Internacional | Medio ambiente
El tercer actor de las guerras del Sahel: la crisis climática
El agravamiento de las lluvias intensas y las sequías es uno de los efectos más visibles de la crisis climática en el Sahel, una de las regiones del mundo más afectadas por este fenómeno.
Este texto se publicó originalmente en el Magazine 2023 de Climática, ya a la venta. Puedes conseguir un ejemplar, en digital o papel, a través del kiosco.
Las matas de maíz miran endebles al cielo. Son apenas una docena, rodeadas de unas pocas plantas de tomate igual de raquíticas. Es el intento desesperado para conseguir algo de comer que han desarrollado los habitantes de este campo de desplazados por la guerra, situado a las afueras de Bamako.
La explanada en la que vive un millar de familias está anegada por las lluvias que no han cesado de caer desde hace días. Las tiendas de plástico en las que viven se asientan sobre el mismo barro. «Aquí los niños siempre están enfermos, no tienen apenas que comer y se nos han muerto más de una veintena desde que llegamos aquí huyendo hace un par de años”» explica Ouman Dicko, quien ya no sabe qué hacer para que alguien les haga caso.
Por la tarde, el sol sale, insufla de vida al campo con sus rayos, las mujeres encienden hogueras con las pocas ramas que permanecen secas, algunas sacan sus pechos para alimentar a los bebés, otras criban el arroz antes de cocerlo mientras los niños corretean alrededor de los periodistas blancos. Sobre esta tierra y bajo este cielo, solo hay un signo de que la suerte de estas almas le importan a alguien en el mundo: sobre un pilar, un pequeño depósito para recoger el agua que cae del cielo luce un desteñido logo de ACNUR, el comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Cada vez es más recurrente que rebose durante días y que permanezca seco durante semanas. El agravamiento de las lluvias intensas y las sequías es uno de los efectos más visibles de la crisis climática en el Sahel, una de las regiones del mundo más afectadas por este fenómeno.
El Sahel es una gran lengua de territorio que separa el desierto del Sáhara, al norte, de África Central, y que abarca desde Senegal a Eritrea. Más de 4 millones de kilómetros cuadrados con más de 300 millones de habitantes que, especialmente en la triple frontera de Mali, Burkina Faso y Níger, concentra varios de los conflictos activos más complejos y mortíferos. Además de los múltiples actores armados y de la falta de gobernabilidad por la ausencia de Estado en enormes extensiones de su territorio, hay un tercer factor que víctimas y analistas establecen como prioritario.
«Hablamos mucho del papel del terrorismo islamista en la violencia del Sahel y apenas de la crisis climática. Y tiene un papel fundamental porque afecta directamente a la identidad de las comunidades», explica Boris G. Kabré, que en el momento de la entrevista acaba de volver a Bamako desde Tombuctú, donde desarrolla un programa para evitar el reclutamiento de los jóvenes por parte de grupos armados. «Aquí, los pueblos se definen por su dedicación. Los bozo se ganan la vida con la pesca. Pero con el cambio climático no hay peces porque no hay agua en los ríos, así que tienen que encontrar otra actividad. Los dozo son cazadores, pero la caza también ha disminuido. Los dogon son, mayoritariamente, agricultores, pero las cosechas son cada vez peores y cada vez hay menos tierra disponible. Así que cuando estos pueblos pierden su fuente de ingresos, también están perdiendo su identidad. Y cuando empiezan a dedicarse a otras actividades, entran en conflicto por los escasos recursos», explica Kabré, que es experto en mediación de conflictos intercomunitarios y dirige la ONG Acción de la Juventud para la prevención y la lucha contra el extremismo violento en el norte y centro de Mali (JANC-PLEV).
La crisis climática ha acabado en apenas unos años con un equilibrio que tardó siglos en establecerse. Las estaciones se han retrasado casi dos meses, así que cuando los peul, pastores en su mayoría, realizan sus largas rutas de pastoreo –que cruza incluso fronteras impuestas por el colonialismo– su ganado pisa y come cosechas que comienzan a brotar. Con el consecuente enfrentamiento entre comunidades. Y lo mismo ocurre con el resto de las actividades primarias en un territorio donde 1 de cada 6 personas viven en una situación de inseguridad alimentaria, es decir, sin acceso a alimentos suficientes ni de manera regular. Además, 1 de cada 5 niños y niñas padece malnutrición aguda. Más de 32 millones de personas no pueden cubrir sus necesidades alimentarias y nutricionales básicas. Es la cifra más alta de la última década. En el Sahel se vuelve a morir de hambre y, según un informe de ACNUR, de no tomarse las medidas oportunas, el cambio climático agravará exponencialmente la situación.
Según sus datos, de aquí a 2080, las olas de calor se incrementarían hasta un 19,9%, lo que se traduciría en 59 días más de calor intenso al año y cuatro veces más de mortalidad por esta causa. Los periodos de lluvia y de calor serían cada vez más extremos, por lo que sus habitantes deberán adaptar sus cultivos a las nuevas condiciones: el maíz, el mijo y el sorgo deberán sustituirse por la mandioca, el caupí, el maní y el arroz, especies que aprovechan mejor la fertilización por CO2.
