Cultura

Ana Santamaría y la buena brevedad 

Dueña de una escritura sencilla y distanciada de lo que cuenta, la autora deja la puerta entreabierta de cada escena para que quien lea 'Libres' haga suya cada historia.  

Detalle de la portada de 'Libres'.

En general, en España, se considera al cuento un hermano menor de la narrativa. Este equívoco trae de vez en cuando un premio y esto hace que ciertos muy buenos pero tímidos autores primerizos apuesten por el género. Da la impresión que empezar por escribir cuentos es el camino correcto para la consagración: la escritura de la novela. Esta reseña bien podría hablar de uno de esos casos. 

Me ha tocado conocer a Ana Santamaría (Burgos, 1970) como cuentista antes de esta primera publicación, gracias al excelente cuento Extorsión, Premio Cosecha Eñe de relato de 2018, incluido en este volumen. Así que esperé esta puesta de largo con tanta expectación como con la sospecha de quien sabe que no es inteligente dejarse llevar por los prejuicios, de ninguna clase. Finalmente, diré que esta antología de una docena de relatos que caben en 120 páginas no solo no me ha decepcionado, sino que me ha confirmado a la autora como una de las voces nuevas más interesantes del panorama nacional.  

Dueña de una escritura sencilla y distanciada de lo que cuenta, susurrada por momentos y ambigua en otras, Santamaría invita sin invitar, deja la puerta entreabierta de cada escena para que el lector pase y haga suya cada historia.  

La lista empieza con el cuento que da título al libro, donde una mujer querrá cambiar eso de “muchos años en ejercitarse en la nada”; en Fetiches, un hombre deberá entender qué se hace con la nostalgia y la desesperación de no haber salvado a su esposa de sí misma; en Días aplazados, una quedada virtual de exalumnos del colegio, retoma viejos amores y la certeza de que se “han quedado frío los cafés que nunca compartimos”; y en “Juego de sirenas”, asistiremos al desencuentro entre familias y al de sus hijos, recordados a la manera de los que abren un póster de fotos viejas.

En medio del tono nostálgico de la mayoría de las piezas, donde se abren paso los secretos de pueblo, la vejez, la soledad, la dificultad del amor en los tiempos de la tecnología y las despedidas vía Internet, destacan, sobre todas, dos: Extorsión y Se llamaba Hansel. En el primero, Rocío no se imagina que los días que vivirá tras unas vacaciones serán una tortura. En el teléfono fijo de su casa aparecerá y reaparecerá y volverá a aparecer una voz, primero extraviada pero después horriblemente acuciante, que pedirá hablar con un tal Konstantine. En la línea cortazariana, en la que un detalle ridículo se agranda hasta la frontera de lo atroz e inevitable, se inscribe esta atmósfera que ha merecido ser premiada, tal como se reseñaba al comienzo.

En Se llamaba Hansel, que como Extorsión sobresale también por romper el clima y el tono general del volumen, nos encontramos ante una extraña pareja: un hombre y un oso. “Señores, eso es una jaula, aunque te den comida y te frieguen la cama. Qué gentuza”, se pelea así el hombre que va a visitar al oso para hablarle sin hablarle, para escucharlo sin escucharlo y, sobre todo, para pensar sin que se sepa lo que el animal piensa. Es el mejor de todo los relatos, una semblanza de la soledad, de la inmigración, de la ecología y una clase de cómo componer un monólogo interior sencillo y tierno.

Editorial Comba (pequeña y delicada editora catalana de otras escritoras a seguir, como la chilena Andrea Jeftanovic o la argentina Tatiana Goransky) ha apostado por esta Ana Santamaría, de la que Carlos Zanón, en sus palabras de contraportada, nos previene: “No la pierdan de vista”.

Libres

Ana Santamaría

Comba Editorial, 2023

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