Economía | Internacional
Bono, y las tres falacias de Davos
La élite capitalista que acude al Foro Económico Mundial buscó la foto con el cantante de U2 hasta que el músico irlandés arruinó su imagen de filántropo con negocios cuestionables.
Extracto del libro Un reportero en la Montaña Mágica del periodista inglés Andy Robinson (Ariel), publicado en la edición de septiembre de La Marea.
Durante muchos años Bono, la estrella de rock irlandés y abanderado de buenas causas globales, había sido la válvula de escape principal en Davos por donde emanaban los enormes borbotones de espuma subversiva que se acumulaban en la sociedad del 1 y el 99 %. Bono era el icono perfecto para aquella mezcla tan quinta esencialmente WEF (Foro Económico Mundial) de multimillonarios de Forbes, Hard Rock Café y misiones humanitarias a Somalia. Él hacía su networking en el bar del Global Village con dos días de barba, gafas de sol Armani y pantalones negros de cuero. Era una vestimenta extraña para codearte con banqueros de Wall Street en sus trajes Brooks Brothers, jeques del petróleo en chilabas de Harrods y consejeros delegados en pantalones chinos color beis y camisas de cuello de botones. Pero la fórmula de Bono, el Rasputín medio afeitado de los zares de Davos, era exactamente ésa: la riqueza más obscena podría ser conjurada mediante sus poderes mágicos y convertida en ejemplo de altruismo y conciencia limpia con un simple donativo a su Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, Tuberculosis y la Malaria en África.
El perfil de Bono en el programa de participantes del WEF lo presentaba como “paladín de las grassroots, de las raíces de la sociedad civil […], que presiona a los líderes públicos para apoyar las políticas inteligentes y eficaces que están salvando vidas en África”. En un momento en que para Davos las remuneraciones exorbitantes y la desigualdad masiva se estaban convirtiendo en serios problemas de marketing, Bono bendecía y perdonaba a todos los participantes millonarios siempre y cuando hicieran un pequeño gesto filantrocapitalista. “La gente rechaza eventos como el WEF; los califican como talking shops (tertulias inútiles) que no sirven para nada —declaró Bono en uno de los WEFs—. Pero en realidad, como resultado de las iniciativas que aquí se han impulsado desde 2004, todos los días en torno a 6.000 niños salvan su vida”. Era una cifra asombrosa que, por supuesto, ningún periodista tendría tiempo de comprobar.
Nacido Paul David Hewson en mayo de 1960, en un barrio de clase media de Dublín, de padre católico y madre anglicana, Bono siempre fue consciente de que un millonario de rock and roll necesitaría alma y espiritualidad para convertirse en un líder global. “Yo he visto las grandes catedrales e iglesias mientras iba en busca de mi alma humilde”, escribió en el New York Times. Los ricos y poderosos se incorporaron a su rebaño en Davos y más allá. En el año 2007, la reina Isabel le nombró Sir Bono (Caballero de la Orden más excelente del Imperio Británico). La revista Time le proclamó Hombre del Año de 2009. Incluso George Bush exclamó: “¡Bono for President!”, poco después de que la estrella del rock hubiese defendido los programas de abstinencia sexual del presidente renacido cristiano para combatir el sida en África. Esto, pese a que Bono —cuyo patrimonio rebasa ya los 500 millones de dólares— hubiese confesado en algún momento que, precisamente, “es en la capacidad de decir que no donde yo estoy fallando”.
Solo un hombre tan venerado como Bono por los ricos y los poderosos de Davos habría tenido la audacia de usar un título tan espiritual y repleto de soul (alma) para bautizar su fondo de capital privado, Elevation Partners. La canción de U2, Elevation, es un himno cuasi evangélico con un estribillo conmovedor que reza “Levantar mi alma”… pero Bono vio posibilidades de levantar su cartera de inversiones. El fondo se creó en 2004 en el apogeo de la burbuja inmobiliaria, con un capital inicial de dos millones de dólares y con Bono como principal socio financiero. Su primera gran inversión fue la adquisición de una importante participación en la revista Forbes –donde se publica el célebre ranking de multimillonarios–, una “herramienta capitalista”, según su propia publicidad, cuyo editor, Steve Forbes, es un colaborador.
En Davos, muchos de quienes ocupan las posiciones más elevadas del ranking Forbes –Bill Gates, Michael Dell, Steve Jobs y demás emprendedores sociales y filantrocapitalistas– serían compañeros de Bono en la lucha contra la pobreza global. Bono incluso había comprado su apartamento de Nueva York, un edificio neoclásico cerca de Central Park, a Steve Jobs por 11 millones de dólares tras sellar un acuerdo según el cual ambas partes accedían a compartir los ingresos generados por el iPod, modelo U2. Tras invertir en la herramienta capitalista, el siguiente deal de Elevation sería adquirir una participación de 120 millones de dólares en Facebook, la compañía de redes sociales creada por Mark Zuckerberg que tanto había emocionado a Davos en 2011 y 2012… aunque menos en el 2013 tras su colapso bursátil.
Para Bono, rentabilizar el sistema era el único medio de salvar el mundo: “Porque ¿de qué le sirve al hombre si gana todo el mundo y pierde su alma?”, escribió citando a san Mateo en un artículo en el New York Times.