«Necesitamos urgentemente programas para adaptarnos a la crisis climática y mitigar sus efectos. Y para ello es fundamental la cooperación internacional”, explica Fousseini Diop, responsable de programas de gobernanza y compromiso cívico de la Asociación de jóvenes por la ciudadanía y la democracia (AJCAD). Este investigador subraya que la crisis climática también está provocando un aumento de la población desplazada en el Sahel, más de 4 millones, lo que genera nuevos conflictos por los recursos.
En cada cumbre climática, los líderes de los países del sur global exigen recursos a los más enriquecidos para adaptarse al calentamiento global que el norte ha provocado. En el caso del Sahel, esta reparación histórica se suma al hecho de que, en la última década, Estados Unidos y la Unión Europea han destinado presupuestos multimillonarios para la zona, pero lo han hecho en programas de contraterrorismo basados en una respuesta militar que claramente ha fracasado. Mientras, las fuentes expertas en la conflictividad del Sahel advierten de que el avance del yihadismo está estrechamente relacionado con la pobreza que la crisis climática está agravando.
«El cambio climático puede multiplicar las amenazas que preocupan enormemente a los Estados Unidos y a Occidente. En el Sahel, esas amenazas incluyen el aumento del extremismo violento, de la demanda de ayuda internacional y la proliferación de gobiernos débiles y autoritarios», advertía en un informe de noviembre de 2022 el Council on Foreign Relations, un think tank conservador que asesora al gobierno de Estados Unidos en política exterior.
Por eso, la mayoría de las grandes ONG internacionales que operan en el Sahel aplican un enfoque climático a todas sus intervenciones. «Las necesidades de la población son básicas y urgentes: acceso al agua potable, a un saneamiento que evite las infecciones y a los alimentos necesarios», explica Sherifath Mama Chabi, experta en nutrición pública y coordinadora de la delegación de Acción contra el Hambre en Kayes. Estas necesidades se han visto agravadas en el último año por el impacto de la crisis climática y del encarecimiento del precio de los alimentos por la guerra de Ucrania.
Para evitar hambrunas, esta ONG ha desarrollado Biogenerador, un programa para predecir y prevenir la malnutrición. Lo hacen mediante el estudio de las imágenes satelitales y otras recogidas por drones para estudiar el estado de los campos de cultivo y afinar sus proyectos en relación a la calidad y temporalidad de las cosechas. «Realizamos una evaluación anual de la producción de biomasa y de los recursos hídricos en la superficie del Sahel a través de Biogenerador para analizar la producción de plantas durante la estación de lluvias», explica Paloma Martín de Miguel, responsable para el Sahel de Acción contra el Hambre. Así saben cuándo las reservas van a empezar a escasear para poder adelantar el reparto de la asistencia alimentaria.
«No creo que haya una radicalización ideológica. Para explicar por qué muchos jóvenes terminan integrando estos grupos [yihadistas] hay que atender a la falta de oportunidades y a las consecuencias de la crisis climática», concluye Boris G. Kabré. El fenómeno se extiende más allá del Sahel: en Mozambique o en Somalia los grupos fundamentalistas también aprovechan la sequía y la falta de cosechas para fomentar los enfrentamientos intercomunitarios y engrosar sus filas con nuevos reclutas: «En Europa toda la agricultura se está adaptando a esta nueva realidad climática. Nosotros con recursos también podríamos hacerlo«, concluye Kabré. Y de lo que está hablando él es de sembrar paz.
La vista de personas, cómo la señora de la foto, me producen una gran simpatia y solidaridad. Admiro profundamente a la gente, cómo ésa señora, y millones de otras cómo ella, qué, frente a las adversidades, las enfrentan sin miedo. Ella, por ejemplo, si le faltó
agua a su niño, no vacila en tomar su bici y andar kilometros para conseguirla. El contraste con la mayoría, pero no toda, claro, de los habitantes de Europa, Canada, Australia y USA es enorme, brutal. Los habitantes de esos paises, sin su mamita qué les provea el agua, la leche, la mamadera y el biberón, primero se tiran al suelo a llorar y luego se suicidan. O, peor, inventan guerras para quitarles a otros lo qué a ellos les falta. Ahora, cuando lo qué les falta no es el alimento, sino la pasta, la cosa se pone mucho peor, pueden llegar al canibalismo y a comerse a sus propios hijos. En esto están la mayoria de los gobiernos del mundo, pero, en especial el de USA, se han vuelto adictos a seguir la doctrina neoliberal, segun la cual, cómo la solidaridad es un coste inasumible, se debe desechar y hacer justo lo contrario: hay qué matar al débil y hambriento para así satisfacer al Dios Mercado, qué es lo único qué cuenta.