Crónicas | Internacional
Lecciones del genocidio de la Franja de Gaza
"Israel sabe que incluso los peores crímenes basta con repetirlos recurrentemente durante décadas para que se acepten como la norma", escribe Patricia Simón
En Occidente, las consecuencias de la pandemia de COVID-19 nos llevaron a creer, movidos por el eurocentrismo y el miedo, que, a partir de entonces, el mundo sería otro. Lo cierto es que en los países del Sur Global, donde epidemias prevenibles esquilman su población periódicamente, poco o nada cambió entonces ni después. En Europa también creímos que la invasión rusa de Ucrania iniciaba un nuevo orden mundial. Y, de nuevo, en América Latina, África, Asia y Oceanía, es decir, en la inmensa mayor parte del mundo, donde sufrieron y, en algunos casos, siguen sufriendo conflictos promovidos por Occidente, la observaron como un conflicto europeo que poco iba a cambiar su realidad.
Sin embargo, el genocidio cometido por Israel en el gueto de Gaza, con la aquiescencia de la Unión Europea y la subvención de Estados Unidos, sí parece que está acabando, al menos, con el espejismo de que Occidente creía en el ordenamiento jurídico que nos habíamos dado tras la Segunda Guerra Mundial. Asistimos impotentes a la retransmisión en directo de cómo el país que nació para reparar los pogromos y el Holocausto, borracho de décadas de impunidad, se ha decidido a finalizar el genocidio que comenzó hace 76 años. Y esto sí lo puede cambiar todo. Por eso es fundamental recapitular y entender cómo se fraguó esta «crisis de humanidad», como la ha definido el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres.
La ocupación no es noticia
Desde la guerra de Israel contra la Franja de Gaza de 2015, en la que en 50 días el Ejército sionista asesinó a 1.462 civiles palestinos (551 de ellos, menores de edad; en Israel murieron 6 civiles), los medios de comunicación occidentales apenas han prestado atención al aumento de los asesinatos de palestinos por parte del Ejército y de los colonos en Cisjordania, a la aceleración de la ocupación con la continua construcción de asentamientos, a la crisis humanitaria que vive desde 2007 el gueto de Gaza –sitiada por tierra, mar y aire–, al secuestro y encarcelamiento sin juicio de cientos de adultos y menores cada año, al expolio de sus tierras, al envenenamiento de sus pozos…
Salvo picos de actualidad, como las manifestaciones conocidas como la Marcha del Retorno en 2018 –que fueron aplacadas con el asesinato de 195 adultos y menores, según la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU–, o la ofensiva contra Gaza de 2021 –con 253 víctimas–, Israel consiguió imponer el bloqueo informativo en el que llevaba trabajando décadas convirtiendo la ignominia en su política de Estado: convenciendo a los directivos de los medios estadounidenses y europeos de que el destino del pueblo palestino es sufrir pogromos, masacres, el exilio y la pobreza a través de hechos consumados. Y de que, por tanto, el exterminio y sufrimiento de los palestinos no eran noticia sino su realidad, como la ocupación y el régimen de apartheid.
Israel sabe que incluso los peores crímenes basta con repetirlos recurrentemente durante décadas para que se acepten como la norma. Sobre todo cuando, en paralelo, se destinan ingentes presupuestos para sostener la narrativa a través del cine de Hollywood, de las series y de los medios de comunicación de que los israelíes son los nuestros –y que por eso participan en competiciones europeas como Eurovisión–, mientras que los palestinos son los bárbaros, los terroristas, los «animales humanos», como repiten los líderes del Gobierno fundamentalista de Netanyahu desde los atentados de Hamás para justificar la respuesta a un crimen de guerra con un genocidio.
Sin contexto histórico
El vacío informativo de la última década sobre el acoso y derribo del pueblo palestino ha permitido que calase el discurso por el que el Gobierno israelí sitúa el comienzo de la guerra contra la Franja en el 7 de octubre, cuando Hamás asesinó a 1.200 personas y secuestró a otras 240, según el Ejecutivo de Netanyahu. Tanto el periodismo como la defensa de los derechos humanos cumplen su función cuando explican el origen, las causas y los responsables de los hechos que señalan. Y, como explicó el historiador israelí Ilan Pappé en una conferencia en la Universidad estadounidense de Berkeley, «todos estos contextos permiten navegar con moralidad sin perder la brújula».
