Crónicas | Cultura
Las hijas de Felipe, mirar el presente en el espejo barroco
"Santa Teresa ha sido una figura muy instrumentalizada", asegura Ana Garriga, una de las creadoras del podcast Las hijas de Felipe
Esta entrevista se publicó en el suplemento ‘El Periscopio’ de #LaMarea92 de enero-febrero de 2023. Puedes conseguirla aquí.
Te preocupe lo que te preocupe, pensar que alguien ya lo vivió en el pasado relaja un poco. En torno a esa intuición conversan Ana Garriga y Carmen Urbita, dos apasionadas de los siglos XVI y XVII, que han logrado la alquimia de convertir sus temas de doctorado en un podcast lleno de salseos y bling bling. Las hijas de Felipe, que en su tercera temporada es producido por Podium Podcast, llena teatros y congrega a toda una comunidad en redes sociales. Monjas, infantas, demonios, reyes: en sus voces, el imaginario del Barroco se despliega lleno de humor, asombro y, sobre todo, conexiones con el presente.
Empecemos por esa frase que ya es como vuestro lema: «Cualquier cosa que te esté pasando ya le pasó a alguien, probablemente una monja, en los siglos XVI y XVII».
Carmen: La verdad es que no es algo que tuviéramos premeditado pero, según fue avanzando el podcast, fue una constatación. Nos venía a la cabeza casi en cada episodio, pero también nos lo repetían las oyentes por redes. Fue, yo creo, porque cuando leíamos citas de algunas monjas, inmediatamente era tan fácil hacerlo nuestro en el presente… Pero “nuestro” como colectivo: “Es que esto es lo que nos pasa”.
Ana: En cuanto sales de las narrativas grandilocuentes y te vas a las vidas pequeñas, es súper fácil trazar esta conexión y encontrar refugios de empatía.
Carmen: Y sosiego. Eso lo decimos mucho, que nos encanta repartir sosiego con ese consuelo de sentirte identificada con una monja de clausura del siglo XVII.
Además de por la empatía, lo conseguís también con el humor.
Ana: Ahora sí soy consciente de que hay episodios en los que te puedes reír mucho, pero el humor no estaba para nada buscado. En parte es por el material; es que el XVII te lo da hecho. Hay auténticos delirios: las monjas bilocadas, una levitando…
Carmen: Hay temas que son graciosos, pero estás acostumbrada a que se traten con una seriedad y una solemnidad… Como el episodio en el que hablamos de las imágenes de Jesús de las Descalzas como muñecos reborn. Hemos estado en conferencias académicas sobre estos niños Jesuses con testimonios e imágenes de las cosas que hacían y las ropitas que les tejían, todo con una seriedad absoluta, y con unas preguntas… Pero en cuanto lo cuentas en una conversación entre amigas, ves que a la gente que no tiene ninguna familiaridad con estos temas le parece graciosísimo y extrañísimo. Aprendes a relajarte, sabiendo que hemos estado encerradas en una manera determinada de mirar estos temas.
Ese humor también encaja con un lenguaje y un imaginario muy generacionales.
Ana: Aunque nos movamos en el ámbito académico, tenemos por un lado un rechazo muy fuerte al elitismo del conocimiento; y, por otro, una gran fascinación por el presente compartido, la cultura popular y las problemáticas que nos atraviesan a todas. Se da ese combo.
Carmen: Yo soy muy curiosa y esa curiosidad está detrás de la obsesión que tengo desde hace muchos años con escuchar podcasts. Me gusta escuchar conversaciones que me permitan saber qué está pasando, de qué está hablando la gente. Parte de mi afán es ver cómo podemos participar en esos temas. Por ejemplo, cuando hicimos el episodio sobre las lágrimas; claro que detrás de eso está haber oído podcasts sobre salud mental, pero en vez de tratarlo directamente vamos a hablar de las taxonomías que hacían de las lágrimas en el siglo XVII. No somos explícitas en que estamos dialogando con eso, pero obviamente la gente lo vive así.
A lo mejor lo que funciona tan bien es que se nota que detrás de esto lo que hay es una amistad.
Ana: Sí, sí, esto lo decimos mucho. Después de tantos episodios es cierto que hay una especie de performance en el podcast que, en parte, hemos adoptado unos personajes. Pero todo lo que se filtra de la intimidad nuestra es absolutamente cierto. Y claro, hay una conexión muy real y eso se nota.
Esa amistad nació de estos intereses barrocos…
Carmen: Esa amistad nació en Estados Unidos porque las dos hicimos el mismo doctorado. Es una amistad que se forjó mucho en esas penurias académicas, en ese malestar de encontrarnos siendo personas que nos gustaba reunirnos el sábado con unas cervezas y ver un reality y a la vez tener que estar oyendo conferencias académicas, encontrándonos con señores pesadísimos…
Ana: Las dos nos hemos sentido súper alienígenas en los contextos académicos, siendo verdaderamente muy empollonas las dos, pero es que hay algo del lenguaje y de los códigos que no compartimos del todo allí. También porque somos muy de la sociabilidad del divertimento y el disfrute.
