Medio ambiente | Sociedad
Pablo Servigne: “Hay un cambio de tendencia hacia la aceptación de la desobediencia civil”
Vuelve el autor de ‘Colapsología’ con un ensayo, necesariamente más luminoso, sobre el renacimiento pos crisis climática: ‘Otro fin del mundo es posible’.
Pablo Servigne (Versalles, 1978) es una voz atípica, de esas que hay que escuchar y leer siempre con atención, y más aún en un mundo con una peligrosa tendencia hacia el pensamiento único. Agrónomo, doctor en Biología y escritor, publicó junto con el investigador Raphaël Stevens Colapsología (Arpa, 2020), un libro que ya ha sido traducido a seis idiomas y que ha vendido unos 120.000 ejemplares sólo entre Francia, Bélgica y Suiza. Hace poco, en la misma editorial, se ha traducido y publicado su segundo libro, Otro fin del mundo es posible, que supera ya las 85.000 copias, y al que se suma el también doctor en Biología e ingeniero Gauthier Chapelle. Esta segunda obra, que pertenece a una trilogía que se completa con una oda al apoyo mutuo –aún pendiente de traducción al castellano–, aborda las dimensiones más psicológicas y culturales del reto que tiene nuestra civilización: la encrucijada dibujada entre un cambio climático que está a las puertas de desbocarse y el choque contra los límites de muchos recursos clave.
Entrevisté virtualmente a Servigne, que respondió en un castellano más que decente –su madre es colombiana– siempre que le fue posible.
En Otro fin del mundo es posible hay una advertencia: «En estos tiempos de incertidumbre, la voz de los científicos es cada vez más importante». No puedo empezar de otra manera sino preguntándole ¿cómo ve que se esté deteniendo a científicos por alertar del reto que tenemos delante? ¿Cree que ha llegado el momento de que la comunidad científica dé un paso más allá?
Sí, tengo un amigo que trabaja en el IPCC y me dice que está habiendo un pequeño cisma en la comunidad científica. Me cuenta que ya no puede vivir con la frustración de no poder decir lo que siente, la verdad. De hecho, se ha apuntado a Scientist Rebellion (Rebelión Científica, el movimiento que en España comienza ahora su proceso judicial por la acción en el Congreso de los Diputados).
Está habiendo un cambio de tendencia hacia la aceptación de la desobediencia civil. Estamos viendo a muchos climatólogos de prestigio acometer acciones o pronunciar declaraciones a favor de las mismas. Pero el cisma persiste tanto en la comunidad científica como en la sociedad.
El cisma entre, digamos, más optimistas y más pesimistas, en realidad es un falso debate. Nosotros preferimos hablar de cuatro categorías. Entre los optimistas hay otra bifurcación, están los que dicen: «Podemos lograrlo», y hacen todo lo que está en su mano. Estos serían los optimistas positivos y esa es la posición sana y efectiva. Los necesitamos. Pero luego tenemos a los optimistas negativos, aquellos que sólo quieren oír buenas noticias, acallan cualquier crítica y normalmente no hacen mucho por la causa. Esta posición es probablemente la más dañina, la responsable de esconder los problemas bajo la alfombra.
Y en el otro lado ocurre algo similar. Tenemos a los pesimistas positivos, aquellos que dicen: «La cosa pinta mal, pero hay que hacer todo lo que podamos». Estos suelen ser mucho más hábiles que ningún otro a la hora de detectar los problemas. Y para acabar tenemos al que cualquier optimista detesta, y con razón: el pesimista negativo. Es el que, con la excusa de que todo está perdido, no hace nada. Este tipo puede llegar a ser insoportable.
Necesitamos tanto a los optimistas como a los pesimistas positivos, aquellos que piensen lo que piensen, se proponen actuar y lo hacen. Sin que se den cuenta, a veces, en el fondo se complementan.
Aunque las sufragistas fueron mucho más atrevidas, y hay margen aún, es cierto que se está acelerando la implantación y diversificación de tácticas, grupos y sobre todo, objetivos: campos de golf, megabalsas, paralizar aeropuertos con bicicletas, deshinchar ruedas de SUVs, impactar en edificios políticos o de poder, cuadros en los museos, etc. ¿Qué le parecen?