Para blindarse frente a la estrategia israelí de acusar de antisemita a cualquiera que critique el sionismo, cuando todos los habitantes de la Palestina histórica –musulmanes, cristianos y judíos– son semitas, y cuando la crítica al proyecto sionista no tiene nada que ver con el antijudaísmo, es fundamental tener claras una serie de cuestiones. El Estado de Israel nació en 1948 sobre la idea de aniquilamiento de los palestinos que allí vivían, y por eso su primera acción fue una limpieza étnica por la que expulsaron a la mitad de sus habitantes para quedarse con el mayor territorio posible de Palestina sin palestinos. Por tanto, como sostiene Pappé, el Estado sionista está fundado sobre políticas genocidas, tiene una naturaleza racista y colonialista. Y la comunidad internacional promovió su fundación a la vez que aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que comenzaban los procesos de descolonización.
Por eso, paradójicamente, Israel fue el primer Estado en reconocer a la nueva Alemania tras la derrota del régimen nazi. Según Pappé, «para que Occidente no se meta en lo que hace en Palestina» y a cambio de una gran ayuda para crear su Ejército. Desde entonces, la Unión Europea y Estados Unidos han blindado con total impunidad los crímenes cometidos por la potencia ocupante de Israel, la ha armado y ha boicoteado los intentos de llevarla ante la Corte Penal Internacional. Al mismo tiempo, ha criminalizado la lucha por la liberación del pueblo palestino, a la que tiene derecho, como se ha reconocido en numerosos contextos, ante la falta de vías para ejercer su derecho a la autodeterminación, ya sea a través de vías pacíficas o de la vía armada. Sin embargo, la mayoría de los líderes occidentales repiten falacias sin sustento legal, como que Israel tiene derecho a ejercer la defensa por los atentados de Hamás, cuando la Franja de Gaza es un territorio ocupado, como reconoce las Naciones Unidas y, por tanto, su obligación es proteger a su población, no aplicar un castigo colectivo contra ella como es una limpieza étnica.
Palestina, el laboratorio
Antes de ofrecerlas a sus clientes, el Gobierno de Israel prueba contra los palestinos las novedades de su industria armamentística. Para esta guerra contra Gaza, las Fuerzas de ocupación israelíes han estrenado un programa al que han denominado El Evangelio. El Estado israelí se ha jactado en numerosas ocasiones de saber absolutamente todo lo que ocurre en la Franja y con este software de Inteligencia Artificial puede cruzar todos los datos disponibles para decidir dónde bombardear.
Solo en los primeros 35 días de ofensiva contra la Franja, según una investigación conjunta entre los periódicos israelíes +972 y Local Call, Israel realizó más de 15.000 bombardeos, el triple que en en los 50 días de guerra de 2014. El programa incluso valora si el número de civiles asesinados es asumible cuando se decide atacar un objetivo. Una fuente explicó a los periodistas que El Evangelio permite al Ejército israelí dirigir una «fábrica de asesinatos en masa» en la que «el énfasis está en la cantidad y no en la calidad». Todas las fuentes citadas sostienen que la decisión final del ataque la sigue tomando un mando del Ejército, por lo que no se trataría de armas autónomas letales, los llamados robots asesinos, que atacan sin mediación humana, y para los que en noviembre las Naciones Unidas han aprobado una resolución advirtiendo de sus peligros y pidiendo la aprobación de un instrumento jurídico que las regule. La propuesta contó con 146 votos a favor y, entre otros, el de Rusia en contra y la abstención de Israel e Irán.
No hay precedentes de una guerra en la que se hayan asesinado tantos civiles, trabajadores humanitarios y periodistas, así como destruido tantos edificios en un periodo tan corto de tiempo como en la guerra que Israel está librando contra Gaza con armamento importado en un 73% de EE.UU. y en casi un 27% de Europa.