En ese doctorado las dos trabajábais temas relacionados con los siglos XVI y XVII. ¿Qué encontráis en ellos que conecte tanto con el ahora?
Carmen: Justo acaba de salir un libro que se llama Moral barroca, de Norbert Bilbeny, que precisamente habla de cómo el siglo XXI es un reflejo muy exacto del Barroco. Habla de cómo se está volviendo a repetir el asunto de la vida como espectáculo, el vivir para afuera; también habla de la soledad. Lo que pasa es que lo hace con una perspectiva tremendamente pesimista. Él se centra en el gran relato: de Góngora, de Quevedo, de Gracián. Nosotras vamos a lo contrario, a las voces pequeñitas, olvidadas. Y ahí encontramos no la gran soledad, sino las redes que se tejían.
Otro tema del que habláis mucho es el dinero.
Ana: La época que yo estoy estudiando es el momento en el que se empiezan a acuñar monedas de cobre y las monedas dejan de tener valor intrínseco, se da una desvinculación entre la sustancia material que compone el dinero y lo que representa. Y eso genera una locura generalizada: muchísima devaluación, inflación de precios, cultura del crédito…. No hay nada más que todas esas arquitecturas económicas efímeras, volátiles, y la gente está desquiciada en un afán por volver al oro. Da mucha lástima, la verdad. Y tiene unas reminiscencias con el presente que son espeluznantes. Por otro lado, hablando con una amiga que se dedica a otros temas, me decía: mira todos los poemarios que surgieron en la Argentina del corralito. Me hizo pensar que cuando no tienes nada, la palabra es gratis. Es lo que hace Góngora, lo que hacen todos esos autores: ostentar con el lenguaje porque es lo único que tienen.
Carmen: Igual que ahora el discurso de las criptomonedas es tan masculino, precisamente entonces la discusión era todo lo contrario, cómo todo este engaño de dinero tiene que ver con la feminización del crédito.
Las hijas de Felipe reivindica especialmente la historia de las mujeres y la historia queer. Hay un concepto que usáis mucho: “genealogías celebratorias”.
Ana: Cuando hablas desde subjetividades más minoritarias o disidentes del tipo que sean, casi siempre las únicas genealogías que se te ofrecen son o invisibles porque no hay, o genealogías del sufrimiento. Es súper legítimo quejarse, y muy necesario, pero creemos, esto sí de manera muy consciente, que también es muy legítimo y muy necesario mostrar que estrategias celebratorias de la disidencia las ha habido siempre. Las había en el XVI, las había en el XVII, y las hay ahora.
Esa memoria de prácticas de resistencia a veces lleva a referentes que no son los más obvios. Por ejemplo… ¿qué pasa con las monjas?
Ana: ¡Todo, pasa absolutamente todo! Decimos constantemente que parece que estamos haciendo un nunwashing y un blanqueamiento de la Iglesia católica, pero no. Simplemente es que en los siglos XVI y XVII las monjas creaban unos ejemplos de sociabilidad femenina como los que se reclaman en el presente, una retórica de los cuidados y unas prácticas desgajadas de la hegemonía masculina. En los conventos constantemente se saltaban las jerarquías monja-confesor, se cuidaban entre ellas, desarrollaban sus propias prácticas médicas e indagaciones científicas, relaciones de amistad… Y además dejaron una gran cantidad de material escrito, que es la única vía de acceso a la subjetividad femenina de ese tiempo.
Carmen: Era un espacio en el que había más posibilidad de poder femenino. Muchísimas de ellas fueron muy hábiles a la hora de utilizar precisamente la retórica espiritual que se les daba por ser monjas para desafiar una jerarquía eclesiástica muy masculina; por no hablar también de injerencias en el poder político. Utilizaban la excusa de Dios para hacer literalmente lo que quisieran. ¿Cómo no vamos a reivindicar eso?
De hecho, el relato sobre ellas sigue en disputa. En torno a Santa Teresa ha habido polémica últimamente con la cancelación de una obra de Paco Bezerra en los Teatros del Canal.
Ana: Es que Santa Teresa ha sido una figura muy instrumentalizada. Ayer estaba leyendo una autobiografía que escribió Pilar Primo de Rivera y en la tercera línea ya está hablando de Santa Teresa, y reivindica su Santa Teresa igual que nosotras reivindicamos la nuestra y Paco Bezerra la suya. Lo que decimos siempre es que a quien pone en valor todo esto es a Santa Teresa. Que haya sido capaz de dejar un testimonio escrito que me valga a mí y le valga Pilar Primo de Rivera te lo da su prosa, que es súper escurridiza. Y lo digo en el sentido más positivo del término.
Carmen: En el momento, eso le valía para hacerse con la suya, como le valía a Sor Juana. Eran perfectamente conscientes de cómo manipular la retórica para pasar todos los procesos de confesores y demás, y aun así decir lo que querían decir de manera muy clara.
Ana: Considero que para lo que tienen que valer las polémicas es para devolverles a todas estas mujeres la agencia. Están en el foco del debate público ahora por ellas mismas; y lo que hay que resaltar es que han pasado 500 años y que sigue siendo una escritura igual de controvertida, revisable, poliédrica, inaprensible… y que eso es espectacular.