A mí me encantan, son necesarias. Cuando la violencia es estructural y está invisibilizada, entonces surge espontáneamente una respuesta que, respetando los límites, es legítima defensa. Cuando las inercias de un sistema desenfrenado atentan contra la gente que quieres, contra lo que te sostiene con vida y en equilibrio, tienes que responder. Es aquella frase de John Seed: «No defendemos la naturaleza, somos la naturaleza defendiéndose». Ese cambio de perspectiva es crucial. Destruir un bosque a estas alturas es destruir una parte crucial de nosotros mismos.
Casi le diría que me sorprende la suavidad de las acciones. Es todo muy simbólico. En América Latina ya sabe lo que les pasa a muchos ecologistas, defensores de la Tierra: un tiro en la cabeza. Veo los años que vienen con un incremento sustancial de estas luchas, quizá violentas si el poder no escucha. En Francia las autoridades ya han hablado de ecoterrorismo en las luchas contra las megabalsas. Con las sequías que estamos viviendo, ¿el agua para quién es? Es el capitalismo contra los bienes comunes.
Respecto al tema energético, en Francia también ha habido huelgas en las refinerías recientemente.
Sí, ya lo contamos en el primer libro [que inspiró la serie francesa El colapso]: si se paran las refinerías para todo. El cuarto día se estaban dejando de hacer operaciones de cirugía, y el quinto llegaron ya los militares para restablecer el orden. La huelga provocó temblores, como en un drogadicto, porque en el fondo es lo que es el sistema que hemos construido. Tenemos una adicción fósil. Esta adicción tiene dos extremos peligrosos: por un lado, por exceso, la sobredosis, que te provoca el problema de cargarte la estabilidad climática; y por el otro, por carencia, el mono. Si se parara rápida y brutalmente el uso de los combustibles fósiles, nuestra sociedad se desmoronaría rápidamente. El camino por el cual podemos aún transitar para ir desenganchándonos de la droga sin provocar grandes problemas es estrecho.
En ese sentido, hubo unas declaraciones cargadas de subtexto del presidente Macron cuando se refirió a que habíamos llegado al «fin de la abundancia».
Sí, es horrible decir eso cuando lo que quieres decir es que se van a endurecer más las condiciones de vida, pero no para todo el mundo, claro. Lo dices cuando vas a subir la edad de jubilación, a recortar derechos, pero ¿y a los ricos?
Lo que se tiene que entender es que, en cualquier caso, en Francia somos ricos. Lo somos hasta en las capas menos favorecidas si se compara el nivel de vida con el de muchos otros países. Me gustó mucho un eslogan que usaron los chalecos amarillos: «¿Migajas? Sí, pero para todos».
Al final, de lo que se tendrá que ir hablando cada vez más es de racionamientos (con el agua ya los estamos viendo), de poner unos mínimos vitales para todos y límites a los que, por su poder económico, jamás se los pondrán a sí mismos.
¿Qué le parece que se esté normalizando la palabra decrecimiento en el debate? La usan Gustavo Petro, Alberto Garzón, el IPCC…
Sí, es muy bueno. En Barcelona tenéis un grupo muy potente que trabaja sobre el tema. Es importante, simbólicamente, aunque quizá llegue un poco tarde. La crítica que le haría al término es que está demasiado centrado en lo económico. Necesitamos un crecimiento de los vínculos, de la salud y de tantas otras cosas. En el fondo en esa batalla semántica hacen falta términos distintos según los contextos.
Sí, es curioso. Aquí en España están empezando a oírse críticas a todo lo que incorpore la palabra «colapso». Confundiendo o mezclando deliberadamente lo que ustedes defienden (el estudio de los distintos colapsos previos, no negarlos y aprender de ellos en la medida de lo posible) con lo que han venido a llamar colapsismo, un término más despectivo relacionado con el pesimismo.
El colapso es una historia muy potente. Es un mito. Pero que, como la muerte, ocultamos en nuestra sociedad todo lo posible. Y ya sabe, todo lo que ocultas acaba emergiendo, normalmente, con formas más perversas, y por eso esas personas sólo tienen una parte de razón. En 60 años de ecología política, el colapso o la colapsología ha sido la palabra que –en Francia– más ha logrado generar afectos, movilización y hasta producción cultural. Pero es sólo la mitad de la historia. En casi todas las civilizaciones ha habido mitos relacionados con el colapso o el fin del mundo, pero suelen venir acompañadas de historias de renacimiento, y esa es precisamente la parte que nos falta. Hay que inventar esa parte. No te puedes imaginar la gente que nos escribe agradeciéndonos por darle un sentido a algo que no comprendían, y que han adaptado su vida a estilos más coherentes.
