Cultura

El amor ingenuo que alarmó a China

'El regreso de las golondrinas', ahora en cines españoles, fue retirada en China poco después de su estreno.

Un fotograma de 'El regreso de las golondrinas'.

Cuando Jean-François Millet presentó su cuadro Las espigadoras (1857) en el Salón de París, la crítica se llevó las manos a la cabeza. Consideraba que aquel retrato de la vida rural, evidente representación de la pobreza, era feo, tosco y pretencioso. Es paradójico que el Partido Comunista de China haya reaccionado ante la película El regreso de las golondrinas igual que aquellos burgueses del Segundo Imperio. La cinta de Li Ruijun fue retirada de los cines y de las plataformas de streaming poco después de su estreno. Los censores, que no esperaban que un filme de estas características tuviera tanta aceptación, cambiaron incluso el final. El añadido es fácilmente detectable por su incoherencia. Sin embargo, ni siquiera ese pegote consigue restar fuerza a esta historia de amor accidental que se llevó la Espiga de Oro en el pasado Festival de Valladolid.

Ma y Cao forman una pareja rara. Él es un campesino silencioso y solitario. Ella ha quedado física y mentalmente impedida por el acoso y las palizas que ha recibido durante toda su vida. Sus familias respectivas se los quieren quitar de encima y acaban pactando un matrimonio entre ellos. De esta unión nace un afecto inopinado. Un esforzado burrito completa el triángulo de unas vidas marcadas por el desprecio, los abusos y el trabajo duro.

Con esta sinopsis, podría parecer que Li Ruijun bendice las bodas concertadas, los amores pastoriles, y que hace un elogio casi místico de la pobreza. Nada de eso. Hay que ver a sus intérpretes en acción, sus composiciones visuales, su arte puesto al servicio de la ternura (y también su crítica a un sistema social y burocrático que favorece a los pillos y a los acumuladores) para constatar que su película trasciende cualquier análisis simplista. Lo que ha hecho el director chino es, sencillamente, poesía. Y de amplia gama, además: bucólica, política y amorosa.

Su mirada, como la de Millet, está llena no sólo de compasión hacia estas gentes humildes, sino de respeto. Hay una escena, particularmente elocuente, en la que Ma le pide al propietario de una casa que espere dos días antes de meter el buldócer y derribarla. China quiere modernizar el campo y combatir la pobreza: el plan es repartir dinero para tirar abajo las casas abandonadas. Ma, por su parte, lo que quiere es darle un poco de tiempo a los polluelos de golondrina para que puedan abandonar su nido, construido en uno de los aleros de la casa. Es un ingenuo, en el mejor sentido de la palabra.

Ma y Cao, a su manera, son dos santos inocentes. Es lógico que el Gobierno chino, aunque con retardo, se molestara con su historia. El retrato que hace Li Ruijin de la vida en el campo no es precisamente complaciente. El trabajo de los protagonistas es extenuante y su pobreza, estremecedora. Pero hay algo ciertamente hipnótico en sus labores, en las atenciones que se prodigan, en su preocupación por los animales, en sus sencillas reflexiones sobre el tiempo y la tierraEl regreso de las golondrinas es una soberbia obra de arte, pese a quien pese. 

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