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El tiempo que nos destruye y nos construye

Carlos Asensio y Daniel Zazo firman sendos libros de poesía sobre el paso del tiempo y «la ruina de nuestros proyectos», de esos otros «mundos... que en realidad solo existieron en el deseo».

Portadas de los libros de poesía de Carlos Asensio y Daniel Zazo.

¿Por qué escribimos poesía? Una de las razones más obvias es, sin duda, que la poesía nos permite decir lo que no sabemos decir. La capacidad expresiva del lenguaje cotidiano es limitada, por eso lo completamos con gestos y movimiento, con el contacto físico, o le ponemos música. La poesía, mediante imágenes y metáforas, con el uso del ritmo y de asociaciones inesperadas intenta también paliar tal limitación. Y ese rodeo que da el lenguaje puede adoptar formas muy diversas.

Carlos Asensio y Daniel Zazo, uno nacido en el 86, el segundo en el 85, optan por estrategias que parecen opuestas.

El rodeo que da Carlos Asensio es, casi literalmente, cósmico. Astroblema habla de catástrofes planetarias, de astros que chocan, de una destrucción por un lado terrible, por otro deseada: «…llegamos hasta él / suplicando un desastre / algo que desatara / el fin de una era (…) Juntos cantamos / por el fin / de todo lo que existe». Quizá porque nos hemos vuelto testigos de una degradación que parece imparable, porque «los rostros / alucinados / contemplan las pantallas / y esperan al duelo», sea preferible intentar renacer del cataclismo a seguir «de pie / esperando el golpe».

Un astroblema es el cráter que queda tras el impacto de un meteorito contra un cuerpo planetario. Asensio imagina esa depresión como la huella de lo que no supimos detener, el futuro de un hogar que desaparecerá y nosotros con él. En este libro, en el que se encuentra menos el pronombre yo que el tú y el nosotros, Asensio, con un lenguaje casi simbólico y con una aproximación metafísica (cercana al Vicente Huidobro de Altazor, cuyos versos van entretejidos en este libro), mira el espectáculo de un mundo que «es / y no es / un carnaval de la belleza», y se pregunta también para qué sirve la poesía en ese contexto de fuerzas sobrehumanas, para qué recrear el grandioso espectáculo, «ahora que tu obra –la única descendencia que pensabas dejar sobre la tierra va a ser calcinada por las llamaradas del firmamento».

A Asensio la poesía le sirve para expresar una perplejidad planetaria, el desaliento y también la admiración, y al mismo tiempo se vuelve consciente de la fugacidad de lo que escribimos, de lo que decimos, de lo que somos. Expresar algo no significa salvarlo.

Y ahí, aunque el tono sea muy distinto, entronca Astroblema con Las manzanas de Iduna, un poemario en el que el tiempo, pero no el cosmológico, sino el humano, se vuelve protagonista. Aquellas manzanas, con las que la diosa nórdica devolvía la juventud al resto de los dioses, no están a nuestro alcance. Envejecemos, morimos, desaparecemos, pero lo doloroso es que también desaparece aquello que amamos. O quizá, si leemos con atención los versos de Zazo, haya un dolor aún más intenso: la pérdida de todo lo que pudimos ser y no fuimos.

El tiempo como traición

Daniel Zazo no cae en la trampa fácil de la nostalgia que idealiza la niñez o la casa familiar. Su nostalgia es la de una vida intensa, iluminada por el fulgor y el deseo. «Frente al niño que un día fuimos / siento el latido acelerado de un pájaro / que retengo entre mis manos / (…) Se ha consumado entonces la traición: / el paso del tiempo ha transformado / a este adulto en su verdugo».

La ruina, de las ciudades y de nuestros proyectos, el deterioro, la renuncia atraviesan este libro melancólico y rabioso a la vez, en el que el protagonista no quiere resignarse a que «esa mirada anegada de deseo» del adolescente se pierda con los años: «No me acostumbro a la idea / de ser un caballo enjaulado / a las puertas de la noche que se abre». Sin embargo, la vida nos va empujando hacia la conformidad, toda esa exaltación que queríamos fuese nuestra vida se transforma en una cotidianidad nada heroica y en «la certeza de no ser depredador / sino presa». La palabra «renuncia» aparece en varias ocasiones en Las manzanas de Iduna, y la máxima aspiración es «convertir este limbo / si no en una cálida estancia / al menos en un refugio habitable». De pasada, Zazo, como Asensio, se pregunta por la utilidad de la poesía y encuentra en ella un consuelo: «Lo perdido en el tiempo pervive en la palabra». Quizá por eso también busca el chisporroteo de lo auténtico, curiosamente, en las ficciones: libros, películas, cuadros guardan la intensidad que se fue perdiendo de camino en nuestras vidas, y el poeta recurre a ellos como repositorios de lo que quisimos ser.

No mencionaba por casualidad la edad de los poetas. Ambos se acercan a los cuarenta, esa barrera en la que lo más probable es que renuncies definitivamente a tus sueños de adolescente y te sientas obligado a mirarte al espejo para contemplar con honestidad quién eres y cuál de tus posibles versiones dejaste por el camino. Esa mirada hace desaparecer mundos… que en realidad solo existieron en el deseo. La poesía puede ser una forma de duelo por ellos, pero también una oportunidad para reconocer los que se abren ante nosotros. Quizá no tan exaltantes, pero reales. Campos también de posibilidad y de esperanza si sabemos habitarlos. El tiempo nos destruye, pero también nos construye.


Astroblema

Carlos Asensio
La isla de Siltolá, 2022

El tiempo que nos destruye y nos construye

Las manzanas de Iduna

Daniel Zazo
Páramo, 2022

El tiempo que nos destruye y nos construye

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