El miedo es una emoción que provoca acción, siempre y cuando no sea tan grande que te bloquee. Hay quien dice que el miedo sólo sirve para un esprint rápido. Pues bien, esa es justo la situación que tenemos delante. Pero no podemos tenerle miedo al miedo. Porque eso es mucho peor que enfrentarlo y te acaba llevando cada vez más a una sociedad de control. Yo creo que la posibilidad del colapso, que tantos científicos ya reconocen que está ahí, es motivadora si se trabaja bien emocionalmente.
¿Cree que ese «miedo al miedo» tiene que ver con el ascenso de la extrema derecha en Europa, en contraste con los proyectos más o menos de izquierda que están ganando espacio en América Latina?
Sí, bueno ya sabe que soy algo escéptico con muchos proyectos de izquierda. Ante esos proyectos tengo un 50% de esperanza y un 50% de vigilancia. Pero sí, la extrema derecha llega cuando buscamos seguridad y confort por encima de todo, cueste lo que cueste y haya que echar a quien haya que echar. En Europa estamos algo apagados y… somos viejos [risas]. ¡No, de verdad, somos viejos! Y eso se nota también. Los viejos suelen caer más en la trampa de buscar orden y seguridad a toda costa. Y, en el fondo, cuando vienen muchos problemas juntos, se tiende a buscar ese «retorno del padre», esa figura autoritaria que reconduzca, cuando eso es precisamente una gran parte del problema. En la naturaleza, la organización de forma vertical es la menos eficiente, y no es por casualidad.
¿Es la distopía, tan común en el imaginario colectivo, una especie de respuesta a esta negación del problema, como ocurre en las fases de duelo?
Nunca lo había visto desde ese ángulo. Para mí la distopía es, a la vez, un espejo distorsionador de los defectos de nuestra sociedad, y una forma de fomentar el cambio haciéndonos sentir miedo. El gran número de películas postapocalípticas de los últimos años es, en mi opinión, un indicio de que tenemos que aprender a pensar en el final, en la muerte. Es un punto ciego en nuestra psique colectiva, que sale a la luz con formas a veces monstruosas porque no está bien trabajado.
Usted participó en un documental muy interesante –Una vez que sabes (2020)– junto a otras voces como Richard Heinberg, Sussane Moser o Jean-Marc Jancovici.
Varias personas nos habían propuesto hacer un documental sobre el tema del colapso, pero cuando llegó esta propuesta lo vimos claro. Su acercamiento al tema es muy parecido al que hacemos en este libro. El colapso es un poco como el mito de Medusa: tienes que mirarlo para esquivarlo, pero de reojo. Si no, te quemas (o te conviertes en piedra). Y Emmanuel Capellin hizo una película muy equilibrada, con acción y reflexión. Sin conocernos, estábamos trabajando los mismos temas desde un punto de vista muy similar: la falta de conexión en Occidente con nuestro interior, especialmente en los hombres, a los que desde pequeños se nos enseña a no sentir, a mutilar nuestras respuestas emocionales –una herencia de la fábrica de soldados–.
Las pocas emociones que se permitían tenían que ver con la ira, con la cólera, generando una sensación de vacío y de desconexión con uno mismo y con la naturaleza. Ese es uno de los puntos clave tanto del documental como del libro: la diferencia entre sobrevivir y realmente vivir, cómo volver a sentir y a reconectar, crear vínculos entre humanos y también con los no humanos, porque sin ese cambio, lo demás es casi imposible.
Nosotros sacamos el libro antes porque el proceso editorial es más rápido, pero la conexión entre las dos obras es evidente y se produjo a la vez en el tiempo. Ahora somos vecinos [risas].
¿Por qué la ciencia posnormal puede ser útil para estudiar la transición energética o los posibles colapsos?
En el laboratorio, cuando los parámetros están controlados, es fácil para los científicos/ingenieros resolver los problemas técnicos. Un problema lleva a una solución. Pero cuando el problema está fuera del laboratorio, por ejemplo, un diseño paisajístico, entonces el nivel de dificultad aumenta: la complejidad, lo que está en juego en la política, etc. Entonces es imposible hacer «ciencia normal». Por ejemplo, no existe una solución científica para el cambio climático: hay que hacer, a la vez, compromisos y elecciones políticas y culturales para evitar que la situación empeore. Este tipo de hiperproblemas (o hiperobjetivos, o problemas perversos, etc.) se reconocen por el hecho de que las soluciones técnicas propuestas suelen empeorar la situación. Algunos teóricos han desarrollado una «ciencia posnormal», hecha de complejidad y de la intervención de toda la sociedad civil… y por lo tanto dejan atrás la fantasía de la sacrosanta objetividad científica. Así que la palabra «solución» ya no es la mejor para describir lo que podría salir de estos intercambios.
