ¡Si aquel principio de la crisis parecía incluso adornado de justicia poética! ¡Sólo faltaban los ejecutivos de grandes fortunas suicidándose!

Fue hasta entonces cuando íbamos a nuestras habitaciones oscuras a huir, a hacer como que ese futuro era real. Ahora sabemos que quienes se suicidan son los nuestros, los que perdieron no ya el futuro de éxitos sino un futuro en el que poder vivir en casa modestamente. Ahora que acudimos a esas habitaciones oscuras a sentarnos en un lateral y descansar del acoso de las fieras ya no escondemos la cabeza, sabemos lo que hay. Lo que no sabemos es cómo responder, cómo recuperar nuestro mundo. Ya no necesitamos refugio para creernos un futuro falso: lo que nos lleva a la habitación oscura es la conciencia de que no sabemos afrontar el futuro. Quizás esa luz sea la que nos permita salir de la habitación oscura y volver a caminar sobre el suelo que haya, pero caminar e iluminar.

Que Isaac Rosa es una de las luces con las que ver nuestro mundo no es algo que nadie vaya a descubrir gracias a mí ni a este artículo. Quienes sólo lo hayáis leído en columnas seguramente no imagináis el dominio del lenguaje, de los diferentes códigos e incluso de algo tan supuestamente trivial como los tiempos verbales y las personas de esos verbos: de las novelas que he leído de Isaac Rosa en ésta se percibe (sin alharacas, con sencillez) como en ninguna a un escritor que usa su herramienta de trabajo, el lenguaje, recorriendo sus distintos juegos con deslumbrante elegancia.

No puedo terminar sin una pregunta, medio en broma, sólo medio: ¿Hay alguien que haya leído Acceso No Autorizado de Belén Gopegui y La Habitación Oscura de Isaac Rosa y que aún no haya puesto una pegatina en cada una de las webcams que coronan nuestros cachivaches?

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