Ideó la campaña publicitaria (RED), mediante la cual las compañías multinacionales se comprometían a donar parte de sus ganancias al Fondo Global de Bono a cambio de recibir de la estrella de rock filantrópica el caché ético identificado con el logo (RED) –así, con paréntesis– insertado en toda su publicidad. La campaña se estrenó en el WEF de Davos en enero del 2005 y causó una excelente impresión, una oportunidad de marketing perfecto para marcas como Microsoft, Apple, Armani, American Express, Gap o Starbucks, todas calificadas como empresas “heroicas” por Bono pese a que muchas hubiesen sido denunciadas en Estados Unidos y Europa por no pagar impuestos. He aquí algunos ejemplos de los eslóganes de la campaña (RED): “Sé un samaritano muy guapo” y “Deseo y virtud: juntos por fin”. Durante la presentación de (RED) en el auditorio principal del Congress, lleno hasta los topes de Davos Men, Bono levantó una tarjeta de American Express con la marca (RED) y dijo: “Esta tarjeta no tiene nada que ver con lo que tienes sino con quién eres”.
Eso sonó como música celestial en Davos. “Donde se reúnan dos o tres de los hombres más ricos del mundo, allí encontrarás a Bono diciéndoles lo buenos que son”, escribe Harry Browne en su demoledora crítica a Bono The frontman: in the name of power (2013). Bono “se ha convertido en el símbolo de la naturaleza esencialmente benigna de la élite rica occidental, siempre dispuesta a ayudar a los pobres del mundo”, remata con ironía. Cuando la revista Advertising Age señaló que el gasto en la campaña de publicidad de las empresas participantes en (RED) –70.000 dólares por segundo en su primer año– era cinco veces superior a lo recaudado para los proyectos humanitarios en África, Bono respondió en un tono desafiante: “Esto no es caridad, es negocio”. […]
Solo Bill Clinton y su Clinton Global Initiative podrían competir con Bono en tratar de ofrecer al cliente corporativo el producto global mejor diseñado para minimizar su factura tributaria. Se trataba de ofrecer a los Davos Men la posibilidad de “promocionarse a sí mismos como miembros compasivos de la sociedad, mientras cada vez pagaban menos impuestos”, según me confió con fina ironía Inger Stole de la Universidad de Illinois. Porque, como bien sabían todos los Davos Men, la filantropía era el mejor medio de evitar una llamada de Hacienda. En colaboración con la red de centros offshore –paraísos fiscales y centros de banca en la sombra carentes de regulación–, permitía al Davos Man reducir su factura tributaria global hasta casi cero. Sin embargo, los impuestos eran cruciales para los presupuestos de ayuda al desarrollo que Bono tan apasionadamente defendía en sus comparecencias en Davos, como también lo eran para la salud fiscal de países como Irlanda, gravemente perjudicada por un rescate bancario con un coste de 64.000 millones de euros al contribuyente de la Isla Esmeralda. De hecho, fue la extraña convicción de Bono en el valor social de no pagar impuestos lo que acabaría por destruir su reputación cuando la crisis inmobiliaria y bancaria del 2009-2010 golpeó a Dublín pasando una gigantesca factura a un Estado en vías de la quiebra.
Tres años antes, cuando el Gobierno irlandés acordó suprimir una exención tributaria para artistas con ingresos superiores a 250.000 euros al año, U2 mudó su domicilio fiscal a Ámsterdam, evitando así pagar impuestos sobre activos por valor de 1.400 millones de dólares y 90 millones de ingresos ese año. […] Sir Bono pronto se convertiría en una figura de desprecio público no solo en Dublín sino en cada comunidad capaz de entender el grave perjuicio que hacía la evasión fiscal a lo largo y ancho del planeta, desde los países en desarrollo que Bono pretendía ayudar con sus campañas filantrópicas hasta la asfixada periferia de la zona euro. La protesta tuvo un sorprendente impacto mediático a escala global, según explica Harry Browne en su libro.
Este desplome de la credibilidad del santo roquero de Davos ha minado, en cierta medida, la capacidad del WEF para proteger el mito de la legitimidad. Porque, como ya hemos visto, la defensa intelectual de la élite global superremunerada se sustentaba en tres factores. Uno: que un consejero delegado que cobra 350 veces más que su trabajador medio se merece su paquete de gratificación porque, al igual que una estrella de rock, es una persona excepcional. Dos: si un país sube los impuestos a los ricos, el talento buscará residencia en países donde rija una menor tributación. Tres: el filantrocapitalismo funciona mejor que el Estado en su tarea de mejorar la situación de las víctimas de la desigualdad. Durante años, Bono había ayudado a difundir las tres falacias. Pero ya no era un mensajero creíble.
Aunque no guardan ningún paralelismo con el caso del espabilado de Bono, hablando de artistas, me ha decepcionado el silencio de aquellos artistas españoles que hace unos años luchaban y protestaban y ahora que hay más motivos que nunca parece que la tierra se los hubiera tragado.
Otra gran decepción me supuso que Serrat y Sabina fueran el año pasado a cantar a Israel a pesar de que incluso sus fans les pedían que no fueran. Ellos que tienen poder de llegar a la gente, de haberse negado a ir, hubieran concienciado a medio mundo del genocidio que está cometiendo Israel, en realidad más poderoso que USA, con el mártir pueblo palestino. Ya no se puede contar con muchos artistas de aquellos años de ideales y protestas.
Eso sí, los hay que nunca nos fallan.
Ya están muy vistos estos «salvadores de oficio»,que trabajan para el mundo si ello les da beneficio.Falsos ídolos hechos de dinero,que sólo pretenden perpetuarse mas y mas,poniendo su carita de buen samaritano y trincando con las dos manos.