Sociedad

Alexander Vasudevan: “Okupar significa buscar alternativas para poder emanciparnos”

El autor analiza en 'La ciudad autónoma' (Alianza Editorial) la okupación urbana desde sus orígenes. En esta entrevista aporta algunas claves.

Alexander Vasudevan. Alianza Editorial

Alexander Vasudevan ha conseguido desterrar la imagen que los grandes medios de comunicación propagan sobre las okupaciones. Ese podría ser un somero resumen de su publicación La ciudad autónoma. Una historia de la okupación urbana (Alianza Editorial, 2023), donde este profesor de Geografía Humana en la Universidad de Oxford analiza el fenómeno de la okupación en diferentes ciudades de Europa y Norteamérica. A lo largo de más de 450 páginas, el experto disecciona la genealogía de un fenómeno que podría ser clave para repensar hacia dónde se dirigen las ciudades y de qué forma interaccionan con las personas que las habitan.

¿Dónde nace el fenómeno de la okupación urbana y por qué? ¿Quiénes forman parte de las primeras okupaciones y qué persiguen con ellas?

Yo he identificado su origen en los años 60 y 70 como una respuesta a la crisis de vivienda que se estaba dando en diferentes ciudades de Europa y América del Norte. El libro te plantea una pregunta muy sencilla: por qué miles de personas empiezan a okupar y recuperar edificios, casas abandonadas e, incluso, a crear colectivos en estos espacios. Hablamos de que la okupación viene o nace de esas diferencias sociales que siguen a estos ciclos de crisis de vivienda que vemos cada 30 o 40 años.

El fenómeno existe en múltiples partes del mundo porque okupar no es solo entrar en edificios abandonados, es una historia de diferencias políticas, significa buscar opciones y alternativas donde tener espacios en los que poder emanciparnos. La okupación siempre ha existido a lo largo de la historia y la han llevado a cabo personas que no tenían un techo y que querían algo tan básico como eso. En un contexto de muchas crisis de vivienda, quedan muchas casas vacías y okuparlas es cubrir esa necesidad.

¿Cuál es el primer impacto de este fenómeno? ¿De qué forma se desarrolla?

El primer impacto es el que tiene para la persona que okupa, ya que le permite resolver la necesidad de un techo. Quizá lo haga poniendo la vista en el corto plazo, pero en muchos casos el proyecto es más amplio. La segunda parte radica en que en muchas ciudades también se buscaba una infraestructura alternativa. Es decir, las acciones de los okupas crean nuevos tipos de política y comunidad, de conexión social.

Hablar de okupación no es solo entrar a un edificio abandonado, sino abordar los centros sociales que se crean en estos espacios, de los talleres que hacen, de la necesidad de vivienda pública, de cafés comunitarios y otros espacios de cuidado y bienestar social.

Usted ha estudiado esta realidad en ciudades como Berlín, Ámsterdam, Nueva York, Madrid, Atenas y Vancouver. A nivel general, ¿qué semejanzas y diferencias comparten?

Antes de todo, hay que resaltar que normalmente hay muchos puntos en común porque una gran parte de estas personas que okupan participan también en movimientos sociales en lo que comparten ideas similares unos con otros, redes que conectan entre sí y aprenden de lo que hacen sus compañeros en otros países. Comparten ideas, tácticas, modas de rehabilitación, incluso las destrezas necesarias para recuperar un edificio.

Una diferencia que se suele dar es que la okupación forma parte de un barrio local, con historia propia. Esas okupaciones pueden responder a complicaciones puntuales en la zona, bien porque se desmantela un parque, faltan casas o quieren regenerar un lugar que empieza a decaer. Los motivos iniciales difieren, pero el objetivo último es similar.

En España existe el movimiento por una vivienda digna encarnado en la PAH, Plataforma de Afectados por la Hipoteca que, en algunos casos, defendían la ocupación de viviendas en manos de bancos y fondos buitre.