Un fantástico estudio de Oreskes, Brysse y otros autores analiza los peligros de la moderación en la comunidad científica, y lo común que es. Elegir sistemáticamente el lado menos dramático. ¿Y la sociedad? ¿Podemos hacer algo para despertarla del letargo?
Esta es una excelente pregunta, que cada vez es más central. Personalmente, creo que en realidad no estamos tan asustados como deberíamos, teniendo en cuenta lo que está en juego y los riesgos que conlleva. Llevo 15 años alertando como un bombero que avista un incendio. Por eso me parece peligroso reducir la gravedad de los riesgos en los discursos. Para mí es una forma de mentir a la gente… y de mentirnos a nosotros mismos. Si lo piensas, es mucho peor ser demasiado optimista que ser demasiado pesimista: si dices que todo irá bien y la catástrofe ocurre realmente, ¡lo habremos perdido todo! Si dices que es muy grave y finalmente no ocurre, o bien es que ha tenido éxito la alerta, o al no ocurrir, lo que se pierde siempre será menor que en el otro escenario.
No sé si conoce la palabra pluriverso, es un concepto derivado de las ideas del decrecimiento que explica que hay diferentes recetas, posibles respuestas, según los diferentes contextos. ¿Aceptar esto será mejor que pelear siempre por quién tiene la razón?
Sí, ahí es donde tenemos que ir: un mundo plural, un mosaico de formas de ver el mundo. Tenemos mucho que aprender en términos de sabiduría de ciertos pueblos no occidentales, algunos de los cuales ya han pasado por colapsos y han aprendido a vivir en equilibrio con la Tierra.
La pluriversidad es una respuesta lógica a la dominación de Occidente durante cinco siglos, al lado totalitario de lo universal que quería borrar todas las demás culturas del mundo. Es una respuesta decolonial y saludable porque crea diversidad. Creo que debemos estar siempre atentos a cultivar la diversidad porque es la única manera de encontrar caminos en un entorno cambiante. Es un principio de vida. Donde la diversidad se extingue (por el monocultivo, que puede ser cultural también), llega la muerte.
Alianzas estratégicas con movimientos sociales, sectores sindicales, etc. En conflictos laborales como en las huelgas de las refinerías francesas, ¿ve usted el germen de un posible despertar de la población, o incluso de una revuelta?
Sí, con cada movimiento social, con cada catástrofe (incendios, sequías, inundaciones, guerras, pandemias, etc.), hay una toma de conciencia. Pero para mí, la verdadera toma de conciencia llega en una fase posterior, cuando nos damos cuenta de que todas las crisis están vinculadas, que no tiene sentido priorizarlas y que se trata de un problema sistémico. Es entonces cuando puede ocurrir algo realmente transformador.
La cuestión nuclear francesa. Parece que vuelve a haber un pequeño resurgir.
Esto es una verdadera tragedia. La elección francesa de la energía nuclear es una opción lógica si se piensa a corto plazo y con un cerebro técnico… ¡del siglo pasado! Si se piensa a largo plazo, con toda la complejidad del mundo, entonces la nuclear es una opción desastrosa.
En Francia apostamos por la energía nuclear con el argumento del clima (argumento que no es defendible), sin darnos cuenta de que estamos haciendo nuestro futuro mucho más arriesgado. Creo que en términos de energía, el camino a seguir no es buscar la sobriedad sino desengancharse tanto como sea posible. Debemos reducir drásticamente nuestro consumo, aprender a vivir con menos, mucho menos. Somos adictos a la energía y la retirada será difícil, pero la alternativa no es mejor, así que tenemos que hacerlo.
La guerra del agua ya empezó hace mucho, lejos de aquí. Ahora está llegando aquí, véase Sainte Soline, el expolio de los acuíferos de Doña Ana,…. como dijo Chico Méndez: el ecologismo sin luchar contra el capitalismo,es jardinería. Salud.