Una guerra en la que los drones no solo están siendo empleados para identificar objetivos y para asesinar, sino también para sembrar el terror. En Cisjordania, las fuerzas de ocupación los usan también para amenazar a la población palestina mediante audios en los que advierten: «Si piensan hacer algo, lo alcanzaremos. Y si es necesario, lo mataremos». En estos territorios ocupados, Israel no cuenta con la excusa de que gobierne Hamás y, sin embargo, su Ejército también está acelerando la limpieza étnica en colaboración con los colonos, incluso mediante milicias conjuntas, apoyándose en un sistema de vigilancia en el que, además de drones, emplean cámaras de reconocimiento facial y todo tipo de espionaje de las comunicaciones. Uno de los programas de espionaje israelíes más conocidos es Pegasus, exportado y comprado por otros regímenes, como el marroquí, según un informe de Forbidden Stories y Amnistía Internacional. Una comisión de investigación del Parlamento Europeo encontró «plausible» que Marruecos estuviese tras el espionaje que sufrieron miembros de los Gobiernos de España y de Francia.
El derecho al retorno
Otro de los grandes logros del Estado de Israel es que la comunidad internacional haya dejado de exigir el derecho al retorno de los 5,8 millones de palestinos que viven refugiados en países como Líbano, Jordania y Siria, entre otros. Una cuarta parte de la población refugiada del mundo es palestina y llevan más de 70 años siéndolo, en condiciones a menudo muy precarias y sin que los países de acogida les reconozcan derechos fundamentales como trabajar o circular libremente por su territorio. El lobby israelí ha dedicado un ingente presupuesto y esfuerzo para que la comunidad internacional obviase su derecho al retorno porque el Estado sionista nació con la pretensión de ser de mayoría judía, por lo que sus dirigentes aplican la ocupación y el régimen de apartheid, además de recurrentes formas de limpieza étnica, para mantener a la población palestina como una minoría demográfica.
Asesinato de periodistas
En ningún conflicto se han asesinado a tantos periodistas en tan poco tiempo. A fecha de 2 de febrero, los ataques israelíes habrían acabado con la vida de, al menos, 78 periodistas en la Franja de Gaza, según el Comité de Protección de Periodistas; 117 según Euro-Med Human Rights Monitor. Al menos un tercio de ellos fueron aniquilados mediante bombardeos contra sus viviendas, donde una parte significativa se encontraba junto a sus familias. Y más de 169 oficinas de medios de comunicación fueron destruidas por las bombas.Además, las organizaciones internacionales Human Rights Watch, Amnistía Internacional y Reporteros Sin Fronteras han demostrado que el ataque que el Ejército israelí lanzó contra los periodistas en el sur de Líbano el 13 de octubre fue premeditado y selectivo contra los informadores, asesinando a uno e hiriendo a otros seis.
Otro hecho sin precedentes es que, en cuatro meses de limpieza étnica, ni Israel ni Egipto hayan permitido la entrada a la Franja de la prensa internacional. Excepcionalmente, el Ejército israelí ha permitido a algunos periodistas concretos acompañarle durante unas horas en incursiones terrestres en la Franja. Según han explicado varios de ellos, tuvieron que mostrar sus piezas para obtener su autorización antes de emitirlas. También consiguió entrar durante unas horas, por el paso egipcio de Rafah, la jefa de Internacional de CNN, Clarissa Ward, de la mano de una misión médica de Emiratos Árabes Unidos.
El bloqueo de la prensa internacional fue una de las principales exigencias de Estados Unidos e Israel en las negociaciones para alcanzar una tregua con Hamás en noviembre. El Estado sionista no quiere que sus crímenes sean recogidos por periodistas occidentales porque sabe que las opiniones públicas europea y estadounidense siguen dando mayor veracidad a sus periodistas por razones de cercanía y de racismo. Pero también porque la muerte de un solo periodista occidental tendría más repercusión política que la de las decenas de asesinados en la Franja. Para entender la magnitud de esta sangría basta pensar en que la Franja tiene 2,5 millones de habitantes. Si lo trasladamos a España, con 48 millones, estaríamos hablando de unos 1.500 periodistas asesinados en menos de cuatro meses.