Quizá lo más importante del contexto español, tal y como lo comprendo, es que responde a problemas de vivienda muy concretos que tienen que ver con la crisis hipotecaria y la precariedad de las viviendas que vino de la mano de esa crisis. Aquí empezó una especie de activismo nuevo, el de aquellas personas que tenían una casa pero que por distintos motivos no podían mantenerla. Hay miles de personas que han participado de esa forma, a otro nivel, porque la gran mayoría de ellas nunca habían tomado parte en una acción social previa y ahora lo hace.

¿Ha cambiado la respuesta de los gobiernos frente a la okupación a lo largo de estas décadas?

Sí, sin ninguna duda. En los años 60 y 70 había tensión, pero los gobiernos municipales y nacionales, frecuentemente, respondían con un intento de normalizar la relación con estos activistas y okupas. Por ejemplo, en Londres muchos de los edificios okupados pertenecían a los municipios y ellos mismos llegaron a un acuerdo con ellos. Esto se aplicó en distintos lugares. No es que no hubiera expulsiones, ni mucho menos, pero sí había cierta aceptación siempre que fuera posible evitar el desalojo. En cambio, ahora vemos cómo la marginalización y criminalización del movimiento se intensifica.

En Fráncfort y Hamburgo llegaron a darse severos enfrentamientos violentos por la lucha de la vivienda. ¿Considera que la concienciación social podría volver a llegar hasta ese punto?

A mí no me sorprendería que hubiera, de nuevo, enfrentamientos violentos. Hay que ver cómo la crisis de vivienda se ha intensificado en los últimos años, también de la mano de esa criminalización que decía antes y de una mayor voluntad por parte de los Estados de reforzar el aparato que penaliza a los activistas.

Esto lo vemos desde un punto de vista de castigo legal pero también de actividad policial contra este tipo de activismo debido al mayor control que ejercen. Quizá la resistencia a ello aumente, así que no descartaría ver un rechazo violento. No podemos olvidar que las policías del mundo han llegado a luchar contra las okupaciones con el uso de tanques en algunas ciudades o control por helicóptero. Son tácticas muy agresivas por parte del Estado.

En su libro, dedica todo un capítulo que llama Recuperar Nueva York a la lucha por la vivienda en la Meca del neoliberalismo. ¿Hasta qué punto el ideario neoliberal puede llegar a permear la ciudad y sus dinámicas?

El neoliberalismo afecta a todos los niveles. Su premisa fundamental es la colonización del día a día mediante las fuerzas de mercado, así que cada aspecto de nuestras vidas está marcado por ello, y Nueva York es el lugar para experimentar el neoliberalismo. En este capítulo trato cómo su impacto ha tenido graves consecuencias en los servicios sociales y cómo ha moldeado el mercado de la vivienda y ha dado lugar a la gentrificación, que resuelve en parte esta crisis del capitalismo, pero no de la vivienda.

Al mismo tiempo, la historia de la ocupación a veces entra dentro de la lógica neoliberal porque se crean nuevos espacios, marcan nuevos barrios que había ignorado el mercado y, de repente, les presta atención. El peligro viene cuando el capital ve una oportunidad en un sitio, porque intentará venderlo. Es un neoliberalismo desatado que querrá reempaquetar esos espacios de alguna forma para atraer inversores, como ocurre en múltiples ciudades.

Su publicación también presenta la okupación con un halo de esperanza, como si pudiera ser la respuesta para solucionar el problema de la vivienda. ¿Cree que la sociedad en general ve esto con los mismos ojos?

Probablemente, la respuesta es que no. Si soy sincero, creo que la gente tiene la sensación de que un okupa es un activista militante, alguien ilegal, una idea creada por los medios de comunicación, y esa sensación es muy potente. Al mismo tiempo, las repetidas crisis de vivienda han hecho acrecentar el deseo de la sociedad que reivindica algo tan básico para vivir como tener una casa. Las casas, cada vez más, se ven como una necesidad social básica y no únicamente como una fuente de ingresos.

