Cultura

La pasión apagada de ‘Priscilla’

Sofia Coppola firma un ‘biopic’ cerebral y sombrío de la esposa de Elvis Presley, una decisión artística perfectamente coherente con lo que quiere narrar: una historia real de desengaño amoroso y maltrato.

Cailee Spaeny, extraordinaria en su papel de Priscilla Presley. SABRINA LANTOS / A24

«No tengas dudas, simplemente entrega tus 16 años al amor», cantaba Charles Aznavour. «Quince años tiene mi amor», entonaba el Dúo Dinámico. Elvis Presley bajó aún más el listón, hasta los 14, para elegir a la mujer (niña, mejor dicho) que sería su esposa (su muñequita, más bien). Aquel ser humano llamado Priscilla Beaulieu no fue percibido nunca como tal sino como un mero apéndice de la estrella. Así lo entendió Elvis, así lo entendieron sus fans y así lo entendió ella misma… hasta que un día dejó de hacerlo.

Sofia Coppola firma el biopic de esta mujer no como una historia de amor (aunque se estrene el Día de San Valentín) sino todo lo contrario: como una historia de desengaño y de toma de conciencia. En ese sentido, es una película muy política, porque la historia de la niña Priscilla es, salvando las distancias, la misma historia de millones de niñas de su generación. Su destino era casarse preferiblemente antes de haber salido de la pubertad y estar al lado de su marido en todo momento, dispuesta a satisfacer todos sus caprichos. Y eso fue Priscilla para el rey del rock, un capricho.

Esta no es una teoría personal de Sofia Coppola. La cineasta se limita a adaptar las memorias de Priscilla, quien participa además en la producción ejecutiva del filme. Se entiende, pues, que el retrato que se hace de Elvis como hombre machista, controlador, antojadizo, insensible, iracundo, autoritario con su círculo cercano y sumiso con su agente (el siniestro Coronel Parker, que nunca aparece en pantalla) cuenta con el beneplácito de la biografiada.

Elvis se encaprichó de ella en 1958, cuando hacía el servicio militar en Alemania, pero no pasaron por el altar hasta 1967. Durante todo ese tiempo estuvo jugando con ella, manteniéndola encerrada en su mansión de Graceland mientras él estaba fuera, rodando sus (malísimas) películas. «No quiero que salgas, quiero que estés ahí cuando yo llame por teléfono», le dice en un momento del filme.

Priscilla sufre todas las modalidades imaginables de mansplaining. Cualquier decisión depende, primero, de su padre, luego de Elvis y, en ausencia de éste, de su suegro. Es el cantante el que le dice cómo debe vestir, cómo debe actuar, cuándo deben tener relaciones sexuales (que él raciona a conciencia en casa y prodiga liberalmente fuera de ella). En uno de los raros momentos cómicos de la película, aparece un Elvis francamente ridículo que pretende explicarle a Priscilla sus lecturas pseudofilosóficas.

Esta niña enamorada empieza a odiar su papel de mascota a partir del aburrimiento. Priscilla se aburre mortalmente en su cárcel de oro. Esto es lo que parte de la crítica no ha tolerado de la película de Sofia Coppola, que han tildado de apática y repetitiva. El doble rasero es muy evidente. El tedio masculino ha sido un tema bastante celebrado en la literatura, por ejemplo. No pasa nada y en esa nada hay que encontrar (con suerte) la profundidad de la novela.

Con los personajes femeninos no ocurre así: los escritores, siempre hombres, a menudo les otorgan cualidades histéricas para que el relato no decaiga. Su desesperación tiene su causa en la indiferencia del amado, lo que les empuja a un sufrimiento insensato y a tomar drásticas decisiones (en ocasiones atentando contra su propia integridad física). Bueno, pues aquí es donde Coppola dice basta. La desesperación de Priscilla nace, claro, de su ilusión traicionada, pero crece a partir del tostón insoportable y las chorradas colosales que tiene que aguantar en casa. Y eso es exactamente lo que la directora quería contar.

Una arriesgada apuesta formal

Para ello asume riesgos estéticos y narrativos que son perfectamente coherentes con la historia. Priscilla, de alguna manera, es el reverso sombrío de Elvis (2022). Si la película de Baz Luhrmann (extraordinaria, por cierto) era una explosión de brilli-brilli a mayor gloria del genial artista, con un rango dinámico en los colores absolutamente enloquecido, Coppola apuesta por el naturalismo y las luces mates para retratar a su compañera. Una alfombra rosa o unas sábanas de raso negro no necesitan más saturación. La decoración de Graceland ya es lo suficientemente kitsch como para fotografiarla con un suplemento de brillo. No era ésa la paleta cromática que necesitaba una historia sobre el desencanto, el abandono y el maltrato psicológico. Y tampoco, narrativamente, la ha convertido en un melodrama arrebatado. Seguramente porque la propia Priscilla no lo vivió así, sino como un desagradable trayecto hacia la madurez y el autoconocimiento. Esto es, sin ninguna duda, lo que más ha fastidiado de su película: su tono racional, cuando la mayoría de la crítica esperaba de ella otro despiporre (fantástico, por cierto) como el de María Antonieta (2006).

Priscilla
Jacob Elordi, en la piel de Elvis Presley, junto a Cailee Spaeny. SABRINA LANTOS / A24

Entre las decisiones artísticas de Coppola, casi todas acertadas, destaca la elección de Cailee Spaeny para encarnar a su protagonista. Lo es desde varios puntos de vista: primero, por la amplia gama de edades y registros que interpreta (desde la chiquilla de 14 años, ciega de amor, a la mujer liberada de 27) sin que eso chirríe en ningún momento. Después, y esta es otra aguda apuesta formal, por su estatura: es una niña pequeña rodeada de hombres grandes, lo que resume de forma muy gráfica el concepto de «dominación» que está en el núcleo de esta historia. Pero, sobre todo, porque es una actriz extraordinaria. Su trabajo le hizo acreedora de la Copa Volpi a la mejor interpretación femenina en el último Festival de Venecia.

Lamentablemente, la directora no ha demostrado la misma clarividencia a la hora de elegir a su protagonista masculino. En algún plano fugaz, fotografiado de perfil, Jacob Elordi se parece efectivamente a Elvis, pero no es Elvis en ningún momento (algo que sí fue capaz de conseguir Austin Butler en la película de Luhrmann). Obviamente, debe de ser muy difícil encontrar a un actor que se acerque al grado de rotundidad y carisma que exhibía el cantante, pero eso es una cosa y otra muy distinta elegir a un lechuguino desgarbado e insustancial. O quizás, el hecho de escoger a este muchacho (ídolo de la chavalería centennial por su serie Euphoria) sea algo también muy bien pensado, algo encaminado a que nos aburramos inevitablemente de él como le ocurre a Priscilla. Si es así, bien jugado, Sofia.


‘Priscilla’, de Sofia Coppola, se estrena en cines el miércoles 14 de febrero.

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