Pero también hay que recordar que los periodistas palestinos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este llevan décadas sufriendo acoso, amenazas y asesinatos. Como el que acabó con la vida de Shireen Abu Akleh, corresponsal de Al Jazeera, el 11 de mayo de 2022, cuando un francotirador israelí la mató de un disparo en la cabeza. Una ejecución que sigue envuelta en la más absoluta impunidad.
Junto a los periodistas, el Ejército israelí ha atacado sistemáticamente a los trabajadores sanitarios, al personal humanitario, a los equipos de rescate y a los escritores, intelectuales y académicos de la Franja.
Máquina desinformativa
Durante décadas, el Estado de Israel se ha especializado en crear una maquinaria de propaganda dirigida a deshumanizar a los palestinos y justificar sus crímenes. Divulga regularmente mentiras para que sean difundidas por medios de comunicación y líderes políticos estadounidenses, de los que depende su economía, su poderío en las relaciones internacionales y su impunidad. De hecho, es de sobra conocido que su Ministerio de Información suele difundir los bulos cuando en EE.UU. son las 20.00 horas para que sean replicados inmediatamente por los noticieros. Cuando al día siguiente se demuestran falsos, solo una minoría de los medios rectifica.
En esta guerra contra Gaza, el ejemplo más doloroso ha sido el bulo de los 40 bebés decapitados por miembros de Hamás, como si los crímenes cometidos por este grupo el 7 de octubre no fuesen suficientemente cruentos e injustificables. Medios israelíes como Haaretz han demostrado que el Gobierno difundió esta y otras muchas mentiras y exageraciones para aumentar sus apoyos internacionales y justificar el genocidio en Gaza. Sin embargo, han sido una minoría los medios occidentales que se han hecho eco de estas manipulaciones.
Por el contrario, se ha demostrado que los soldados israelíes forzaron al personal sanitario del hospital Al Nasr a abandonar, a punta de pistola, a cuatro bebés prematuros, que fueron encontrados durante la tregua en estado de descomposición, comidos por los gusanos y con mordeduras de perros. Sin embargo, esos hechos sustentados en pruebas recogidas por los palestinos han causado menos indignación que la mentira difundida sin evidencias por los israelíes.
El doble rasero con el que Occidente sigue mirando e interpretando el genocidio de Gaza ha sido la puntilla final de la credibilidad de los valores sobre los que se fundó Europa tras la Segunda Guerra Mundial. No solo habrá que reconstruir Gaza y acompañar en el duelo a los supervivientes, sino reconstruir nuestra identidad y hacer nuestro propio duelo por quienes quisimos ser. Hoy sabemos que vivimos en un mundo controlado por genocidas borrachos de impunidad.
Otra leccion es que, cuando tienes bancos, como el Mundial, los de los Rotshilds, los de los Morgans y los de los Rockefellers, puedes pagar a historiadores de grandes universidades para que te inventen una historia a gusto y piaccere. Esa historia pre fabricada de tu vida convencera a todo incauto con el que te cruces. En dicha historia se describira todos los milagros que hiciste en tierras donde nunca en la puta vida pusiste un pie. Como consecuencia, del » rigor» historico de tu narrativa delirante, el cuento de que Dios te nombro su hijo predilecto ya no parecera tan absurda. Eso hasta que aparezca un historiador verdadero, como lo es el Dr. Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv, que la desvirtuara total y absolutamente, haciendo quedar a Netanyahu y los sionistas del mundo como el culo.
Gracias Patricia, es todo escalofriante, la verdad es escalofriante.
Una vez màs, desde este apartado rincòn de Italia, recibe Patricia el màs profundo agradecimiento por tu informaciòn solidaria con el pueblo martir de Palestina, esperando que contribuya a socavar la egemonia cultural que goza el Estado de Israel.
Luigi Moser