Estas sensaciones pendulan dependiendo de dónde te centres. El público general puede llegar a ver que la okupación cubre una necesidad básica, pero hay que explicarlo muy bien. Hay que explicar por qué se reivindican esos pisos, qué necesidad hay en el barrio, qué se piensa hacer en ellos… Así lucharemos contra el relato de los medios de comunicación, que siempre te lo contarán de una manera determinada. Por el contrario, repito, se acrecienta una empatía generalizada hacia el movimiento okupa porque tenemos una gran necesidad de explorar opciones diferentes para tener una casa.

El último capítulo de su libro aborda la idea de repensar la ciudad migrante. ¿Qué papel juega este colectivo en el fenómeno de la okupación? 

Su papel es clave porque gran parte de los proyectos que plantea la propia okupación están destinados a este sector de la población, migrantes que solo buscan un techo y que tienen que buscar ayuda por parte de un Estado que les es hostil. Por eso, muchas veces encontramos que la okupación es un espacio más favorable para los migrantes.

Al investigar para el libro, he visto que los migrantes siempre han sido fundamentales en la historia de la okupación desde los años 60. No sorprenderá a nadie que la solidaridad que ejercían unos con otros les ayudó también en la lucha por la vivienda. En estos momentos, la intersección entre la lucha por encontrar un techo y la lucha migrante es una realidad.

¿Hacen una lectura diferente de la okupación las personas migrantes que las autóctonas?

En muchos casos sí porque los migrantes lo ven como un paso inicial para poder llegar a una normalización legal de su situación más tarde. En otros tantos casos, son migrantes que quieren seguir viajando, que no han terminado su proceso migratorio. Tampoco hay que olvidar que muchos de estos migrantes tienen un pasado como activistas en sus países de origen, así que si se quedan en la okupación de un mismo lugar terminan creando su propia política en esos espacios que permite conectar con la autóctona. 

Los migrantes que okupan, además, reciben una doble hostilidad por parte de la sociedad. Son distintas problemáticas que se refuerzan la una a la otra.

En la genealogía de la okupación también han jugado un papel importante los centros sociales okupados, normalmente espacios destinados a colectivos que se organizan en ellos, pero en los que también se realizan charlas y fiestas. ¿Esto tiene algo que ver con la okupación urbana?

Una cosa está ligada a la otra porque las dos se replantean la configuración del espacio social. Yo, en muchas ocasiones, utilizo la palabra “cuidados” porque en estos centros ofrecen servicios relacionados con las necesidades de los migrantes o de salud. De hecho, muchos de estos servicios se acaban legalizando, por decirlo de alguna forma, porque los municipios deciden regularizarlos. Les dan un lavado de cara, les ponen otra marca y los reutilizan. El problema está en que mucha gente no es consciente de la importancia de estos centros sociales okupados hasta que desaparecen.

Madrid es la ciudad española estudiada en su libro. ¿Qué encontraste en esta ciudad que no esperaba?

Lo que más me llamó la atención de Madrid fue, precisamente, la solidaridad migrante y cómo ha jugado un papel fundamental en la ciudad. Muchas personas vienen de Latinoamérica con sus propias historias de activismo, buscando reorganizarse no solo en Madrid, sino en España. Además, en España, aunque los espacios okupados responden a unas necesidades locales que se fusionan con la problemática de los barrios, también se establece una conexión entre estos espacios, se genera una red mucho más amplia y generalizada de lo que podemos pensar.

Por último, Alexander, ¿hay futuro?

Siempre lo hay. Siempre va a haber una crisis de vivienda, pero también siempre habrá un destello de esperanza porque en todas estas crisis la gente busca una manera de resolver sus problemas. Si nos seguimos enfrentando a la precariedad, encontraremos alguna manera de experimentar y explorar alternativas. Y esa alternativa siempre lleva en sí la esperanza de encontrar una nueva manera de entender el espacio urbano.

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