Cultura

El combate desigual de ‘Blanquita’

Fernando Guzzoni se inspira en un caso real de pederastia para denunciar la sangrante desigualdad que padece la sociedad chilena: políticos y empresarios poderosos se enfrentan en un duelo judicial con los niños de la calle.

Laura López, protagonista de 'Blanquita'. SURTSEY FILMS

Un gran artista, cuando se vale de las páginas de sucesos para crear una obra, trata siempre de superar el acontecimiento, de desmarcarse de la pura crónica negra para contar algo más profundo, más trascendente. Así es como trabaja Fernando Guzzoni. Hasta el momento, en sus tres largometrajes de ficción, ha mantenido un duelo vibrante contra los demonios interiores de su país: Chile. Todos ellos están inspirados libremente en terribles hechos reales. El último se titula Blanquita y la narración se nutre del caso Spiniak, un escándalo de pederastia, prostitución y pornografía con menores que implicó a empresarios y políticos chilenos en 2003.

La Blanquita del título (interpretada por Laura López, presencia poderosa capaz de magnetizar la cámara) es madre adolescente, vive acosada por un exnovio violento y ha compartido hogar de acogida con otros menores víctimas de esta red de criminales sexuales. Ella es la única que puede llevar a la cárcel a los culpables a través de su testimonio. En su cruzada contará con el apoyo de un austero sacerdote, el director del centro, que está decidido a que se haga justicia con estos chavales. Son muchachos que han vivido en la calle, son pobres, problemáticos, a menudo violentos, y no le importan a nadie. Sólo a él. Los acusados, en cambio, representan al poder político y económico del país. La gran baza de la defensa será desacreditar el testimonio de Blanquita.

Una de las particularidades del trabajo de Guzzoni es su inclinación por tomar enfoques incómodos a la hora de contar una historia. Esta disposición a caminar siempre por la senda más difícil habla muy bien de su arrojada concepción del cine. Aquí, por ejemplo, convierte en héroe dispuesto al sacrificio a un cura católico. Hay que recordar que una de las mejores películas chilenas recientes fue El club (2015), en la que Pablo Larraín mostraba la vida de unos sacerdotes criminales a los que la Iglesia castiga enviándolos a un retiro forzoso en una localidad apartada de todo. Aquella cinta no sólo exponía la naturaleza perversa de estos religiosos sino que podía leerse también como una metáfora de la historia reciente de Chile. Estos ‘hombres de Dios’, no importa su nacionalidad, están hoy demasiado manchados por crímenes sexuales contra la infancia y por el robo y venta de bebés como para convertirlos en paladines de la justicia. Por eso, precisamente, interesan a Guzzoni.

Historias complejas para un cine político

El actor que encarna a este sacerdote es el gran Alejandro Goic, una aparición recurrente en las películas del joven director chileno. En Carne de perro (2013) interpretaba a un hombre que fue torturador durante la dictadura de Pinochet y que quiere dejar atrás ese pasado. ¿Podemos, humanamente, mirar a ese monstruo y compadecernos por sus remordimientos? Ya dijimos que Guzzoni no está aquí para hacer un cine fácil. Además, se da la circunstancia de que el propio Goic, en su juventud, fue detenido y torturado por la DINA.

El desigual combate de 'Blanquita'
Alejandro Goic en una escena de Blanquita. SURTSEY FILMS

También aparecía en Jesús (2016), una película que tomaba como punto de partida el caso real de Daniel Zamudio, un joven homosexual que murió por la paliza recibida por un grupo neonazi en un parque de Santiago. A partir de este crimen real, Guzzoni, que insiste en no dejar indiferente a nadie, elabora una ficción que tiene como protagonista… a uno de los asesinos.

En Blanquita está por supuesto la denuncia social. El caso real interesó a su director porque en aquel ya lejano 2003 “fue la primera vez en la que hubo una suerte de impugnación al poder por parte de personas que no pertenecían a las élites. Se trataba de niños provenientes de hogares de acogida o de los bajos fondos que habían sido cooptados por esta red de abuso infantil. Y como ha ocurrido en muchos casos, en Latinoamérica y en el mundo, hubo una justicia muy parcial”. Pero en su afán por retorcerlo todo inteligentemente no se queda ahí y plantea al espectador un problema moral: ¿hasta dónde podemos llegar para conseguir justicia? ¿El fin justifica los medios? ¿Quién podría culpar a estos parias de usar métodos poco ortodoxos para recibir la justa reparación por un crimen? En resumen, todas las películas de Guzzoni son políticas. Y ninguna de ellas es simple o maniquea.

La última, además, funciona como retrato coyuntural del país. “Creo que hay una relación directa entre este tipo de casos y la crisis social que ha vivido Chile en los últimos años, incluida la discusión constitucional”, explicaba su director en una entrevista. “Obedece al mismo síntoma y tiene que ver con una asimetría de la justicia, con una relación entre el poder y las instituciones de la que salen ciudadanos de primera y de segunda categoría. Estas discusiones en las que estamos inmersos para conseguir una nueva distribución del poder tienen un vínculo muy claro con esta película”.

Alejada de los típicos thrillers judiciales hollywoodienses, Blanquita va mucho, pero mucho más allá de una intriga absorbente. Por eso mismo fue la elegida por Chile para representar al país en los Oscar; por eso se llevó el premio al mejor guion en la sección Horizontes del Festival de Venecia; y por eso se hizo con el máximo galardón, el Colón de Oro, en el pasado Festival de Cine Iberoamericano de Huelva.


‘Blanquita’ se estrena en cines el viernes 12 de mayo.

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